Charly García nunca tocó en Cemento no es el nombre de una novelita posmoderna made in Puan sino una aseveración sobre la imposible intersección entre la estrella más radiante del rock argentino y el templo del under. Para ser moderno, que era la palabra clave de los alfonsínicos 80, en 1983 García tuvo que dejar su castillo de Coronel Díaz y Santa Fe y mudarse por un rato a Nueva York. Se instaló en un loft en el Greenwich Village, cerca del estudio Electric Lady donde junto al ingeniero de sonido y productor Joe Blaney dio forma al álbum Clic Modernos, centro de una trilogía decisiva junto a Yendo de la cama al living y Piano Bar. Es el García del emulator y las cajas de ritmo; el que reescribió la melancolía del tango con la sublime No soy un extraño; el que alienaba a sus fans setentistas con hits de inspiración new wave como Nos siguen pegando abajo o Estoy verde. El que deambuló entre esa tierra de nadie entre el Village y el Bowery hasta que Uberto Sagramoso vio la foto perfecta para la tapa del disco en una pared ruinosa. García enciende un faso para despistar en el extremo inferior izquierdo, empequeñecido por un grafitti negro como el petróleo. La frase "Modern Clix" y una criatura, una sombra casi, un Gasparín quemado de la Manhattan pospunk. Eso de "Modern Clix" no fue un rapto vandálico de Charly sino el nombre de una banda reggae punk mestiza que apenas si dejó rastro y la figura se contaba entre muchas otras en las paredes del Lower East Manhattan. Era uno de los "Shadowman" del canadiense Richard Hambleton (1952-2017), pionero del street art que alistaba en la brigada neo expresionista del East Village junto a Basquiat, Haring, el argentino Luis Frangella y su pareja el punk David Wojnarowicz. Ellos sí fueron under en Nueva York y en Buenos Aires donde Wojnarowicz llegó a exhibir en el CAyC de la calle Viamonte y a pasear su silueta alien por la escena mientras Frangella metía un telón de ocho metros en la inauguración de Cemento en 1985. Se veían ratas con uniformes militares comiendo un asado. Las mismas sobre las que habían cantado Los Violadores en su primer álbum.
Contrariando a sus fans, García empezó a despojarse de su aura setentista aunque no podía bajarse del mainstream porque, como dijo Vivi Tellas, había nacido masivo con Sui Generis. La aparición del “Shadowman” de Humbleton fue providencial para su reencarnación. Con esa imagen en la tapa del álbum que lo sacó del fogón para meterlo en las discotecas, García fue más under que todos poniendo en foco al salvaje under neoyorquino. No le hizo falta la anti-consagración en el bunker de Omar Chabán.
Humbleton murió en 2017 y nunca supo que uno de sus graffitis había ido a parar a la tapa de un disco celebrado como uno de los mejores del rock argentino (acaso también desconociera la existencia de todo el rock argentino). Desde el 11 de noviembre de 2023 esa esquina de Walker Street & Cortlandt Alley que Humbleton había elegido para atacar con uno de sus “Shadowman” se llama Charly García Corner. En el edificio funciona un hotel con un restaurante top cuyo cheff es otro argentino, Fernando Trocca. No es, claro, la Manhattan donde Humbleton y Basquiat intrigaban con sus figuras neo-rupestres ni aquella en la que Modern Clix intentaba la vía Clash hacia la revolución. La Charly García Corner, con toda su solemnidad de heritage site, es casi un borramiento de la intención original de Humbleton. La muerte del street art en manos de la gentrificación, primero, y del interminable autohomenaje del rock argentino después.