Alberto Giacometti: el existencialista perfecto

Representó como nadie la soledad y el aislamiento del ser humano en el siglo XX.  Sus esculturas son una referencia ineludible en el arte contemporáneo, aunque sus pinturas también parecen decididas a descubrir una herida secreta en cada cosa.
Por Gisela Asmundo

 

Alberto Giacometti nació el 10 de octubre de 1901 en Borgonovo, un pueblito de Suiza. Se crió en el valle alpino de Bregaglia, a unos pocos kilómetros del límite con Italia. Desde niño y hasta muy joven pasó su vida dentro del estudio de su padre, el pintor post-impresionista, Giovanni Giacometti (1868-1933), quien compartió con su hijo sus propios pensamientos en materia de arte. Su madre, Annetta Giacometti-Stampa (1871-1964), pertenecía a una familia terrateniente de la zona. Tuvo tres hermanos: Diego, nacido en 1902; Ottilia en 1904, año en que su familia se muda a Stampa, y por último Bruno, en 1907. 

 

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La familia de Giacometti, 1911. Foto: Andrea Garbald.

 

Entre los años 1915-1919 Giacometti fue pupilo en un Colegio en Schiers, donde estableció un pequeño estudio, que le permitió realizar sus primeros dibujos. En 1919 comienza a estudiar arte en Ginebra, asistiendo a la escuela de Bellas Artes, y a la Escuela de Artes Industriales, pero abandona en 1920. 

En la primavera de ese mismo año, su padre lo invita a acompañarlo a La Bienal de Venecia, en donde queda impactado por las obras de los grandes maestros italianos, como Giotto y Tintoretto. Más tarde viaja a Roma permaneciendo hasta el verano de 1921, viviendo con sus familiares y continuando con sus estudios.

En 1922 se enrola en la Academia de la Grande Chaumière de París, tomando clases de dibujo y escultura con el prestigioso escultor Antoine Bourdelle (1861-1929). En el verano pasa su tiempo entre Stampa y Majola, lugares a los que retornará frecuentemente a lo largo de su vida.

En 1929 obtiene su primer contrato con la galería de Pierre Loeb, en donde solían exhibir los surrealistas; y en 1930 Loeb organiza la exhibición Miró-Arp-Giacometti, donde conoce a André Bretón, fundador del movimiento surrealista, que junto a Salvador Dalí lo invita a formar parte del grupo.

Ese mismo año el mayor coleccionista de piezas surrealistas, el Visconde de Noailles, le comisiona para el jardín de su mansión de la Costa Azul una enorme escultura. Posiblemente este encargo le sirvió de inspiración para crear sus esculturas dentro de una jaula.

Para el año 1931 diseña una serie de esculturas denominadas Objetos móviles y mudos. El objeto desagradable y La bola suspendida son ejemplos de obras que establecen un puente entre el objeto y la escultura, y desafían lo preestablecido al momento en el campo del arte. En mayo de 1932 la Galería Pierre Colle organiza la primera exhibición dedicada solo al artista. 

La mujer que camina (1932), una mujer esculpida sin brazos ni cabeza, fue concebida como modelo de la exhibición surrealista de 1933 y que en 1936 se presentará en Londres en una retrospectiva. Incluso Giacometti realizó un dibujo donde aparece en relación con otras figuras, recreando el universo surrealista de las mismas. Objeto invisible y Cubo son las últimas obras surrealistas del artista. El haber continuado trabajando con modelos ocasionó que lo expulsaran a principios de 1935 del movimiento.

El 10 de octubre de 1937, el mismo día de su cumpleaños, nace su sobrino Silvio Berthoud, hijo de su hermana Ottilia, pero la felicidad se interrumpe a las pocas horas después del complicado parto, cuando Ottilia fallece. Fue una gran pérdida, ya que eran una familia unida, con una infancia feliz, como la recordaban los hermanos. Ottilia aparece de niña en muchos retratos de su padre Giovanni. La pérdida repercute en la obra del artista, que comienza a realizar figuras muy pequeñas sobre pedestales cada vez más grandes, para acentuar la impresión de lejanía.

