Este no es un autorretrato. La boutade surrealista de Magritte cruzada con uno de los géneros del arte clásico termina por dar algo así como el método Sherman. Cindyrella, la artista (Glen Rigde, New Jersey, 1954) que más fotografías se sacó de sí misma en la historia del arte siendo todo el tiempo otra, nunca el yo espejado sino estrellado en partículas subátomicas. Cindyrella, heroína del conceptualismo entre los rigores formales del minimalismo y la vanidad posmodernista usó su cabeza y su cámara como un revólver para ocupar todos los puestos vacantes de la mujer en la sociedad de masas de finales del siglo XX. Cada una de sus obras, los posibles fotogramas de una película inabarcable: ella en todas partes al mismo tiempo. Su Frida (su estrategia del ser en el soporte) caló tan hondo como para prefigurar el uso que la argentina-estadounidense Amalia Ulman y la rusa Nadezha Tolokonniva (Pussy Riot) hicieron de Instagram y Only Fans en el siglo XXI.
Conviene hacer foco en esa primera serie Untitled Film Stills para atisbar la profundidad de su estrategia. Esa película inabarcable empezó hacia 1977, el borde del final de la contracultura que Reagan terminaría de sepultar, con escenas en las que todas las mujeres de América (sí, es la forma impuesta por la hegemonía del norte, por eso la cursiva, pero decir EE.UU. es aquí inexacto) parecían habitar fragmentos del cine. Aunque Sherman, representando todos los papeles, elegía las stills (las imágenes fijas de las películas que se usaban como material de promoción) con el ojo europeo de Hitchcock o Antonioni. Hay ahí un catálogo de expresiones y poses estereotípicas en postales de escenas que quedaron en un intersticio posible entre la industria del cine y la vida. El ángulo de Sherman es también una nota sobre cómo la cultura dominante construyó a las mujeres. ¿O no?
“Aunque nunca he pensado en dar un toque feminista o político a mi trabajo, está claro que todo lo que hice está marcado por mis observaciones como mujer en esta cultura”, decía en la guía Taschen Art at the Turn of the Millenium donde aparece elegida entre los 137 nombres más influyentes para el arte del siglo XXI entre el australiano Jeffrey Shaw y el alemán Andreas Slominski. Esas 69 imágenes producidas en forma obsesiva durante tres años fueron ingresadas en forma total a la colección del MoMA en 1995. Pero en ninguna de todas esas Film Stills que evocan el cine en blanco y negro (todas sus series posteriores serían en color) aparece nuestra Cindyrella porque ella es la que termina por ejecutar mejor que nadie el mandato de Rimbaud: “Yo soy otra”. Hay en ese conjunto una de las más altas expresiones del arte conceptual que a la vez puede ser retiniano, visible, atractivo. Una idea que se deja ver subvirtiendo las imágenes con las que el cine y la fotografía moldearon nuestra vida cotidiana. Y un anticipo del delirio narcisista de las redes sociales donde todos creemos estar en todas partes al mismo tiempo. Y no. O fatalmente sí.