"Abrió todos los caminos y cambió el rostro de las exposiciones en Francia. Rechazado, mal ubicado...pintor del relleno utilitario, también es cierto que, sin él, se habría dejado de hablar de arte en Francia desde hace veinte años. Y es muy agradable pensar que es el único hombre que marcará el paso del Imperio por el arte". Autobiografía de G. Courbet.
Gustave Courbet nació el 10 de junio de 1819, en el primer piso de su casa de Ornans en Doubs, hoy en día transformada en su museo. En esa casa también nacieron sus cuatro hermanas, Clarisse, Zoé, Zéile y Juliette, que fueron sus modelos preferidas. En un granero adyacente, su padre hizo construir treinta años más tarde el estudio en que el artista pintaría dos de sus cuadros más controvertidos: Los picapedreros y el Entierro de Ornans.
Gustave parece haber heredado el vigoroso temperamento de su padre, terrateniente y personalidad destacada de la región de Franche-Comté. A los 18 años, fue al Collège Royal de Besançon. Allí expresó abiertamente su descontento con las asignaturas clásicas tradicionales que se vio obligado a estudiar, llegando a liderar una revuelta entre los estudiantes. En 1838 se matriculó como externo y simultáneamente pudo asistir a las clases de Charles Flajoulot, director de la École des Beaux-Arts. En el colegio de Besançon, Courbet se hizo amigo de Max Buchon, cuyo Essais Poétiques (1839) ilustró con cuatro litografías.
En aquella época su pasión estaba centralizada en su admiración por Rembrandt y Franz Hals, y visita Holanda para contemplar sus obras. Solía frecuentar la Brasserie Andler, junto con otros intelectuales como Baudelaire, Proudhon, Vallée, Daumier y el crítico Champfleury.
Gustave Courbet
En 1847, tuvo un hijo fruto de la relación con la modelo Virginie Binet, pero nunca llegaron a casarse. "En el arte...un hombre casado es un reaccionario", sostenía. Al año siguiente participa de la Revolución de 1848. Courbet era una persona abiertamente socialista, situándose siempre del lado del pueblo y los revolucionarios; en 1848 contra Luis Felipe; y a partir del año 1851 contra Napoleón III, hasta su adhesión a la Comuna de París, tras la caída del Imperio.
Su rechazo a la Legión de Honor hizo que las susceptibilidades aumentaran a gran escala y rechinaran muchos dientes. "Mis opiniones de ciudadano se oponen a que yo acepte una recompensa que procede directamente del orden monárquico", alegó.
Sus cuadros causaban escándalo debido a su realismo sin concesiones. El contenido social de sus pinturas molestaba, y además Courbet era un personaje pasional, histriónico y testarudo que no agradaba fácilmente. En 1849 realizó Los picapedreros, cuya temática dio lugar a grandes polémicas, al narrar el desamparo de los trabajadores. El tema surgió de un encuentro cerca de Maisères, al divisar dos hombres picando piedras en el camino y quedar impresionado por su condición de subsistencia alienada.
Los picapedreros, 1849. Óleo sobre tela, 165 x 257 cm. Destruída en La Segunda Guerra Mundial.
Jules Vallès comentaba al respecto: "Juramentos de menosprecio, remachados con puñetazos en la mesa y alzamientos de hombros que recuerdan a un caballo piafando que sacude sus arneses encabritado o encelado". A otros pintores como Ingres y Delacroix también les impactó el cuadro, por su concepción inusual, explicativa y novedosa.
En 1855 la Exposición Universal de París rechazó una obra de Courbet, adjudicándole la etiqueta de rebelde. Un año antes esos mismos cuadros habían sido expuestos en Frankfurt, Viena y Berlín con gran éxito. El asunto fue el siguiente, en 1855, el pintor había sido convocado por el conde Nieuwerkeke, primo de Napoleón III y director general de los Museos Imperiales, para presentar ante el jurado de la Exposición un boceto de su obra: una alegoría de los siete años de su trabajo, denominada, El taller del artista.
