Una raza de seres gigantes deambula, a paso firme, por las playas de los Países Bajos, al norte de Europa. Desde hace treinta años que las invenciones del artista cinético holandés Theo Jansen evolucionan sin inmutarse, libres y a merced del viento, como unos nuevos dinosaurios nacidos de los restos de una civilización abandonada.
Entre insectos de ciencia ficción y esqueletos extraterrestres, las esculturas vivas de Jansen están fabricadas íntegramente con elementos de reciclaje, como tubos, botellas de plástico, cajas de cartón, hilos de nylon y cintas; sin un solo motor o compuesto electrónico, y como único combustible el viento y la arena mojada. Todos sus especímenes tienen un complejo sistema de piernas, músculos y nervios que al moverse generan una sensación orgánica indescriptible. La pieza central de estas bestias, el ADN que las atraviesa, es un tubo plástico amarillento utilizado en Holanda para recubrir cables eléctricos y que es un elemento infaltable en todas las construcciones desde la década del cuarenta.
El padre de estas criaturas quijotescas comenzó a pintar a mediados de los setentas, luego de estudiar física en la Universidad de Delft durante algunos años. Paralelamente mantuvo un serio interés por la aeronáutica y la robótica, lo que lo llevó a investigar en una serie de experimentos en los que entrecruzaba los límites del arte con el desarrollo tecnológico. Es inevitable no pensar en los experimentos y creaciones de Leonardo Da Vinci, cuyos bocetos parecerían ser parte del imaginario fundacional de la obra de Jansen.
Así nacieron: UFO (1980), un platillo volador con el que aterrorizó a su pueblo, y la Painting Machine (1982), un robot que hacía graffitis en las paredes. Su fanatismo por los diseños de organismos autónomos lo llevó a estudiar programas de simulación de vida artificial a base de algoritmos. Después fue solo dar un salto de la pantalla a las ventosas costas para darle el empujón inicial a esa fauna de criaturas que parecen salir de una película de Hayao Miyazaki.
Fascinado por la teoría de la evolución y la selección natural de las especies, Jansen siguió los pasos de Darwin y pensó todo un trazado evolutivo de sus creaciones. Por lo general cada Strandbeest vive un año desde que es creado, probado en las playas desiertas, corregido y finalmente liberado hasta su extinción. Pero en ese proceder se da la evolución, ya que los que resultan útiles sobreviven y saltan a las nuevas generaciones. En estas últimas tres décadas nacieron cincuenta y tres seres que pertenecen a diferentes etapas creativas de la obra de Jansen. Estas eras evolutivas son doce: Gluton (1990-91), Chorda (1991-93), Calidum (1993-94), Tapideem (1994-97), Lignatum (1997-2001), Vaporum (2001-06), Cerebrum (2006-08), Suicideem (2009-11), Aspersorium (2012-13), Aurum (2013-15), Brucum (2016-19) y Volantum (2020 a la actualidad). La imaginación del escultor ha llegado a su máxima expresión hasta el momento con el Animaris Rhinozeros, un mastodonte de dos toneladas y cinco metros de alto, con cuerpo de acero y piel de poliéster, que es capaz de transportar a una persona en su interior.
Actualmente está desarrollando una nueva raza llamada Ader (nombre inspirado en Clément Ader, considerado uno de los pioneros de la aviación), capaz de despegar del suelo y volar hasta seis metros de altura, mientras permanece anclado a la arena.
Theo Jansen y sus bestias de playa suelen ser un atractivo exótico en museos, exposiciones y ferias de arte, a lo largo de todo el mundo. Un universo cautivante, en el cual las obras tienen vida propia y avanzan como si se tratara de un zoológico onírico a cielo abierto.