El universo peluche de Ad Minoliti

Sus instalaciones en base a geometrías con retazos de cubismo y suprematismo, funcionan como un patio de juegos que abre una dimensión queer con perspectivas transfeministas. 
Por Juan Gabriel Batalla

 

Hace no muchos años, Ad Minoliti tuvo una retrospectiva en el porteño Museo Moderno, Cuentos peluches, donde se plasmaba toda su iconografía en una puesta que rompía el cubo blanco de la sala con colores saturados y formas geométricas, creando una suerte de bosque de fantasías, con animales por aquí y allá. 

Minoliti (Buenos Aires, 1980) aborda en su obra la dimensión queer, en una construcción que reúne retazos del suprematismo, el cubismo y la abstracción de una manera poco convencional, generando un espectáculo estridente y amigable, que disuelve las fronteras de lo esperable, tal como si todo sucediera en un patio de juegos infantil. Hay, entonces, en su quehacer una propuesta de tintes kawaii de la cultura queer, con esos ojitos de manga, con figuras que rompen lo figurativo e invitan a mirar con la imaginación como lo hizo Joan Miró, para lograr así filtrarse en las estructuras rígidas y poner su perspectiva transfeminista del arte, a partir de la cual busca “romper con estos valores tradicionales” y poner “en debate todas las connotaciones que podemos considerar racistas, misóginas, sobre todo de las vanguardias”.

Pero para romper, hay que hacerlo desde adentro. En esa conjunción entre el suprematismo y el cubismo analítico, Minoliti crea un estilo personal, borrando de manera efectiva las barreras que impiden el encasillamiento, transgrediendo para construir un campo fértil hacia sus propias formas. 

Si se lo piensa conceptual y no de manera literal, en algunos de sus trabajos, como los que presentó en Manifiesto de la Abstracción Inmadura, en la galería Barro NY, la artista se presenta lúdica y desafiante, componiendo, a través de varias piezas, un posible recorrido que sugiere rostros, siluetas animales, pero que su vez, pueden cambiar de posición para despertar nuevas perspectivas.

Retoma así la herencia del pintor y escritor Brion Gysin, tomada de Tristán Tzara, que el beatnik William S. Burroughs llevó a la apoteosis: el cut up, el corte y la superposición, la ruptura de la linealidad del significado, para perturbar el significante “Saussureano”. 
La geometría, podría aseverarse, es la forma en estado puro, no puede engañar, es incluso fiel a la matemática, por lo que no se podría entonces desconfiar de su representación. Pero, como en la serie de los rompecabezas de Jorge de la Vega, la simbiosis puede ser alterada por los cambios y el deseo personal. 

En ese sentido, la artista tiene una serie de obras recientes en las que juega con el blanco-negro, fondo y figura, también a lo de la Vega, que rompen así con el colorismo puro y concentrado de su trabajo anterior, y que plantean una vez más que la composición puede ser tanto un capricho, como un deseo intencional, pero que en ambos casos se puede disolver la propia estructura con la que se observa o piensa la realidad.
Minoliti descompone para que el observador componga, corta en planos sin volúmen y estampa sus elementos básicos, sin artilugios, creando una propuesta de tipo collage, que se presenta como una crítica a la identidad predefinida, a lo preestablecido, a lo normativo, y lo hace con la complicidad de una mirada infantil, porque, parece decirnos, es en la capacidad de ver al mundo sin ataduras donde se encuentra el verdadero tesoro.

 

 

 

 

 

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