El taller del artista, 1855. Óleo sobre tela, 359 x 598 cm. Musée d'Orsay, París.
La pintura representa su estudio colmado de personas relacionadas con su carrera. Individuos que lo habían ayudado y guiado por esos años, como Baudelaire y Proudhon. No solo pretendió reafirmar esos ideales que lo habían conducido sino que también representó tangiblemente sus teorías artísticas e inclinaciones políticas. Dichas metáforas aludían a la muerte del arte académico y romántico a través de la elección de personajes con las diferentes clases que componían la sociedad.
Courbet expresaba: "Solo he querido tomar del completo conocimiento de la tradición el sentimiento razonado e independiente de mi propia individualidad. Saber para poder, ése fue mi pensamiento". El resultado fue el rechazo del cuadro en la Exposición. Lo mismo sucedió con Las bañistas y El entierro de Ornans.
Las bañistas, 1853. Óleo sobre tela, 227 cm × 193 cm. Musée Fabre, Montpellier.
En una reacción histórica para el arte francés moderno, luego de no ser admitido y totalmente insatisfecho con la selección de obras del jurado para el Salón de la Exposición Universal de 1855 en París, Courbet organizó una exposición individual durante los mismos días de la feria con la esperanza de capitalizar los miles de turistas que llegarían a la capital francesa para el evento internacional. En un acto revolucionario e independiente, instaló cuarenta de sus pinturas en el "Pabellón del Realismo" de los Campos Elíseos; a modo de retrospectiva de sus trabajos hasta la fecha.
Unos de los cuadros que marcó el paso de Courbet del Realismo al Naturalismo fue Las señoritas a orillas del Sena, presentado en el Salón de 1857, también suscitando críticas por su temática.
Las señoritas a orillas del Sena, 1856. Óleo sobre tela, 174 x 206 cm. Musée du Petit Palais, París.
Se trata de dos señoritas de costumbres ligeras, de las que se veían pasear en barca los domingos de verano en compañía de ocasionales caballeros. En esta obra pretendió aunar el esplendor de las mujeres y la exuberancia de la naturaleza. Evocando magistralmente la presencia y la sensualidad de las mismas, los cuerpos oprimidos por el calor y la atmósfera agobiante.
Continuó con su actividad frenética hasta 1861, y realizó otro viaje a Alemania, donde volvió a cosechar éxitos. En Francia sus ideas anti y post románticas empezaron a suscitar interés sobre todo entre los jóvenes. Fruto de esa admiración, aceptó a fines de 1861 abrir una escuela en la Rue Notre-Dame des Champs para un grupo reducido de alumnos, entre los que se encontraba Henri de Fantin-Latour.
Courbet estaba en desacuerdo con las escuelas y las enseñanzas de la época y por eso estipuló a sus alumnos unas paradójicas reglas: no hacer lo que hacia él, no hacer lo que hacían los demás, no hacer lo que antes hizo Rafael, bajo pena de suicidio artístico. En definitiva, hacer lo que se quisiera, lo que se sintiera, lo que se viera. Con semejantes ideas, no es sorprendente que las clases de Courbet duraran sólo unos meses. Por una parte esto sirvió para abrir mentalidades y por otra no hizo más que aumentar enemigos y adversarios del Realismo.
Tras la derrota de Napoleón III en Sedan, Courbet fue elegido presidente de la Superintendencia de los Museos Nacionales. Se encargó de proteger los monumentos de la capital de los riesgos de la guerra, pero cometió un error garrafal al hacer votar una petición para derribar la Columna Vendôme, monumento que juzgaba desprovisto de valor artístico por ser "tendente a perpetuar en su expresión las ideas de guerra y de conquista, propias de una dinastía imperial", ideas que eran completamente contrarias a la idea de una nación republicana.
El 16 de Mayo de 1871, cinco días después de haber dejado su cargo de presidente de la Federación de Artistas, La Columna Vendôme fue derruida. El 28 de mayo fue tomada la última barricada en París y el 7 de junio Courbet fue detenido. La justicia lo acusó de "complicidad en la destrucción de monumentos" y lo condenó a seis meses de reclusión y a pagar 500 francos de multa. Al salir de prisión su desdicha continuó al ser embargados todos sus bienes por el Estado para reconstruir la Columna a sus expensas.