En paralelo, durante esos años diseña objetos utilitarios que el vanguardista decorador de interiores Jean-Michel Frank de “Beau Monde” se dispuso a vender: lámparas, jarrones, y luces para pared. Bajorrelieves y terracotas son piezas creadas para decorar las mansiones de ricos coleccionistas como el parisino Louis Dreyfus. En 1939 un grupo de coleccionistas argentinos que admiraban al escultor comisionaron algunos de sus trabajos a través de Jean-Michel Frank; y es así como chimeneas, consolas y arañas de techo, tocaron suelo argentino.

De 1942 a 1945 se establece en Ginebra, en donde su madre se ocupa de criar a su nieto huérfano. En ese tiempo se reúne con exiliados literarios desde París, también comienza a escribir textos para el diario Labyrinthe de Albert Skira. Para ese período conoce a su futura esposa Annette Arm (1923-1993), con la cual se casa en 1949. En 1945 retorna a París a trabajar en su estudio, que había estado al cuidado de su hermano Alberto.  

 

311423680_5571375109598853_6320864953988896_n.jpg Alberto Giacometti y Annette frente a su estudio en la Rue Hyppolite Maindron in Paris, 1953. Foto: Michel Sima.

 

En sus años de madurez continuó trabajando en la elaboración de pequeñas figuras. Y empezó a realizar dibujos de los transeúntes, gente que observa en la calle se transforman en figuras altas y extremadamente delgadas, un estilo que lo caracterizará en su etapa madura. 

En febrero de 1948 sus obras fundidas en bronce son exhibidas en la galería de Pierre Matisse de Nueva York, cuyo catálogo contiene el famoso ensayo de Sartre, La Búsqueda de lo Absoluto, en donde lo define como “el artista existencialista perfecto”. En sus esculturas se puede entender cómo sus ojos se dejaron llevar por sus manos, para darle permanencia a la existencia, a través de figuras etéreas, a mitad de camino, entre el ser y la nada, como manifiesta Sartre. En la escultura El hombre que camina (esculpido a la manera expresionista), una silueta rocosa no solo refleja su andar en la proyección de su sombra, sino el destilar del alma cargada de innumerables sensaciones. 

 

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 Hombre que camina (L'Homme qui marche), 1947. Bronce, 170 x 23 x 53 cm. Kunsthaus, Zürich.

 

Los sucesivos trabajos culminan en 1950 con The Chariot (El carruaje), en donde una mujer delgada se eleva con delicado equilibrio sobre un carro con reminiscencias egipcias, obra inspirada en un sueño. Estas obras fueron exhibidas en Kunsthalle Basel, Suiza.

 

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El Carruaje (The Chariot), 1950. Bronce, 167 x 69 x 69 cm.

 

Junto a las esculturas de su madurez desarrolla pinturas que van más allá del estilo delgado. En 1951 realiza una exhibición organizada por su galerista parisino Aimé Maegth, donde conoce al escritor Jean Genes, quien escribe un importante texto sobre su obra.

Continúa durante 1955 con muestras individuales en Alemania, Londres y Nueva York. Su primera gran retrospectiva se lleva a cabo en Kunsthalle Bern en 1956.  Ese mismo año presenta en La Bienal de Venecia la serie Mujeres de Venecia (Women of Venice), un grupo de mujeres de pie, que se convertirán en algo característico de su estilo.

En el otoño de 1956 comienza a pintar y a trabajar sobre retratos del filósofo japonés Isaku Yanaihara, a partir de ese momento entra en una crisis creativa que lo alejan de su estilo para conducirlo a uno nuevo.

Aimé Maegth y Pierrre Matisse, galeristas del artista, desarrollan en 1958 moldes de numerosas piezas anteriores. Entre 1959 y 1960 se empeña en la realización de las grandes figuras para la Chase Manhattan Plaza, las cuales son fundidas en bronce en abril de 1960. Por instigación del editor Tériade comienza a desarrollar una extensa serie de litografías de su entorno parisino, que se publican en 1969 con el nombre de París Without End.

Entre 1961 y 1965 realiza una serie de retratos de Caroline, una joven prostituta que conoce en Montparnasse, con la cual se obsesiona. En 1962 forma parte nuevamente de La Bienal de Venecia, exhibiendo como escultor y pintor, y es galardonado con el gran premio al escultor. El mismo año realiza una exhibición a gran escala en Kunsthaus Zürich. 

