Fundada en 1913, la revista Vanity Fair consumó las aspiraciones de una sociedad nueva y moderna donde era posible el encuentro entre la flamante industria de la moda y la sociabilidad como parte de la política y sedimento de la democracia liberal norteamericana. Su primera etapa, hasta 1936, entronizó un tipo de publicación que definió el periodismo del siglo XX y su consecuencia más duradera en la narrativa: la non fiction. Su reedición en 1983 actualizó aquel mandato y la posicionó como el soporte en el que las producciones de moda pasaban a ser verdaderas piezas de arte contemporáneo masivo.
Acaso en ese desplazamiento de la publicación estrella del imperio editorial Condé Nast pueda entenderse la raíz de una artista como Fiona Banner (Liverpool, 1966) que en 1997 se hizo carne de ese entramado entre arte, moda, política y sociedad renombrándose como Vanity Press, un sello editorial. Pero menos como una plataforma de lanzamiento de libros de artista que como la única forma posible de ocuparse de la palabra escrita o, mejor, del contenido editorial como una de las tantas formas imposibles del arte contemporáneo.
Claro que lo de Fiona Banner/Vanity Press bien puede entrar en la genealogía del arte conceptual con proyectos como The Nam, donde reúne de forma minuciosa la trama de los films Apocalypse Now, Born the fourth of july, The Deer Hunter, Full Metal Jacket, Hamburger Pill y Platoon en una publicación. El libro de mil copias editado por el sello londinense Frith Street Gallery Books forma parte de la colección del MoMA que también mantiene en su acervo alguno de los pósters que son una parte fundamental de la obra de Vanity Press. Una serigrafía, por caso, en la que leemos The Nam en letras capitales de propaganda y debajo, como en esos best sellers que ostentan el recorte de una review, la leyenda: “Ha sido descripto como ilegible”. Pero no por el efecto de la escritura como dibujo (León Ferrari) o los alfabetos imaginarios de Mirtha Dermisache que Roland Barthes calificó como “escrituras ilegibles”. Banner no trastoca el signo sino que empuja el sentido a la asfixia, lo insoportable. Sus mil páginas describiendo, en sus propias palabras, seis películas sobre la invasión militar de los Estados Unidos más denostada y a la vez icónica (“Nuestro Vietnam”, escribiría Calamaro) no van a cambiar la crítica de cine ni a ofrecer una nueva perspectiva geopolítica. Son inútiles, como todo arte.
Creadora de wordscapes en los que su escritura toma grandes espacios de galerías y museos con descripciones monumentales de películas que pueden ir desde los blockbusters bélicos al porno, Vanity Press llevó su concepto a lo performático total cuando se inscribió a sí misma como un libro haciéndose tatuar en la espalda un código ISBN, el que desde 2009 corresponde a su nombre. Era el paso siguiente a otro de los pósters suyos que atesora el MoMA. De espaldas al observador, Fiona deja ver la parte inferior de su cuerpo y una leyenda escrita en sus nalgas: Arsewoman in Wonderland. La mujer-culo en el país de las maravillas decidió vivir, al fin, en un libro. No puede haber forma más extrema de cumplir el mandato vanguardista de abolir la frontera entre literatura y vida. Fiona Banner y su alter ego editorial son un libro sin tapa ni páginas y ni una sola palabra escrita, apenas y nada menos que el código que el mercado necesita para que se lo reconozca como tal. Aquella boutade ansiosa de (Osvaldo) Lamborghini que decía “quiero publicar, no escribir” no podía ser mejor ejecutada en ningún otro lugar que en la vanidosa feria del arte contemporáneo.