“Cuando empecé en el arte era totalmente consciente de que primero tenía que conseguir que las personas me escucharan si quería cambiarles la cabeza (...). Mucho de lo que hice está basado en lo que la gente me decía que no podía hacer.” D.H.
En el año 2017, Damien Hirst, artista británico contemporáneo, inauguró su primera exhibición en Venecia: Treasures from the Wreck of the Unbelievable, curada por Elena Geuna. La traducción al español nos enfrenta con uno de los primeros detalles significativos. La palabra “unbelievable” da lugar a dos acepciones de la frase: “Tesoros del naufragio de lo increíble” o “Tesoros del naufragio de El Increíble''. La polisemia y la poética discursiva, son una característica distintiva en el trabajo de Hirst.
Punta della Dogana, y el Palazzo Grassi se transformaron en espacios de exposición de objetos de valor que según se advierte antes de ingresar, el artista junto a un grupo de asistentes lograron rescatar del naufragio de un antiguo barco: “El Increíble”. Las piezas presentadas pertenecían a la colección de arte que Cif Amotan II, un esclavo devenido en comerciante, habría perdido en un naufragio en el Océano Índico al querer transportar todas sus obras en un inmenso navío.
Hirst contó qué fue lo que le generó ganas de involucrarse: "Una cosa que realmente me emocionó del proyecto es la relación con el pasado. Es imposible conocerlo verdaderamente. (...) La colección trata sobre la creencia y, en cierto sentido, mi creencia en el arte es como creer en dios."
Para acompañar la aventura, el artista formó una alianza con Netflix, como parte de la estrategia comunicacional, con el objetivo de emitir contenido audiovisual capaz de expandir la exposición y sustentar, a partir de la palabra científica, el proyecto que tardó más de diez años en ser producido. Se embarcaron en la realización de un documental, dirigido por Sam Hobkinson y financiado por el propio Hirst, en el que se registra el proceso de excavación y la recuperación de 189 objetos de bronce, mármol, malaquita, cristal de roca, plata y oro cubiertas de coral, junto con los testimonios de los responsables de la titánica tarea de restauración y conservación de las piezas que se encontraban sumergidas.
Hirst es un artista conceptual, que usa la retórica como herramienta estética. Su trabajo se vincula con la exploración de conceptos existenciales: La belleza, la muerte, la religión, la verdad, son preocupaciones constantes de las que parte para producir. Desde 1980, interroga la relación entre la obra de arte y los espectadores, haciendo uso del cruzamiento de la pintura, el dibujo, la escultura, la instalación como herramienta expositiva y la realización de piezas a gran escala, producidas en conjunto con un equipo de asistentes. Sin embargo suele ser reconocido por los valores millonarios de sus obras, y su relación con el mercado del arte.
“Lo que me gusta no es el dinero, sino el lenguaje del dinero”, cuenta Hirst en una entrevista, y agrega: “La gente entiende el dinero. Ciertas personas que naturalmente habrían rechazado mi obra ya no pueden hacerlo”.
La imposibilidad de rechazar el efecto de sus obras, trasciende lo presencial. Hirst expande la vivencia única surgida de la exhibición, a partir del registro audiovisual. Captando la esencia de la experiencia, popularizando y mediatizando sus obras con recursos publicitarios. Construye la noción colectiva de haber recorrido la muestra aún estando a miles de kilómetros de distancia.
Una de las obras más recordadas de la exhibición es "Demon with Bowl": Una figura sin cabeza de dieciocho metros de altura, cuya dramática escala se ve reforzada por la pose. En el brochure, a modo de guía explicativa, una narración acompaña a cada una de las piezas. En este caso, se trataría de una escultura que representa a los antiguos demonios mesopotámicos, conocidos como criaturas primitivas complejas que mezclan lo humano, animal y divino. Se nos sugiere además, que probablemente la figura sirvió como guardián de la casa de alguna persona de élite. Sorprendidos, encomendados a creer, podemos reparar en el resto de la muestra y encontraremos guiños culturales reconocibles que nos harán dudar.
La figura de Mickey Mouse, cubierta de corales, fue otra de las piezas memorables, que se presentó sin ninguna argumentación. La frase en la entrada del palacio sirvió para enmarcar la vivencia: “En algún lugar entre las mentiras y la verdad, se encuentra la verdad”. La experiencia se vuelve cada vez más inquietante, a medida que ahondamos en la exhibición y nos permitimos desconfiar de las obras expuestas, volviendo a evaluar la narración de los hechos. Cuando logramos generar conexiones entre lo nuevo que nos presenta, disfrazado de antiguo, y lo que ya conocemos, distinguimos entre las piezas la representación de varios íconos populares de la cultura norteamericana (Walt Disney, hasta Rihanna, Yolandi Visser (Die Antwoord), Pharrell Williams) y ahí es cuando todo se desvanece. La base sobre la que nos encontrábamos parados desaparece, haciendo que ya no sepamos cuánto de verdad hay en lo que creíamos saber hasta el momento.
Comprendemos la falsedad de lo expuesto. Advertimos que todo lo que presumía realidad, es una puesta en escena. El montaje de un espectáculo apoyado en la narración visual, que tiempo más tarde entendemos era un mockumentary (falso documental) al servicio de la construcción de la ficción.
El espectador capaz de comprender el engaño, obtiene la licencia que le otorga el artista, para burlarse de lo que ha creído cierto. Cumpliendo así el objetivo principal de Hirst, quien ríe más fuerte que todos, abriendo debate a partir de la polémica, y dejando a los espectadores con más dudas que certezas, a merced de cuestionar todo lo aprendido.