Víctor Grippo y el ensamble de tubérculos

Pionero del conceptualismo latinoamericano, anticipó el uso de un fruto de la naturaleza como obra de arte. De cómo sus papas y cables se volvieron una pieza de música electroacústica.   
Por Fernando García Miércoles, 11 de Junio 2025

 

A Víctor Grippo (1936-2002) le hubiera gustado esto. De una reconstrucción de sus Analogías (a las que él mismo llamaba “papas con cables”), el artista sonoro Leonello Zambón (acompañado por Astrosuka y Agustín Genoud) introduce y extrae señales eléctricas a las que procesa en tiempo real para crear una pieza ambient incómoda que desdice los códigos del género. Esto a lo que llaman “Anarcociencia” sucede en una de las antiguas oficinas del Correo Central que se acondicionaron como salas de exposiciones para el (antes llamado) CCK. Para quienes no están familiarizados con la iconografía conceptual de Grippo todo resulta absurdo. Es un domingo de invierno de 2017 por la tarde y quienes ingresan no ven lo que creen que es arte ni escuchan lo que creen que es música. Una sucesión de papas mendocinas (tal el requerimiento original) conectadas en serie por electrodos con postas de voltímetros registrando la energía del alimento americano se convierten en un gran oscilador orgánico. En su riguroso overol y pret a porter industrial, Zambón toma señales que convierten esa suerte de batería orgánica en zumbidos y crujidos eléctricos a los que se suman vocalizaciones y sonidos pregrabados. Hay quienes, estoicos, resisten cinco, seis, siete minutos y otros que abandonan la sala de inmediato o apenas si atraviesan la puerta. ¿Quién quiere escuchar a un ensamble de tubérculos después de todo?

Más de medio siglo atrás, en el despertar del conceptualismo latinoamericano, Grippo anticipó el uso de un fruto de la naturaleza como obra de arte pero entonces el cinismo no había ganado la guerra de la estética. Su Analogía I presentada en el Museo de Arte Moderno y pieza emblema del arte de sistemas consagrado por el CAyC de Jorge Glusberg no podía estar más lejos de la operación bufonesca de Maurizio Cattelan con su Comediante, más conocida como Banana. Si en el loop fatal del dadaísmo tardío (y sobredigerido) el italiano le hacía muecas a un mercado dispuesto a competir por una fruta comprada en un puesto callejero, el artista argentino había puesto de relieve el lugar de Latinoamérica en el reparto del desarrollo, entendido como la incesante mutación industrial. Como lo puso muy bien la curadora colombiana Alicia Chillida en 2015: “Los mecanismos de Grippo no son nunca sofisticados ni costosos; como respuesta a los problemas técnicos le interesan las soluciones artesanales, no industriales, una salida a la falta de recursos, una tecnología de la pobreza”. 

Cattelan puede hacer que un coleccionista pague diez millones de dólares por una banana colgada con cinta aisladora y que Sotheby’s escriba un texto ineludible en una antología del realismo capitalista. Grippo, en el otro extremo del mapa, consiguió algo mucho más rico: la posibilidad de imaginar a la papa como una usina energética y la transformación prodigiosa de su propia pieza de laboratorio (después de todo era químico) en una obra de música concreta-electroacústica. Una pena que no haya estado allí, en el entonces llamado CCK para escuchar el sonido de una forma muy humilde y a la vez sofisticada de repensar lo telúrico. Entre la papa y la banana, una diferencia sustancial: del complejo arte de sistemas al sistema del arte deglutiéndose a sí mismo en una parodia solemne que cerró para siempre el círculo abierto por el gesto vandálico de Marcel Duchamp sobre Mona Lisa.

 

Modificado por última vez en Miércoles, 11 de Junio 2025

 

 

 

 

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