Constantin Brancusi: la simplificación de las formas

El artista rumano, figura mítica de la década del veinte en París, fue un pilar escultórico de la modernidad. El responsable de que la escultura contemporánea se convirtiera nuevamente en signo universal.
Por Gisela Asmundo

“Adoro el gesto de tus manos abiertas 

Exponiendo las cosas: el cegador rayo de fuego

Que ilumina la voz de tu imaginación.

Adoro tu risa y todas sus cadencias,

Las tempestades de tu habla, las flameantes palabras

De sabiduría, todos los ágiles pensamientos

Que arden y se hierven en tu alegre cerebro…”  

Nancy Cunard, “Praise”

 


Nacido en Rumania el 19 de febrero de 1876, Brancusi, hijo de padres campesinos, fue un genio en sí mismo, que aprendió a leer y escribir por su cuenta. Creció en el pequeño pueblo de Hobița y desde los siete años viajó por el campo como pastor realizando diferentes tareas.

En 1894 ingresó en la Escuela de Artes y Oficios de Craiova y en 1898 fue admitido en la Escuela de Bellas Artes de Bucarest donde obtuvo una beca y varios premios. Luego de adquirir esta formación clásica partió a París. Llegó a la capital francesa a pie en 1904, desde "más allá de las montañas y más allá de las estrellas", como le gustaba decir. En la Escuela de París se enamoró de la escultura arcaica del Trocadero, que resultó una influencia e inspiración para sus obras. 

 

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 Constantin Brancusi.

 

En 1905 comienza a utilizar la cámara fotográfica para interpretar y presentar sus esculturas como solo él las veía. Esculpe cientos de esculturas y toma miles de fotografías mediante este proceso. En 1908 ejecuta El beso, su primera obra que distaba de ser una escultura clásica, en donde las figuras verticales de dos adolescentes entrelazados forman un volumen cerrado con líneas simétricas. En su intento de crear algo diferente, con la talla directa, afirma el uso puro y orgánico de la forma que se convertiría en su propio sello y que influiría en el trabajo de numerosos artistas, como Modigliani por ejemplo. 

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El beso (1908).

 

En 1910, la baronesa Renée Irana Frachon fue la inspiración para la escultura Musa dormida. La cabeza inclinada de un lado, como si estuviera entregada a un profundo sueño, no es estática sino que sugiere un cierto movimiento al estar suspendida en un equilibrio precario. En 1913 expone cinco piezas en el Armory Show de Nueva York y al año siguiente realiza su primera exposición individual en la galería del prestigioso fotógrafo, Alfred Stieglitz, donde conoce a su protector y mayor coleccionista, el abogado John Quinn. Durante el régimen comunista, Brancusi jamás regresa de manera permanente a Rumania, pero visita el país en ocho ocasiones, hasta su muerte en París el 16 de marzo de 1957.

 

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 Musa dormida (1910). Medidas, 15.2 cm × 24.1 cm × 17.1 cm. Metropolitan Museum.

 

La Jeune Fille Sophistiquée / La niña sofisticada

En 1954 Frederick Safford y su esposa Elizabeth concurrieron personalmente al estudio del artista donde hallaron esta escultura que él compró como regalo de cumpleaños para su mujer. Según palabras de los herederos: “Decenas de artículos de mármol y madera se desparramaban en un laberinto frente a ellos y había poco espacio para moverse. Nuestros padres tardaron unos minutos en asimilar lo que veían. Una luz brillante pasó por encima de ellos y casi los cegó, entonces apareció Brancusi”. La obra permaneció en la colección de la familia Stafford por seis décadas, durante los cuales fue prestada a diferentes instituciones tales como el Museo Metropolitano de Arte, el Guggenheim y el Pompidou, entre otros. Finalmente, fue subastada por la casa Christie´s en 2018 por más de setenta millones de dólares. 