Se exilió en Suiza el verano de 1873, a Tour-de-Peilz, cerca de Vevey, donde se alojó en un viejo albergue de pescadores. Ahí empezaría a sentir los primeros síntomas de la enfermedad que acabaría con él, la hidropesía. Enfermo, triste y solo, acosado por el fisco francés siguió pintando, pero sus cuadros ya no tenían la fuerza de antes.
Murió el 31 de diciembre de 1877 sin poder llegar a acudir a un tratamiento de rehabilitación en París, apagándose con él unos de los espíritus más apasionados y talentosos de la historia del arte.
Autorretrato, El Hombre con pipa, 1849. Óleo sobre tela, 45 x 37 cm. Musée Fabre, Montepellier.
Aproximación a la obra Autorretrato con perro negro (1842)
Esta obra le permitió entrar por primera vez en El Salón de Paris de 1844. El artista se pintó en un paisaje que probablemente sea el valle de Bonnevaux, en su provincia natal, conforme a la moda romántica introducida por los pintores ingleses del siglo XVIII.
Autorretrato con perro negro, 1842. Óleo sobre tela, 55 x 77 cm. Pétit Palais, Francia.
Su propia figura envuelta en un abrigo negro junto con el perro conforman una composición piramidal que se destaca frente a la gran roca de tonos ocres y dorados. En el fondo y a lo lejos se aprecia el paisaje que gracias a la perspectiva aérea construida a base de tonalidades grisáceas y blancas se percibe como distante.
En este autorretrato ya se esboza la madurez de su personalidad artística en la utilización de los colores; sus tonos profundos con dorados violentos más fríos a la sombra, con el negro. Y el gris del cielo, este detalle delata como Courbet trató el color, utilizando por primera vez la espátula, la cual luego no abandonará para extender la materia densa en la tela y darle el aspecto informal de una superficie que a veces parece helada, a veces agrietada y a veces quemada como arcilla seca.
La figura de Courbet nos mira altivamente, con una aparente relajación y dejo irónico, mientras que el perro permanece erguido e impávido sentado de frente. El rostro del artista se ilumina y emerge bajo el ala del sombrero, y sus cabellos oscuros y largos le confieren un aire romántico a su investidura, sosteniendo en su mano una pipa, en vez de un pincel.
En Autorretrato con perro negro, Courbet se representó con una condescendencia ingenua y misteriosa, con la actitud teatral y hasta enfática que le gustó adoptar en su vida, forjando una imagen de héroe romántico al estilo Byron.
Cuando observamos los autorretratos de Courbet, que son muchos, descubrimos que sintió un enorme placer y satisfacción al autorretratarse. En ellos pareciera buscar el porqué de la existencia, el autoconocimiento, el transcurrir de su propia vida y la eternización como lo hicieron muchos otros maestros, basta mencionar a Rembrandt, admirado por éste artista y posteriormente Van Gogh.
En otro autorretrato, El Desesperado, esbozó el terror y la locura, y en El hombre herido un agonizante sosiego; que representa al hombre al cual la muerte libera del amor o al hombre al cual la belleza se le revela sólo en el sufrimiento.
El Desesperado, 1845. Óleo sobre lienzo, 45 x 54 cm. Colección Privada.
Ningún maestro anterior al siglo XIX, se autorretrató en el exterior, en un escenario bastante inusual como lo hizo Courbet. Escapa totalmente a la bien conocida fórmula de los retratos neoclásicos de naturaleza científica. Autorretrato con perro negro se puede vincular al Retrato de Alexander von Humboldt, (naturalista y explorador prusiano, cuyos viajes de exploración fueron comparables a los de Darwin) pintado por el maestro de Courbet, Charles von Steuben, una obra del siglo XIX extremadamente conocida en Francia.
Retrato de Alexander von Humboldt, 1812, Carl von Steuben.
