Barbara Chase-Riboud y una nueva definición de la escultura

Una de las artistas más sobresalientes del siglo XX, que con su audaz fusión de materiales empujó los límites de la práctica escultórica. Además es poeta y novelista premiada y aclamada por la crítica.
Por Luciana García Belbey

 

Pocas obras generan tal nivel de asombro como las majestuosas esculturas de Barbara Chase-Riboud. Despiertan una sensación, primitiva e indeleble, como cuando se ve algo por primera vez en la vida. Difíciles de describir, y, en algún punto, inclasificables, como todas las obras que trascienden su tiempo. Las esculturas de la reconocida artista norteamericana son dueñas de un lenguaje absolutamente auténtico y original. Sus piezas tienen gran potencia formal y visual, lograda a partir de una excepcional hibridación de materiales tan contrastantes como disímiles, como lo son el metal y el textil. Esta sorprendente combinación recuerda la legendaria frase del poeta Isidore Lucien Ducasse, mejor conocido como Conde de Lautréamont y precursor del surrealismo: “Bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”.

Barbara Chase-Riboud (Filadelfia, 1939) fue un talento precoz, en muchas de sus biografías es habitual que se la clasifique como una niña prodigio. Según la propia artista cuenta en varias entrevistas, su abuela fue la primera escultora de la familia, ya que fue quien más contribuyó a esculpir su destino como artista. Fue quien modeló a la pequeña Barbara, considerada prontamente como un prodigio familiar. Desde muy temprana edad toda su familia la alentó a desarrollarse en el ámbito de las artes. A los siete años comenzó clases de arte y ballet, a los quince, sin siquiera tomar verdadera dimensión de lo que eso significaba, adquiere su primera obra nada más y nada menos que el Museo de Arte Moderno de Nueva York . Reba (1953-54), una xilografía de pequeño formato, que resultó ser la primera adquisición del museo a una artista mujer. Con este grabado había ganado un concurso organizado por la revista Seventeen, y parte del premio era una exposición en la Galería ACA, en Nueva York. William Lieberman, Director del recientemente creado Departamento de grabados y dibujos del MoMA, entró en la galería y compró el grabado de Chase-Riboud exhibido sin saber nada acerca de quién lo había creado. En la actualidad cinco obras suyas integran la colección de esta prestigiosa institución artística. 

 

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 Reba (1953-54) 

 

En 1956 se graduó en Tyler School of Arts, en Temple University, Filadelfia, donde los directivos la alentaron para que aplique a una beca de perfeccionamiento y proseguir con sus estudios en la Escuela Americana de Arte en Roma. En la ciudad eterna construyó su primera escultura de gran formato, Adán y Eva (1958). Pieza que devela la gran admiración que la escultora sentía por Alberto Giacometti. Fue además la obra que le permitió también conocer en profundidad la fundición en bronce y sobre todo la técnica a la cera perdida, pero sin núcleo y sin yeso, un método definitivamente revolucionario que le valió ser considerada una absoluta pionera en este uso experimental del milenario procedimiento técnico. Al trabajar de esta manera se convirtió en una de las primeras artistas en desarrollar la abstracción total en escultura. De allí en más, su producción que hasta el momento había estado relacionada al surrealismo, siguiendo un repertorio más bien figurativo, aunque sintético, se fue encaminando hacia la abstracción plena y a la cada vez más radical experimentación con los materiales empleados, lo que con el correr de los años se volvió su sello característico. 

 

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 Adán y Eva (1958)

 

A finales de la década del 50 regresa a los Estados Unidos para continuar con sus estudios en la Facultad de Diseño y Arquitectura de Yale University, donde obtiene su Maestría en Artes Visuales, así se convierte en la primera estudiante afroamericana en graduarse en esa casa de estudios. Chase-Riboud, era una de las dos únicas mujeres en la escuela en ese momento, su compañera de estudios, y luego gran colega era Sheila Hicks

 

Redefiniendo la escultura 

En los años sesenta se estableció en París donde vive desde entonces, y donde conoció al que sería su primer marido, el fotógrafo francés, integrante de la agencia Magnum Marc, Eugène Riboud. En la capital francesa fundará su propio estudio y se convertirá en Directora de Arte de la edición parisina del New York Times. Los trabajos respectivos de la joven pareja los llevaron a viajar por el mundo lo que inspiró a la artista enormemente para sus producciones posteriores. La visita que hicieron a la República Popular China en 1965 le valió a Chase-Riboud ser considerada la primera mujer estadounidense en visitar ese país desde que terminó la revolución política de 1949. 

