Pocas acciones en la vida mejoran el humor como plantar un árbol. Uno se sumerge en la experiencia, y disfruta el proceso aunque no sea un profesional en la materia. El cuerpo realiza un movimiento positivo: hace un pozo en la tierra, coloca un poco de agua y sigue cavando. Si el tamaño del árbol es de lo que se considera mediano, entonces procede a plantarlo con sus manos, lo acomoda, intenciona en silencio y lo deja ahí y va viendo como crece. Un acto verdadero, un árbol más en el mundo, lo más parecido a la esperanza. No puedo imaginar la impronta de una persona que plantó miles por el mundo y además los retrató.
Ese fue Nicolás García Uriburu (1937-2016), artista argentino que hoy está más vigente que nunca y encabeza la nueva exposición del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires con Manifiesto Verde. Julio Suaya, amigo suyo y cómplice de proyectos, lo confirmó: “Nicolás tenía mucho sentido del humor, era una persona muy generosa y muy divertida. Tenía una mezcla de osadía y seriedad que lo impulsó a hacer todo lo que hizo”. Es que había que ser osado para salir en un vaporetto con dos bolsas de colorante y teñir el Gran Canal de Venecia a espaldas de la Bienal. No había sido invitado.
La Rebelión (Puño), Nicolás García Uriburu, 1973. Óleo sobre tela, 190 x 180 cm. Fundación Nicolás García Uriburu.
El 19 de junio de 1968, en paralelo con la edición oficial 34° de la Bienal de Venecia, mientras el Mayo Francés todavía convulsionaba, llevó adelante su primera performance, cambiando la concepción del arte contemporáneo para siempre. Había que ser serio para pararse frente a la policía y decirle: “E stato un invito a la esperanza” (Ha sido una invitación a la esperanza). Tampoco era un improvisado, había estudiado las mareas sus horarios y había viajado hasta Milán para conseguir la fluoresceína, un sodio fluorescente usado para el fondo de ojos en la medicina y en la NASA para detectar rápidamente las cápsulas espaciales cuando caen al mar. Es inocuo y de color rojo y cuando hace contacto con el agua se transforma en un verde intenso.
Intervención en Venecia, 1968.
Uriburu quiso intervenir el espacio natural y pintar el mundo sobre el mundo mismo, dijo el reconocido crítico de arte Pierre Restany, quien lo acompañó en la aventura. Este acto valiente y provocador se convirtió en un hito en la historia no sólo del arte, si no del activismo ecológico, generando un impacto duradero en la conciencia colectiva.
A partir de ese momento, el color verde fue el hilo conductor de su obra. Sus trabajos posteriores consiguieron la misma carga simbólica, utilizando pigmentos naturales y orgánicos para teñir ríos, lagos y paisajes acuáticos, y también su cuerpo. A través de su arte, Uriburu visualizó la gravedad de la contaminación y llamó la atención sobre la necesidad urgente de proteger los ecosistemas.
Su intervención desafió los límites tradicionales del arte y estableció una de las primeras manifestaciones internacionales del land art, aunque él se sintió mucho más cerca de un tipo de arte más social y político. Así lo demostró a lo largo de su extensa y prolífica carrera. Plantó árboles cada 9 de julio, en la Av. 9 de Julio durante catorce años. Siete mil robles en Kassel, en Alemania, junto a Joseph Beuys en el Documenta 7.
Joseph Beuys y Nicolás García Uriburu plantando árboles en Documenta 7, 1982.
Luchó por evitar la tala de árboles en la Ciudad de Buenos Aires. Durante los años 1984 y 1988 diseñó un programa de plantaciones simultáneas en Uruguay y Argentina. Plantó más de 600 mil pinos cada Día de la Tierra y el Medioambiente. Y puso al continente al revés a través de la cartografía, donde denunciaba la mano del hombre: “En un mundo que gira, el Sur no tiene porque estar siempre abajo, esa es una idea que limita el colonialismo, en los lugares donde nos avasallaron y no pusieron siempre abajo”.
Utopía del Sur, Nicolás García Uriburu, 1993. Óleo sobre tela, 180 x 190 cm. Museo Nacional Bellas Artes, Buenos Aires.
Cualquier propuesta que viniera de él era disruptiva. “Mi arte denuncia el antagonismo entre Naturaleza y Civilización. Es por eso que coloreo mi sexo, mi cuerpo y las aguas del mundo. Los países más evolucionados están contaminando el agua, la tierra, el aire, destruyendo las reservas naturales del futuro de los países latinoamericanos”.
Portfolio (Manifiesto), Nicolás García Uriburu, 1973. Serigrafías sobre papel, 76,2 x 56,5 cm. c/u. MALBA, Buenos Aires.
El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires toma el título de la declaración escrita en 1971 por García Uriburu y propone un diálogo entre él y otros artistas argentinos cuyas obras reactivan el imaginario de la naturaleza.
Las cerca de ochenta obras que conversan con el universo de Uriburu e integran la exposición fueron producidas entre la década de 1940 y la actualidad. Participan Florencia Böhtlingk, Luis Fernando Benedit, Melé Bruniard, Juana Butler, Feliciano Centurión, Nora Correas, Casimiro Domingo, Raquel Forner, Ricardo Garabito, Edgardo Giménez, Juan Grela, Aid Herrera, Lido Iacopetti, Marcelo Pombo y Juan Tessi.
SOS-Brasil (Amazonia), Nicolás García Uriburu, 1991. Óleo sobre tela. Actualmente en la exposición del Museo Moderno.
“Los artistas han sido una voz potente en la adversidad”, señala Victoria Noorthoorn, directora del Moderno, al presentar esta nueva exposición dentro del programa anual titulado El arte, ese río interminable. “Es una cita del verso final del poema Ars poética de Jorge Luis Borges, que postula al artista como hacedor de posibles realidades que no hemos imaginado”.
