"Lo que es cierto en la vida de un hombre no es lo que hace, sino la leyenda que crece a su alrededor... Nunca debes destruir las leyendas. A través de ellos se nos da una idea de la verdadera fisonomía de un hombre".
Oscar Wilde.
Amedeo Modigliani, artista maldito, poeta apasionado, escultor, bohemio pendenciero y maníaco, fue un maestro profundamente solitario. Era un hombre joven que estaba lejos del cuidado familiar, desempleado y sensible. Max Jacob, escritor y poeta cercano a los cubistas, lo describió como alguien apuesto, de rostro franco y tez oscura, que tenía el porte de un aristócrata vestido con harapos.
"Dedo", como lo llamaban sus padres, nació en Liorna el 12 de julio de 1884, siendo el último de cuatro hermanos. Su padre Flaminio era comerciante, se pasaba la vida viajando, por lo que tenía poca influencia en la vida y en las decisiones de Amedeo. En cambio su madre, Eugenia Garsin, originaria de una familia judía española que vivía en Marsella, fue su gran sostén, la primera en comprender y apoyar sus tendencias artísticas.
Amedeo Modigliani con su enfermera
En su diario, Eugenia describe a su hijo con mucha ternura y cuenta que a los once años contrajo una grave pleuresía. Tres años más tarde apareció un segundo motivo de preocupación: padeció una violenta fiebre tifoidea. En 1901 luego de una lesión pulmonar su madre lo llevó a pasar su convalecencia a Nápoles, Capri, Roma y Florencia. Durante este tiempo, transcurridos ya tres años desde que había abandonado sus estudios, frecuentó el famoso taller de Guglielmo Micheli en Liorna. También descubrió a los macchiaioli (en italiano, manchistas o manchadores), un grupo de artistas que conformaron un movimiento pictórico que se desarrolló en la ciudad de Florencia. En Nápoles conoció la obra del sienés Tino di Camaino. El viaje fue una oportunidad extraordinaria para visitar museos y contemplar la arquitectura, las iglesias y las esculturas del patrimonio italiano. Una especie de inmersión en la cuna del arte.
En 1902 Modigliani se marchó de Liorna, a la cual encontraba demasiado provinciana para poder satisfacer sus expectativas. Regresó a Florencia donde se matriculó en la Academia del desnudo y después viajó a Venecia. En 1906 se estableció en París. Ya no pudo alejarse de Montparnasse, de sus bulevares, cafés, calles, amigos y sensuales mujeres. Sus compañeros de charlas y borracheras fueron: Maurice Utrillo, el ruso Chaïm Soutine, Severini, Jules Pascin, Moïse Kisling, el escultor Lipchitz, Apollinaire, Max Jacob, André Salmón y Leopold Zborowski. En 1907, visitó la gran retrospectiva de Cézanne, que conmemoraba el primer año de la muerte del pintor francés. Esto provocó un auténtico impacto, que lo ayudó a modificar su forma de pintar, para liberarse de un resto de clasicismo un tanto formal y manierista.
Modigliani en París
Modigliani llega a la pintura tras practicar previamente con el dibujo y la escultura. Gracias a su amigo Paul Alexandre, un médico aficionado al arte, conoció al escultor Constantin Brancusi. Entre 1902 y 1912 experimentó con la idea de ser escultor y tiene una serie de encuentros con el artista rumano. Pero es a partir de 1915 que comienza a pintar de manera sistemática y apasionada. En un lapso de cinco años realiza mas de trescientos cuadros, retratos sobre todo y una espectacular serie de desnudos. Tomó como fuente de inspiración las lecciones del expresionismo de Toulouse Lautrec y la síntesis geométrica del mismo Brancusi, para luego elaborar su estilo propio. Pero también poseía el interés por el arte primitivo, por las esculturas antiguas de órbitas vaciadas por el tiempo y por las figuras del Antiguo Egipto. Su amiga la poetisa rusa Anna Achmatova, comenta en sus memorias: "En aquella época se ocupaba en la escultura y trabajaba en un pequeño patio cerca de su taller, vestido de obrero… Modigliani estaba entusiasmado con Egipto. Me llevaba al Louvre, a las salas egipcias, y me decía que el resto no merecía atención alguna...".
Cabeza de mujer, Modigliani. The Met Museum.
Cuando estalló la Primera Guerra consiguió la exención y se quedó en París, a partir de ahí comenzaría el periodo más intenso de su vida. Entre 1915 y 1916 Amedeo conoció al marchante Paul Guillaume y al poeta polaco Leopold Zborowski. Este último le brindó apoyo afectivamente y económicamente, y le presentó a Lunia Czechowska, que se convirtió en su mejor amiga. En 1917 comienzan sus excepcionales pinturas de desnudos y también es el año en el que conocería al gran amor de su vida, la joven Jeanne Hébuterne. En Montmartre abrió un pequeño taller en la Rue Caulaincourt, la misma calle donde vivió Toulouse Lautrec, no demasiado lejos del Bateau-Lavoir de Picasso. Se podría definir como el epicentro del arte de ese entonces.