Es a mediados de la década del sesenta cuando comienza a realizar sus series más significativas hasta entonces. En estos trabajos emprende el desarrollo de su lenguaje más característico en el que combina la abstracción total en volúmenes que integraban tanto lo geométrico como lo orgánico. Mayoritariamente realizadas en bronce, material rotundo y contundente, combinado con partes en fibras y elementos textiles que, en contraposición al metal, remiten simbólicamente a la idea de fragilidad. Si bien formalmente y compositivamente empieza a diferenciarse de la estética de Giacometti, los mechones que suelen caer por debajo de los armazones metálicos son una referencia ineludible a las infinitas y delgadas piernas que solía realizar a sus delgadas figuras el mítico escultor italiano. 

Las piezas de este período comienzan, a su vez, a generar interesantes guiños a la historia del arte y la cultura, huellas conceptuales que la artista esgrime en los títulos de sus producciones. Buen ejemplo de ello son Homage to Gustave Courbet (1967), compuesta por una estructura triangular de bronce bruñido, que en su interior “anida” tejidos y hebras de seda de profundo color negro. O Meta Mondrian Monumentale (1967), modelo a escala de la primera escultura pública de la artista, una masiva estructura rectangular donde se intercalan poderosos y puntiagudos relieves de aluminio pulido con cordones de seda negra que caen en cascada entre las estrechas estructuras metálicas, de modo de emular el flujo de agua. La fuente original fue encargada para el ahora demolido centro comercial Wheaton Plaza.

 

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Meta Mondrian Monumentale (1967)

 

Otra de sus obras más notables es Confessions to Myself (1972). Período en el que perfeccionó el proceso por ella creado de esculpir a partir de la utilización de delgadas láminas de cera flexible y modelar objetos y formas directamente durante la fundición. Podría tratarse de un autorretrato encubierto, aunque también sugiere a una figura femenina en un profundo luto: envuelta en una especie de caparazón negro lujosamente sinuoso como un burka blindado y con una túnica llena de intricados pliegues con manojos de hilos, hebras y lanas anudadas que fluyen por la parte inferior de la pieza. 

 

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Confessions to Myself (1972)

 

Una de las series iniciadas por esta época y que ha sostenido por varios años es la dedicada a la mítica figura de Cleopatra. La idea para abordar estos trabajos se remonta a un viaje que su marido Marc Riboud realizó a China a inicios de los setenta para registrar el recientemente descubierto Sudario de Han. Durante su estadía escribió cartas a su esposa donde describe con gran nivel de detalle la laboriosidad con que estaba realizada la pieza, y cómo estaban “cosidas” entre sí las placas de jade que formaban la estructura. Así nació la primera obra de la serie Cleopatra´s Cape (1973), que al igual que las placas de piedra, en ésta las 3947 placas metálicas estaban unidas entre sí a partir de fibras cosidas. Lo revolucionario de estas monumentales estructuras fue el procedimiento empleado para su construcción, ya que no se trató de fundición a la cera perdida, como venía utilizando hasta el momento, sino fundición en arena. Un procedimiento utilizado a nivel industrial, con el que se pueden hacer desde válvulas para autos hasta mega estructuras de ingeniería. Le siguen Cleopatra´s Bed (1992) y Cleopatra´s wedding dress (2003), última de la serie y considerada por la propia artista como un gran símbolo del poder de la mujer. En esta serie logra fusionar magistralmente los dos materiales largamente utilizados por la escultora, así la dureza del metal se convierte en una enorme y maleable trama textil.

 

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Cleopatra´s wedding dress (2003) 

 

Esta serie en cuanto a la resolución compositiva puede relacionarse con la dedicada a Joséphine Baker, la legendaria bailarina súmmum del movimiento. A diferencia de otras obras monumentales como Zanzibar/Black (1974-1975), que cuentan una marcada configuración frontal, tectónicas, rígidas y rotundas, las piezas consagradas a Baker, en cambio, están resueltas a partir de volúmenes escultóricos livianos, y delgados, que se despliegan y expanden por el espacio. Las cuerdas cuelgan con ritmo y gran flexibilidad, separadas de la efigie principal. En estos trabajos Chase-Riboud busca materializar el ritmo del baile y la música del Jazz. Ideas que se relacionan con el futurismo, movimiento de vanguardia que perseguía la representación del movimiento en sí mismo. 