Ambos, erudito y artista están sentados en una saliente rocosa con vistas a un valle aparentemente descansando de un viaje de dibujo, se puede ver también un cuaderno de esbozos detrás de la espalda, al igual que en el autorretrato de Courbet.
La prominente presencia de los cuadernos de notas en ambas obras sugiere la observación exhaustiva de la naturaleza en materia científica, como lo vieron los pensadores románticos de la época. Sin embargo, hoy en día dicha observación pareciera estar muy alejada de la idea de "soñar frente a la misma".
Absorber la naturaleza
"Es la introducción lírica de la naturaleza, del olor de las hojas mojadas, de las paredes musgosas del bosque, en la pintura del siglo XIX [...]. ¡Y la nieve; ha pintado la nieve como nadie!".
Paul Cézanne
En 1854 Courbet escribió en una carta: "Confío siempre ganarme la vida con mi arte sin tener que desviarme nunca de mis principios ni el grueso de un cabello, sin traicionar mi conciencia un solo instante, sin pintar siquiera lo que pueda abarcarse con una mano solo por darle gusto a alguien o por vender con más facilidad".
También le confiaba a su amigo, el filósofo Proudhon, frases como: "...la verdadera belleza sólo se halla entre nosotros en el sufrimiento y el dolor". Y en sus obras algo que llama la atención es su mirada determinante que evidencia esa personalidad de "a todo o nada".
André Gill, (caricaturista francés del siglo XIX), recuerda estar impresionado por el poder de los ojos de Courbet: "Mirándolo, a menudo pensaba en su increíble poder de visión. Los imaginé enfocándose en un fragmento de la naturaleza, absorbiéndolo, por así decirlo, y aprisionando para siempre la imagen debajo de sus párpados".
El hombre herido, 1844. Óleo sobre tela, 81 x 97 cm. Musée d' Orsay, París.
E. Gros Kost recuerda cómo Courbet se levantó durante una cena en Maizières y salió al jardín. Cuando los otros invitados después del postre se le unieron, lo encontraron apoyado contra un árbol, sosteniendo su pipa en la mano. "Sus ojos bien abiertos y fijos, él solo mirando". Ambos, Gill y Kost, en cuanto a los rasgos y caracterizaciones referidas a Courbet, lo señalaron como un soñador, un vidente, cuyo poder de observación envolvía a la naturaleza.
La ola, 1869/1870. Óleo sobre tela, 63 x 92 cm. Kunstinstitut Städelsches, Frankfurt.
En el año 1866 pintó El origen del mundo, una controvertida pintura, oculta durante gran parte de su historia, ahora se exhibe en el Musée d'Orsay, el Estado francés la recibió en 1981 pero continuó almacenada hasta 1995.
El origen del mundo, 1866. Óleo sobre tela, 46 x 55 cm. Musée d'Orsay, París.
El historiador francés Claude Schopp, biógrafo de Alejandro Dumas, sostuvo que la misteriosa mujer que inspiró el lienzo se trataba de Constance Quéniaux, una bailarina de la Ópera de París, que interpretó pequeños papeles antes de convertirse en una cortesana solicitada por algunos de los hombres más poderosos de la capital francesa.
Constance Quéniaux, en una imagen tomada por Félix Nadar.
Más allá de lo audaz y directo del tema y el shock que aún sigue generando un siglo y medio después, por ser modernidad prematura, lo que la aleja de una imagen pornográfica y la convierte en una obra maestra es el tratamiento y refinamiento del color.
El ámbar de la piel del cuerpo es sutil y deslumbrante. Y la maestría en la utilización de las capas de pintura, el tratamiento de la luz con pinceladas amplias y sensuales al estilo de la Escuela Veneciana recuerdan a los maestros Tiziano, Correggio y Veronés, el mismo Courbet sostenía ser su descendiente directo.
Courbet nunca pretendió ser discípulo más que de la naturaleza. Hasta cierto punto por temperamento y por programa se lo podría comparar a Caravaggio, al no desear ni aspirar a la belleza sino a la pura verdad.