 

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 Alberto Giacometti en la 31 Bienal de Venecia, 1962.

 

En 1963 se somete a una operación por cáncer de estómago. Convaleciente pasa esta etapa de su vida más de lo usual junto a su madre en Stampa, produciendo numerosas litografías y dibujos sobre su progenitora, quien fallece en 1964. Al año siguiente es honrado y galardonado con numerosas y grandes muestras, incluyendo a la Tate Gallery de Londres y al MoMA de Nueva York, ciudad a la cual viaja a pesar de estar enfermo.

La partida de su alma se produjo el 11 de enero de 1966, y el destino final de su cuerpo descansa en el cementerio de San Giorgio, cerca de Borgonovo, su pueblo natal.



Aproximación a la obra: Manzana en el aparador

 

Quiero asombrar a París con una manzana”, 

D. H. Lawrence, El perpetuo recomienzo de Cézanne.


En una entrevista realizada por Antonio del Guercio en 1962 para la revista italiana Rinascita, Giacometti sostuvo: “Si tuviese que dar un consejo a los jóvenes pintores, les diría que copiasen una manzana. Súbitamente pasaría por reaccionario, porque hoy existe un proceso de desvalorización de la realidad. El problema se elude; el artista informal desprecia la realidad objetiva, y pasa por encima de ella, pensando que cualquier paisaje pintado no pasa de ser una postal. De tal modo, se penetra en el curso de la estética pura, en un mundo de hermosos objetos decorativos, todos de buen gusto, todos ellos válidos, todos ellos armoniosos: dejen a un lado la realidad y no podrán nunca más equivocar un cuadro; sólo que ese cuadro no será pintura sino un objeto cuadro, aún cuando pueda ser bellísimo en su nivel”. Con estas palabras podemos darnos una idea de la concepción de su pensamiento en materia de arte. Pero lo que sorprende, es la clase de humanidad que lo caracterizó, una visión profunda, sin tantos significados ornamentales ni falsas pretensiones.

Aunque la mayoría de los trabajos de Giacometti suelen ser más reconocidos por sus lineales esculturas, también fue dibujante y pintor. Era capaz de maravillarse por las cosas simples y quedarse contemplándolas por un buen rato, como tratando de encontrar la verdad intrínseca de las mismas. El goce del que observa y el silencio del objeto-sujeto observado que libera tímidamente como una sutil brisa, destellos de intuiciones y de emociones ocultas, algo que podemos descifrar más allá del razonar. 

 

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 Manzana en el aparador (Apple on the Sideboard), 1937. Óleo sobre lienzo, 27 x 27 cm. MomA, New York.

 

Como un objeto sagrado esta fruta se erige sobre el aparador de su madre, pintada en el verano de 1937 en Maloja; aunque también hubiera podido ser realizada en su estudio de París. Ese lugar de encuentro de innumerables visitas; sus amigos, amantes, hermanos, y su esposa, Annette Arm. Todos se esperanzaban por ser retratados y formar parte de la vida del número 46 de la rue Hippolyte-Maindron, entre ellos, el escritor Jean Genet: “La belleza no tiene otro origen que la herida singular, diferente en cada caso, oculta o visible, que todo ser humano lleva dentro de sí mismo, que conserva, y en la que se retira cuando quiere apartarse del mundo por una soledad temporal, pero auténtica. El arte de Giacometti me parece decidido a descubrir esta herida secreta en cada ser y hasta en cada cosa, a fin de que se ilumine”. - Jean Genet, El objeto invisible - L'atelier d'Alberto Giacometti.

Al apreciar la delicadeza de Manzana en el aparador, captamos que Giacometti, “no buscó ingenuamente transferir la realidad directamente al lienzo, sino realizar la imagen de la realidad contenida en su percepción interna”. (Klemm, Christian, 2001)

El artista recordó más tarde: "En el aparador de mi madre había los elementos de una bonita naturaleza muerta: un cuenco, algunos platos, algunas flores y tres manzanas. Pero era imposible pintarlo todo como esculpir una cabeza del natural, así que quité el cuenco, los platos y las flores. Pero, ¿has intentado ver tres manzanas simultáneamente a una distancia de tres metros? Entonces quité dos. Y tuve que disminuir la tercera, porque todavía era demasiado para pintar". (Yves Bonnefoy, Alberto Giacometti: Una biografía de su obra, París, 1991).