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Zanzibar/Black (1974-1975)

 

Un nuevo tipo de monumento

En la tradición escultórica, un monumento es una representación conmemorativa, generalmente figurativa y emplazada en un determinado espacio que por convención es significativo y se relaciona con la figura homenajeada. Chase-Riboud parte de la lógica de momento para subvertirla y para elevarla a una nueva categoría. El ejemplo más cabal de estos procedimientos conceptuales y técnicos es la serie dedicada a Malcolm X, iniciada en 1969, a causa del asesinato de éste en 1965, durante una reunión de la Organización de la Unidad Afroamericana. Cuando la artista se enteró de este traumático suceso, aunque nunca había conocido en persona al político, quedó inmensamente impactada y destrozada anímicamente. En ese momento comenzó a pensar, proyectar, y a delinear la que sería la serie más importante de su larga trayectoria, que cuenta con más de veinte piezas de gran envergadura. Las más destacadas son: Monument to Malcolm for the 7 américains de París, y rápidamente ese mismo año le siguieron Malcolm X #2 y Malcolm X #3, aunque es un motivo al que ha vuelto una y otra vez a lo largo de su extensa trayectoria.

Además de subvertir la noción de representación en tanto que utiliza un lenguaje absolutamente abstracto para la realización de estos “monumentos”, otro concepto que cuestiona a partir de este conjunto es la idea misma de retrato. En estas obras Chase-Riboud no apela a un tratamiento formal teniendo en cuentas las cualidades físicas del homenajeado, sino todo lo contrario. Dado que parte del concepto de memoria, lo que la artista pretende encarnar en estas esculturas es “la idea de Malcolm”, sus valores, su lucha por los derechos civiles de los ciudadanos afroestadounidenses, y su legado. Convirtiéndose en una de las figuras más influyentes de la cultura afroamericana y de la política del siglo XX, no solo de Estados Unidos, sino a nivel global. "Era una forma de expresar a Malcolm como un concepto sin ningún gesto narrativo", explica Chase-Riboud.

 

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Malcolm X #3

 

Otra idea central que la artista toma para la realización de estas piezas es la que remite al monumento funerario, en tanto que las considera “Estelas”, de allí su formato generalmente elongado y macizo, a pesar de los agregados textiles. En la antigua civilización egipcia una estela funeraria servía para identificar al difunto y perpetuar su nombre en su tumba, a la vez que brinda un gran testimonio de su vida y de sus relaciones con otros seres, humanos y divinos. Otro aspecto formal y técnico a destacar de este soberbio conjunto es que son las primeras obras en las que la escultora fusiona magistralmente piezas metálicas con mechones, trenzas, nudos, y tejidos, tanto de hilos de seda como de distintos tipos de lana. Según cuenta la propia artista, su colega y compañera de estudios, la gran Sheila Hicks fue quien la ayudó a dar este importante paso en su carrera, lo que le posibilitó consolidar su lenguaje plástico tan audaz, único y personal.

Paralelamente a su práctica escultórica, Chase-Riboud es una distinguida poeta y escritora de novelas históricas. En 1974 publicó su primer libro de poesía, From Memphis & Peking, editado por Toni Morrison, y en 1979 publicó su primera novela, Sally Hemings, sobre la relación entre Thomas Jefferson y su amante esclavizada. Si bien generó gran controversia, despertó por igual admiración y polémica, se convirtió en un éxito de ventas internacional y luego sería traducido a once idiomas. En 1994, publicó The President's Daughter, una obra que continuó la historia de Sally Hemings, al imaginar la vida de su hija. Sus colecciones de poesía incluyen Retrato de una mujer desnuda como Cleopatra (1987) y Cada vez que se deshace un nudo, se libera un dios (2014). Sus novelas además componen los siguientes títulos: Valide: A Novel of the Harem (1986); Eco de leones (1989); La Venus hotentote: una novela (2003); y La gran señora Elías: una novela (2022). En octubre de 2022, Princeton University Press publicó I Always Knew: A Memoir, un retrato íntimo y vivaz de su vida contada a través de las cartas que la artista escribió a su madre, Vivian Mae Chase, entre 1957 y 1991. Sus escritos guardan una gran relación con su práctica escultórica, ambas disciplinas toman temáticas y preocupaciones similares, ambas remiten a la historia, a la herencia cultural, a la memoria. “La memoria lo es todo”, cuenta con frecuencia la artista.

Sus esculturas trascienden todo canon establecido, escapan a todo tipo de clasificación. Fusionan con gran maestría lo histórico y lo actual, lo figurativo y lo abstracto, lo geométrico y lo orgánico, lo sólido y lo blando; la delicadeza de los textiles y la dureza de los metales. Si consideramos que la noción de ambigüedad, en tanto significación múltiple, oscilación e indeterminación, es uno de los rasgos más característicos de las producciones artísticas de la actualidad; a imagen y semejanza del tiempo histórico que nos toca vivir, la obra de Chase-Riboud encarna como pocas este modo de ser en el mundo. 

 

 

 

 

 

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