Oscar Santillán y la exploración simbiótica

Sus obras desafían las nociones preconcebidas sobre realidad y percepción, en un espacio donde arte, ciencia y tecnología se entrelazan de manera íntima y filosófica.
Por Hernán Borisonik

 

Oscar Santillán es un artista visual y cibernetista que pasa sus días entre Países Bajos y su Ecuador natal. En su página web cuenta que sus prácticas tienen un enfoque transdisciplinar que conecta diversos campos de investigación, cosmologías y perspectivas humanas y no humanas. Su obra evoca métodos científicos, diversas formas de programación e imágenes de la ciencia ficción, pero también miradas filosóficas y antropológicas muy complejas. En 2011 terminó un máster en Escultura en los Estados Unidos, y a partir de ese momento expone individual y colectivamente en todos los puntos del planeta. También publicó dos libros (y hay algunos más en camino). Hoy es el director del studio ANTIMUNDO, una red colaborativa, descentralizada, transdisciplinar y “acogedora para que seres diversos se encuentren con lo desconocido”. Las piezas que surgen de ese trabajo colectivo son sensuales, contaminantes, holísticas y desnormalizantes. Él mismo ve en una de sus series “orgías planetarias antitaxonómicas”

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The Andean Information Age (2021)

 

Recientemente pasó por Buenos Aires para ofrecer el segundo segmento del programa de ciencia, arte y tecnología Presente Continuo (creado por  Fundación Bunge y Born y Fundación Williams, con apoyo de Fundación Andreani y el Centro Cultural de España en Buenos Aires). La visita de Santillán consistió en una masterclass intitulada “La Máquina Virtual Interespecies” y un taller intensivo de dos días.

Para comprender mejor el trabajo de Santillán, puede ser útil observar que sus proyectos no son “puramente artísticos” (si algo así existiera); son investigaciones profundas que cuestionan y reimaginan las relaciones tradicionales entre los seres humanos y su entorno, específicamente a través del prisma de las inteligencias no humanas. La posibilidad de comunicación y colaboración con otras formas de cognición o consciencia, con claros exponentes en la ciencia ficción, se fundamenta, en el caso de Santillán, en investigaciones actuales en biología, ecología y tecnología. Este artista argumenta que las inteligencias no humanas, desde las plantas hasta los sistemas artificiales, albergan formas y percepciones que enriquecen nuestra comprensión del mundo.

De sus trabajos más importantes de los últimos tiempos, se destaca cómo estos han sido influenciados por otras obras, teorías y fenómenos naturales. Uno de los ejemplos más ilustrativos es su exégesis de la novela Solaris de Stanisław Lem, en la que un océano con capacidades cognitivas se vincula de formas inesperadas con seres humanos que intentan bucear en sus condiciones más profundas. Santillán relee esa historia a la luz de las ideas de la antropóloga Marisol de la Cadena sobre los “Seres Tierra” o “Tirakunas”, elementos que, trascendiendo las divisiones entre sujeto y objeto, forman interfaces cognitivas que escapan a las formulaciones tradicionales del conocimiento occidental. Con eso en mente, viajó al desierto de Atacama y fundió arena allí recogida convirtiéndola en vidrio que fue convertido, a su vez, en lentes fotográficas que se utilizaron para retratar el mismo desierto. Las imágenes capturadas van más allá de la representación: el desierto se vuelve un sujeto observador más que un objeto pasivo al que mirar.

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Solaris (2017)

 

En la misma línea de sentido, plantea en una de sus series que los quipus andinos pueden ser pensados como verdaderos blockchains prehispánicos, en tanto codifican multidimensionalmente la realidad. Él mismo define al quipu como “una cuerda horizontal principal que alberga muchas cuerdas colgantes, que cuelgan bajo la influencia de la gravedad. A lo largo de cada uno de estos colgantes se hacen nudos. Cada nudo transmite un significado diferente dependiendo de la forma en que esté atado y de su posición”. 

Otra de sus obras más conocidas y que dialoga con las anteriores, es Chewing Gum Codex (2020), que presenta una interacción entre historia, memoria y futuros especulativos. La narración de la obra comienza en 1976, cuando Neil Armstrong, el primer hombre en llegar a la luna, se unió a una expedición científica a la Cueva de los Tayos, en Ecuador, junto a científicos, soldados e indígenas shuar. Se dice que Francisco Guamán, un soldado ecuatoriano, recogió un trozo de chicle masticado desechado por Armstrong, que guardó como preciada reliquia fetichizada. En 2018, el artista, intrigado por el relato, localizó a la familia de Guamán y recuperó el chicle. Luego logró extraer de allí el ADN de Armstrong y con él creó una instalación que presenta plantas con ese mismo ADN sintetizado, creando un escenario especulativo en el que las plantas, por su mayor adaptabilidad a las condiciones de gravedad cero, podrían transportar material genético humano al espacio. 

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Chewing Gum Codex (2020)

 

Esta obra cuestiona la naturaleza del “legado” humano a la vez que plantea cuestiones sobre la conservación de la identidad y la memoria por medios biológicos. Al incrustar el ADN de Armstrong en las plantas, la obra parece querer vislumbrar un futuro simbiótico en el que la vida humana y vegetal se fusionan en un astronauta interespecie que resuena en los debates contemporáneos sobre bioética y filosofía de la identidad.

En un momento tan particular en el que la crisis ambiental y el avance tecnológico vuelven imperativo repensar las formas de colaboración y ofrecer otras miradas acerca de nuestro lugar en el mundo, Santillán invita a reconsiderar las relaciones con el entorno no humano y a abrir vías inéditas de cooperación.

 

 

 

 

 

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