Giacometti se disipó pintando, y como en una exploración fenomenológica al desaparecer su “yo” ruidoso, focalizó sobre la fruta dentro del espacio, asomando la manera contemplativa en donde la voluntad de la conciencia, con sus inclinaciones y propósitos desapareció.

La verdad se asoma al haber pintado el simple consenso de las cosas, no solo para nuestro propio uso. Nada más hace falta que la manzana resplandezca en su propio esplendor, libre del propósito del ser humano. Como las manzanas de Cézanne, las cuales, no son aptas para el consumo.

¿Puede existir algo más simple que una naturaleza muerta de un solo componente? Pablo Picasso solía decir: “Somos todos hijos de Cezanne”, y es precisamente en esta obra donde encontramos parte del legado, del artista que se convertiría en el padre de muchos, influenciando la manera de entender el arte alcanzaría a gran parte de los artistas de las nuevas vanguardias, y por supuesto también a Giacometti.

Según Cezanne, “tratar a la naturaleza por medio del cilindro, la esfera, el cono todo puesto en perspectiva adecuada… Dirigirse a un punto central”. Es decir, hallar su ser.

 

La cabeza, otra obsesión en su vida

Para Giacometti la temática de la cabeza fue casi una obsesión. Su investigación a lo largo de su carrera fue una búsqueda constante, pues es en esa parte del cuerpo, junto con los ojos, es donde radica el verdadero misterio de la vida. En su primera visita a Florencia quedó fascinado con una cabeza egipcia perteneciente al Museo de Arqueología. A raíz de este episodio comienza a explorar la escultura egipcia y mesopotámica del Arte Antiguo. 

Como muchos artistas de generaciones anteriores su expresión artística estuvo atravesada por el arte de África y Oceanía. Dos obras que captaron la atención del público con esta influencia fueron Mujer cuchara y La pareja, presentadas en 1927 en el Salon des Tuileries en París. Por esa época Giacometti solía frecuentar amigos que compartían este interés por la escultura africana, uno de ellos fue el historiador de arte Carl Einstein, quien escribió un libro sobre este tema (Negerplastik, 1915) y también Michel Leiris, especialista en arte dogón. De este modo se alejaría de la representación de la escultura naturalista para expresarse con esculturas totémicas imbuidas con un poder mágico.

 

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Alberto Giacometti mientras modela un busto en Stampa, 1965. Foto: Ernst Scheidegger.

 

Desarrolló la figura de la cabeza exhaustivamente y en diferentes escalas de volumen, muchas veces teniendo en cuenta la distancia percibida entre el artista y el sujeto a retratar, y la reproducción exacta de su visión. Giacometti no creía que la monumentalidad de la obra estuviera en su tamaño. 

A partir de 1930 los modelos de dichas cabezas fueron: su hermano Diego; su amiga la artista inglesa  Isabel Delmer; una modelo profesional, la cual fue sujeto de muchas representaciones en miniatura, Rita Gueyfie y la escritora Simone de Beauvoir, entre otros.

 

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Annette VIII, 1962. Yeso, 60.2 x 27.5 x 25.2 cm. Kunsthaus Zürich.

 

Con una serie de esculturas de mujeres de cabezas planas, logró la aclamación del medio. Una de las piezas más representativas de esa época es Gazing Head (1928-1929), una escultura abstracta que irradia una extraña sensación de presencia humana.  Luego de la muerte de su padre en 1933, esculpió Head-Skull (1934). En los años siguientes Giacometti prosiguió trabajando en el modelado de bustos sobre su padre.

 

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Cabeza que Mira (Gazing Head) 1928. Marmol, 41 x 37 x 8 cm. Kunst Museum Winterthur.

 

Su montajes y ensamblajes de piezas, sus objetos con función metafórica y el mágico tratamiento de la figura, destacan su visión onírica del arte, entre los escultores de la época. Giacometti ha dejado un extraordinario legado artístico, con una visión profunda y existencial de la vida. Una de sus frases lo define a la perfección: ”Todo lo que hacemos es inútil, pero es importante que lo hagamos”.  

 

 

 

 

 

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