Cuerpos y esqueletos se lucen encerrados en jaulas digitales e hipnotizan con sus monólogos en loop dando cuenta del estado de alienación en que vivimos. Una sala oscura, seis pantallas encendidas, tres con fondo blanco y tres con fondo negro. Contienen enormes figuras recostadas, atrapadas entre los márgenes de los monitores. Son dos caricaturas: un esqueleto en blanco y el dibujo de una forma humana en negro. Contrastan sobre sus fondos de píxeles. Videos que se convierten en esculturas y que sí se les presta atención, mutan y se agitan.
Como espectadores de una obra de teatro, observamos los pequeños movimientos de estos cuerpos mientras nos rodean susurros melancólicos. Son la Vida y la Muerte interactuando en Macabro, una de las instalaciones audiovisuales ideadas por Özgür Kar. En esta pieza se los oye rumiar entre las lánguidas notas de un clarinete. Cada uno presenta un monólogo existencial, en donde se entremezclan referencias a las redes sociales, a mensajes inspiracionales, titulares, letras de canciones pop, clips de YouTube, y otros elementos propios de la cultura de masas contemporánea. El público se transforma entonces en testigo de un diálogo repetitivo, lúgubre y solemne.
Macabro
“Tiempos oscuros exigen espectáculos oscuros”, afirma como carta de presentación este artista que vive y trabaja en Ámsterdam. Sirviéndose principalmente de videos, música, performances y sistemas instalativos monocromáticos; en esta serie de trabajos produce paisajes sonoros con personajes antropomórficos, —en la estética propia de un dibujo animado con referencias a personajes del folklore persa y otomano—, que luchan con cuestiones existenciales.
Por más que estos dibujos mínimamente animados se encuentran aprisionados en jaulas digitales, nos regalan a la vez, la distancia necesaria para poder quitarnos la venda y afrontar eso que los sistemas culturales de consumo nos esconden. Kar, parecería no perder aún toda la esperanza, deja un atisbo de luz al final del camino; se trata entonces de descifrar hasta qué punto se permite que la muerte —en estas piezas camufladas de redes y pantallas—, ingrese o limite la vida de cada uno.
Así se aprecia en Una década de sumisión, donde los personajes dentro de la pantalla no se pueden desplazar, salvo realizar insignificantes movimientos. Sin embargo, la esperanza de poder volver a estirar el cuerpo se encuentra latente, de hecho brilla esa opción en esta instalación con un doble cuerpo que simula estar descansando sin atormentamientos.
Una década de sumisión
Özgür Kar trabaja con una serie de temáticas dicotómicas. Toca la clásica lucha entre vida y muerte, el concepto del vivir versus el mero existir, los medios digitales contra el cuerpo humano, es decir la tecnología en contrapartida de la humanidad. A la vez, mientras reflexiona acerca de la soledad y lo trágico de la existencia se cuestiona si esas cosas que aparentemente nos protegen del mundo exterior o nos entretienen; no están, en verdad, simplemente atrapándonos.
Con un guiño al teatro de Samuel Beckett, se adentra en la deconstrucción de la condición humana a partir del recurso de la teatralidad. Coloca al visitante frente a escenas propias de obras dramáticas en donde se vislumbran personajes que desempeñan un determinado papel dentro de una partitura y un guión, que acertadamente, no es necesariamente lineal.
Sus creaciones nos acercan a un mundo siniestro en tanto nos cuenta una historia con una idea esperanzadora al final. Es a través de la conexión con el otro, en un plano real, sin tecnología mediante, que se puede hallar el camino hacia la salida.