En La Jeune fille sophistiquée se aprecia el espíritu refinado y armonioso que emana del bronce pulido, inspirado en otra de sus musas, Nancy Cunard. La pieza se apoya sobre un pedestal de mármol tallado a mano tal como la ideó el artista, ya que para él, la interacción entre los materiales era muy importante. La forma establece una relación con el espacio circundante al adentrarse dinámicamente. Brancusi tenía como aspiración expresar la esencia a través de formas simplificadas, inspirado por la sencillez, primitivismo y expresividad del arte popular rumano y el arte africano. En su forma elemental y absoluta, la escultura contiene una energía interna que parece empujar desde adentro, una fuerza comprimida similar a la peculiar energía que desprendía Cunard, quien tenía una devoción por los accesorios de cultura africana. Acostumbraba a portar extravagantes collares de cubos de madera y brazaletes elaborados con hueso y marfil en ambos brazos desde la muñeca hasta el codo. Su estilo llamativo y poco convencional acaparaba la atención de los fotógrafos de la época. Aunque nunca posó directamente para Brancusi, su extraña belleza capturó claramente su imaginación. "Todo sobre la forma en que se comportaba -sostenía el artista- demostraba lo verdaderamente sofisticada que era para su tiempo".

 

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La jeune fille sophistiquée (Retrato de Nancy Cunard), 1932. Bronce pulido con base de mármol.

 

¿Pero quién fue Nancy Cunard? Poeta y editora, excéntrica en su comportamiento, militante comprometida con la igualdad racial y los derechos civiles en Estados Unidos, próxima al surrealismo y al dadaísmo, fue, entre otras cosas, la primera persona en publicar a Beckett (Cunard aparece varias veces en un discurso largo y culminante en la obra del escritor). Nació en Londres el 10 de marzo de 1896, en el seno de una familia aristocrática británica. Su padre fue Sir Bache Cunard, heredero de las empresas navieras de Cunard Line, y su madre fue Maud Alice Burke, una estadounidense, que adoptó el nombre Emerald y se convirtió en una de las principales anfitrionas de la sociedad londinense. Lo llamativo de Cunard es que fue musa de varios de los más distinguidos escritores y artistas de la época como Aldous Huxley, Tristan Tzara, Wyndham Lewis, Ezra Pound y Louis Aragon. Entre sus amantes también se encuentran Ernest Hemingway, James Joyce, Langston Hughes, Man Ray, William Carlos Williams y claro está, el propio Brancusi.

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Nancy Cunard.

 

La escultura como naturalismo orgánico

En la París de los años veinte, Brancusi era considerado casi como una figura mítica. La importancia de su propio taller era fundamental y se había resistido siempre a llevar una vida mundana y a exponer sus obras. Convirtió su lugar de trabajo en un espacio de apariencia rural lleno de encanto, ámbito de exposición preferido, donde recibía amigos, intelectuales, artistas, fotógrafos, bailarinas y músicos, tales como Erik Satie, Marcel Duchamp, Pablo Picasso, Fernand Léger, Peggy Guggenheim, Tristan Tzara, Edward Steichen, Lizica Codreanu y Florence Meyer, entre muchos otros. Le gustaba cocinar platos tradicionales rumanos, con los que recibía a los invitados. Además de poseer un amplio espectro de intereses, desde la ciencia hasta la música, era conocido por tocar el violín. Cantaba y tocaba viejas canciones populares rumanas, a menudo expresando sentimientos de nostalgia. 

 

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Marcel Duchamp, Constantin Brancusi, Tristan Tzara y Man Ray en el taller (1921).

 

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Atelier Brancusi.

 

Con el allure de lo simple, sus manos esculpieron piezas de líneas puras, que encarnan el misterio de la vida. Su manera de trabajar dialogaba con lo espiritual, y podría definirse en términos de naturalismo orgánico, renunciando a la estatuaria clásica y al mundo de lo visible, aspirando a representar la vida en estado puro que late en todo organismo. Se le considera el inventor de un lenguaje escultórico inédito y uno de los pilares de la modernidad. Ya desde las primeras obras, La oración, La sabiduría de la tierra y El beso, instaló una reflexión sobre la simplificación de las formas. Con Brancusi, la escultura volvió a convertirse en signo universal, símbolo del vínculo entre lo humano y la tierra.

 

+ INFO La recreación del taller de Brancusi a cargo de Renzo Piano en el Centre Pompidou.

 

 

 

 

 

 

 

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