La Casa Azul (México): el pedazo de cielo de Frida Kahlo

En el corazón de Coyoacán en Ciudad de México, la casa donde habitó la pareja de artistas más icónica del arte latinoamericano del siglo XX, es un santuario de arte y una explosión de colores por donde se mire.
Por Ignacio Marchini

 

Faltaban tres años aún para que naciera Frida Kahlo cuando su padre, un inmigrante de origen alemán, construyó la vivienda que terminaría siendo el lugar donde la famosa pintora pasaría la mayor parte de su vida. La Casa Azul, como se la conoce actualmente, es hoy en día un museo dedicado a la historia de vida y al arte de Frida y de su esposo y gran amor, el muralista Diego Rivera. Ubicada en Coyoacán, uno de los barrios más bellos y antiguos de la Ciudad de México, Guillermo Kahlo la edificó en 1904, con el estilo característico mexicano de la segunda mitad del siglo XIX, que consistía en un patio central rodeado por las habitaciones.

Poco después de casarse con Frida Kahlo en 1929, Rivera rescató la propiedad, atestada de deudas y con una hipoteca que había contraído el padre de la artista. Guillermo Kahlo había sido un importante fotógrafo durante la época conocida como porfiriato, y se quedó sin empleo cuando la Revolución Mexicana puso fin a treinta y seis años de gobierno militar de Porfirio Díaz. A esa situación se sumaron los gastos médicos para la recuperación de Frida, cuando sufrió un accidente automovilístico que la dejó postrada durante nueve meses y que moldearía para siempre su existencia, ya que debió operarse varias veces a lo largo de su vida, y las secuelas físicas y psicológicas del fatídico evento la atormentarían para siempre.

Fue durante este primer largo reposo que Frida empezaría a pintar con los pinceles de su padre, vía que le permitiría expresarse sobre sus dolencias y comenzar a indagar sobre su identidad mediante el autorretrato. De hecho, el museo aún conserva la cama con el caballete y el espejo en dintel que le sirvieron para poder pintarse a sí misma, técnica que terminaría dominando y de la cual surgirían algunas de sus obras más conocidas, como Frida y la cesárea (1931) y Las dos Fridas (1939). 

Al pie de su lecho todavía se observan las fotografías de políticos que admiraba, como Lenin y Mao Tse Tung, ya que tanto ella como Diego Rivera estaban afiliados al Partido Comunista Mexicano. Tal compromiso tenían con la causa que en esa misma casa albergaron durante dos años a León Trotsky y a su esposa, cuando se encontraban prófugos del régimen estalinista. Durante la estadía del militante de origen soviético se compraron más de mil metros cuadrados, que hoy están ocupados por el jardín. 

La decoración de la Casa Azul resultó de la síntesis del gusto de Frida y Diego, y de su admiración por el arte y la cultura mexicana del siglo XIX, la cual consideraban una representación de la lucha del pueblo mexicano por liberarse del dominio español. Ambos pintores coleccionaron piezas de arte popular que hoy en día pueblan las múltiples habitaciones y galerías del edificio, así como sus jardines, donde se aprecian esculturas mesoamericanas y otras piezas de arte prehispánico. Estas piezas acompañan algunos de los muchos vestidos coloridos que Kahlo solía usar, además de obras emblemáticas de su autoría como Viva la Vida (1954) y Retrato de mi padre Wilhem Kahlo (1952).

Otro lugar importante del museo es el estudio, edificado en 1946 por el arquitecto Juan O ‘Gorman, amigo de Rivera. La habitación fue hecha con un diseño funcionalista (priorizando la comodidad de sus habitantes por sobre la estética) y fue construido con materiales originarios del sur de la Ciudad de México, tales como piedra volcánica o basalto. Su patio techado fue ideado por Diego y Frida, que dibujaron los mosaicos para los plafones y decoraron las paredes con caracoles de mar y jarros empotrados, además de colocar varias esculturas precolombinas mexicanas.

Destaca también el comedor, adornado con pinturas populares y piezas de barro hechas por artesanos del siglo XIX, además de manteles provenientes de diferentes partes de México y confeccionados con diversas técnicas de puntadas de aguja. También se conserva parte de la vajilla que trajeron de sus viajes por el país, elaborada en lugares como Puebla, Oaxaca y el Estado de México. El acervo contiene platos, platitos, tazas y vasijas de barro vidriado de Michoacán, que siguen luciendo su color verde con decorados en oscuro, así como muchos ejemplares de loza de Tzintzuntzan, con ornamentaciones de motivos lacustres: pescadores, peces y patos.

Múltiples comensales famosos pasaron por esa mesa, muchos de los cuales dejaron regalos que hoy forman parte de la colección del museo, como el caballete que le regaló Nelson Rockefeller a Frida, así como sus pinceles y libros. En la recámara de noche de la pintora se guarda la colección de mariposas enmarcadas que le obsequió el escultor japonés Isamu Noguchi, además del retrato fotográfico de Frida, hecho por su amigo y amante, Nickolas Muray.

Tras la muerte de Frida en 1954, Diego le pidió a Carlos Pellicer, un amigo muy cercano de la pareja que era poeta y museógrafo, que realizara la curaduría de la colección, de cara a la apertura del museo. Ésta tendría lugar en 1958, un año después de que Rivera también falleciera. Lugar icónico de la Ciudad de México, la casa pintada por dentro y por fuera de azul “parece alojar un poco de cielo”, según dijo Pellicer al poco tiempo de comenzar su tarea. Un lugar que definió, quizás como consuelo ante la muerte temprana de su amiga, como “la casa típica de la tranquilidad pueblerina donde la buena mesa y el buen sueño le dan a uno la energía suficiente para vivir sin mayores sobresaltos y pacíficamente morir…”.

 

 

 

 

 

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