Veinticinco años después de la caída del muro de Berlín, la revista The Paris Review escribía una reseña sobre la muestra At the well (En el pozo) del pintor Neo Rauch en la galería David Zwirner de Londres. El primer párrafo podría confundirse con una semblanza para ser intercalada en un relato del viejo y querido Charlie Dickens (siglo XIX) y retomada en clave arty por Wes Anderson (siglo XXI). Léase: “Rauch nació en Leipzig en 1960; sus padres murieron en un accidente de tren cuando tenía cuatro semanas de vida. Habiendo crecido en el Este, nunca tuvo mucho acceso a las vanguardias occidentales (…)”. To be continued. Ninguno de estos datos resulta menor para entender el extraño efecto que la pintura de uno de los últimos maestros figurativos provoca. Lo más obvio adquiere aquí trascendencia: su obra transita entre el siglo XIX y el XXI. Rauch es en la imagen todo lo que fue del daguerrotipo a Instagram captado por un tipo de pintura que a su vez funciona como un catálogo de propaganda descartado entre la Revolución Industrial, la ilusión del socialismo sobre los escombros del Reich y el agotamiento absoluto del Estado de Bienestar. Un publicista arrojado al pozo de la historia de la modernidad y que resulta obsoleto para el sujeto on line.
Pero, siguiendo a Damián Tabarovsky en Lo que Sobra (Mardulce, 2023), Rauch trabaja sobre el excedente, sobre todas aquellas imágenes que el realismo capitalista decidió descartar o marcar con amarillo en el excell. En su apariencia de neoclasicismo (es difícil que el prefijo no derrape hacia el sujeto aquí), Rauch termina aplicando la estrategia que Tabarovsky señala como central en la operación avant garde: trabajar con y sobre los desechos. Y es que el mismo Rauch es un des-hecho. Volvamos sobre esa mini-bio trágica (nacer sin conocer a ninguno de sus padres) a lo que hay que agregar su condición de individuo educado para una sociedad colectiva para la que el arte estaba marcado por su funcionalidad como brazo estético y no mucho más. Recalculando entonces: Neo-neoclasicismo. El neoclasicismo único de Neo Rauch.
Neo o no neo esa es la historia. Rauch es un virtuoso anónimo de la propaganda que obtiene su firma como alguien que llegó tarde para esos afiches motivados tanto por el New Deal de Roosevelt como la Unión Soviética, el peronismo (no es casual que Neo sea una influencia en Daniel Santoro) o la China maoísta. Pero el huérfano dickensiano que toca la puerta del arte contemporáneo tampoco se implica en esta forma bastante más sutil de propaganda distópica de lo que Mark Fisher llamó realismo capitalista. Rauch está solo con sus pinturas. Escuchémoslo (entre el ruido). “Lo que finalmente se condensa en el lienzo es muy sutil y necesita protección. Hay una figura que aparece una y otra vez: podría ser un aparecido o una reencarnación. Encuentra su camino hacia mi lienzo inconscientemente. Sólo cuando miro el trabajo terminado me doy cuenta: aquí está de nuevo. Es cierto, el suyo es el rostro de una década y esa década son los años cincuenta”.
Es Neo Rauch a los cuatro meses, frizado en una constelación atemporal de rostros descartados por la propaganda mientras sus papás se perdían en un tren lanzado fuera de las vías. Tocando a la puerta de un cuento de Dickens o encarnado por Bill Murray en uno de sus impasibles personajes para Wes Anderson.