En marzo de 1918, Jeanne estaba embarazada y París era bombardeada. Modigliani no dejaba de beber, ni de consumir hachís y eventualmente su salud empeoraba. Vagabundeando por las calles de la capital fancesa no lograba controlar su temperamento, involucrándose en peleas callejeras y siendo detenido en más de una ocasión. Su estado de salud se había agravado tanto que sus amigos pensaron que sería conveniente mandarlo un año a la Costa Azul, Cagnes y Niza. Es en esta última ciudad donde nació su hija, bautizada el 29 de noviembre con el nombre de Jeanne. Esa ciudad maravillosa hizo que su paleta se volviera más luminosa, pero su salud no mejoró. Cuando volvió a París en mayo del año siguiente, sólo le quedaban unos meses de vida.
En la tarde del 20 de enero de 1920, Modigliani había estado bebiendo con amigos en el Café de la Rotonde. En su estado de delirio regresó a su departamento del cuarto piso que compartía con Hébuterne, quien estaba embarazada de ocho meses de su segundo hijo. Dos días más tarde, el pintor Manuel Ortíz de Zárat lo encontró casi inconsciente en los brazos de su amante. Amedeo murió el 24 de enero de 1920 en el Hôpital de la Charité, a causa de tuberculosis. Tan solo tenía treinta y cinco años. Al día siguiente su joven compañera, se arrojó desde el quinto piso, en la casa de sus padres. Dejaba a su primera hija de catorce meses al cuidado de Leopold Zborowski, fiel amigo del artista, quien luego la entregó a la familia de Amedeo en Liorna.
Modigliani en su estudio
Autorretrato, 1919
Esta pintura expresa una especie de veneración hacia su persona, al retratarse como artista. En su autorretrato podemos observar lo más característico de su estilo, un modelo escultórico, es decir la capacidad para simplificar y sistematizar, concentrándose en la pura sensibilidad del sujeto, en este caso él mismo. Su paleta se vuelve muy sobria, de colores suaves y tonalidades puras y transparentes, ocres, tierras pardas, grises, azules, rojos y verdes, negros y blancos. La línea para Modigliani no fue un elemento decorativo; por una parte dibujó y comentó las características físicas y psicológicas, pero por otra definió y envolvió los volúmenes plásticos y cromáticos en la vibración del color.
En sus retratos el problema estético y psicológico están sutilmente entrelazados, y al hacer un recorrido de los acontecimientos principales de su existencia, de sus sentimientos, y de sus relaciones profundas o pasajeras, podemos llegar a intuir al ser humano más allá del artista. Una persona atormentada y temerosa de su propio deceso, que intuía un final cercano. Desde niño había intentado escapar a la amenaza de su enfermedad y a la vergüenza que la tuberculosis le provocaba al toser sangre.
En este autorretrato se representa con el rostro hacia el espectador con los típicos ojos profundos oscuros y vacíos, su clásica chaqueta de siempre, el fular azul en el cuello y la paleta en la mano. Está sentado sobre la silla de pintar, un tanto demacrado y con cierta expresión de ternura y tristeza. Para Modigliani, como para otros, entender esta interacción entre el arte, la vida y la enfermedad proveyó una visión del espíritu creativo donde se encuentran la verdad, la autodestrucción y la belleza.
Autorretrato, 1919, Modigliani. Óleo sobre tela, 100 x 65 cm. Sao Paulo, colección privada.
En el retrato de su amigo Caïm Soutine de 1917 podemos observar una de sus obras más expresivas. Este retrato instaura el diálogo entre el espectador y el personaje, como si fuera entre Modigliani y su amigo. Amedeo era el único amigo íntimo del joven pintor ruso exiliado en París. Todos esos retratos son testimonio de su profunda amistad, y de las ganas de pintar a un ser querido. En esta pintura se puede apreciar el estilo distintivo de Modigliani, los hombros caídos, el cuello alargado, el rostro oval con ojos asimétricos, la mirada extrañamente iluminada, las manos visiblemente expuestas y la sensibilidad del autor.
Retrato de Caïm Soutine, 1917, Modigliani, National Gallery of Art, Washington, DC.
No fue un pintor que se inclinara por los paisajes u otros géneros artísticos, más que nada sus pinturas se centraron en el retrato, para él no existía algo más interesante que el ser humano y su profundidad psicológica. Pintó constantemente, algunos dicen que completaba una nueva pintura cada seis días. Parte de los retratados eran amigos, mujeres artistas que conoció en las academias, y que luego se convirtieron en modelos y amantes. También pintaba niños, hijos de padres excluidos de la sociedad, pobres y desafortunados; colegas como Picasso, Kisling, Cocteau, Soutine, León Bakst, Lipchitz, Apollinaire, así como personas y modelos anónimos.
Amedeo Modigliani, Retrato de Jeanne Hébuterne, 1918.
Colección del Museo Norton Simon, Pasadena, California.
Mujeres, excesos y desnudos
"Yo mismo soy el juguete de fuerzas fuertes que nacen y mueren en mí".
A. M.
Modigliani no estaba todo el tiempo abocado al trabajo artístico, parecía más embelesado por el ambiente y el éxito que tenía con las mujeres que con el arte. Conoció el amor de prostitutas y de artistas, vivió muchas veces en las habitaciones de sus amantes, y todas quedaron eternizadas en las impresiones de sus pinturas.
Amó a Eleonora Duse, la amante y musa del escritor Gabriele D'Annunzio. Él tenía veintiún años cuando la pintó y ella cuarenta y siete. Simone Thiroux, su amor secreto, también sufrió por las atenciones que el pintor extrañamente le profesaba. "No puedo estar sin ti, necesito que no me odies. Un poco de cariño me haría mucho bien", le escribió, pero él nunca respondió.
También la escritora y periodista, Beatrice Hastings lo recuerda de la siguiente manera: "era un cerdo y una perla, hachís y brandy, ferocidad y glotonería". Ella sería una de las primeras mujeres importantes en la vida del artista, pero fue una relación tormentosa y pasional. Esta historia de amor terminaría en una fiesta que ofreció un amigo del pintor. Ambos empezaron a insultarse y golpearse salvajemente, delante de todos los invitados. A partir de ese episodio Beatrice desaparecería para siempre de París y de la vida de Modigliani.
Retrato de Beatrice Hastings, Modigliani.
En la pintura de Desnudo sentado, notamos la composición del busto inclinado a lo largo de la diagonal del cuadro, la plasticidad de la postura, el abandono del bello rostro sobre el hombro, que se realza con el cabello. La figura goza y estalla de esplendor en la sutileza de los tonos rosados, anaranjados y blancos de la piel. Al contemplar los desnudos de Modigliani, tan pictóricos y densos en materia, con el empaste sensual y sutil de los colores, parecería proclamarse la supremacía del pintor ante el escultor. Pero si miramos sus esculturas es el escultor el que predomina.
Desnudo sentado, 1916, Modigliani. Óleo sobre tela, 92 x 60 cm, Londres, Courtauld Institute of Art.
Cuando Amedeo conoció a Jeanne Hébuterne, ella tenía diecinueve años y él treinta y tres años. La joven era alumna de la Academia Colarossi, llevaba sus cabellos trenzados y con flequillo; tenía los ojos azules, la piel muy clara y unas preciosas piernas. Fue un flechazo fulminante, Jeanne era una joven dulce y sumisa, y Amedeo un hombre temperamental que encontraba el complemento justo para su vida. Unos meses más tarde del encuentro, a pesar de la oposición de sus padres ella abandonaría el domicilio familiar, para vivir con Modigliani. Él la pintaba o dibujaba prácticamente todos los días y en sus figuras esbeltas siempre sorprende la vibración del color.
Jeanne Hébuterne
En 1918, Modigliani y Jeanne Hébuterne visitaron al famoso pintor Renoir. Posiblemente creyendo que Modigliani disfrutaría de algunas bromas, Renoir le comentó que no creía que una pintura de un desnudo estuviera terminada a menos que sintiera la necesidad de darle una palmada en las nalgas. En lugar de reírse, Modigliani interrumpió la conversación respondiendo sin rodeos: "No me gustan las nalgas". Esto demuestra en ese entonces que a pesar de relacionarse con personalidades más establecidas que él, no andaba con sutilezas al contestar.
Desnudo femenino acostado, 1917, Modigliani. Óleo sobre tela, 60 x 92 cm. Milán, colección privada.
Modigliani correspondía muy bien al retrato que había hecho de sí mismo, la extraordinaria comedia humana que representó en los pocos años que le tocó vivir. Tenía las características de los artistas de la bohemia parisina, además de compartir el abuso de sustancias. Estaba fascinado con Baudelaire y su viaje de autodestrucción que le proporcionó una idea de belleza de la modernidad; sus otros héroes literarios eran Rimbaud y Verlaine, Nietzsche, D'Annunzio y Lautréamont.
Giuseppe Sprovieri, dueño de una gran galería de Roma, contó en una entrevista: "Lo conocí cuando vino a la ciudad. Al no tener que trabajar ese día estaba sobrio. No se drogaba: bebía vino y absenta y había alcanzado el estado de los que beben mucho y solo necesitan un vaso de vino para emborracharse. Tenía un temperamento difícil, al contrario de su hermano, Emanuel, que después de Treves y Turati era la figura más importante del partido socialista italiano. Amedeo era silencioso y cerrado, permanecía casi siempre en una especie de estado de trance, con los ojos desorbitados, y pasaba con facilidad de las expresiones más afectuosas a las irritaciones más violentas...". Maurice de Vlaminck, que conoció muy bien a Amadeo, lo recordaba con emoción y admiración: "Modi era un gran artista. Su obra es el más patente testimonio de ello. Sus telas acusan una gran distinción; la vulgaridad, la superficialidad y la grosería quedan totalmente excluidas".