En 1996, en La Boca, abrió sus puertas Proa, un espacio que revolucionó el barrio y cambió el mapa de la escena artística de Buenos Aires, lo que no es poco. Hasta ese momento, el sur de la Ciudad no estaba asociado con el mundo de la cultura y los referentes se encontraban, en su gran mayoría, hacia el norte. Sin embargo, a partir de una propuesta cultural variada, que conjuga lo nacional con lo internacional, se convirtió en un faro para otros espacios y fue punta de lanza para que este rincón de Buenos Aires se convierta en el Distrito de las Artes. Si bien la zona tenía ya una tradición histórica con talleres de artistas, algunas fundaciones y museos, en la actualidad cohabitan más de quince galerías de arte, once museos, seis teatros, siete residencias, siete espacios educativos y de investigación, y un centenar de talleres, entre otros espacios.
En 2018 se sumó Proa21, un nuevo espacio dedicado al arte emergente con foco en la creación, experimentación y que funciona como un laboratorio de investigación, con su propia agenda. Durante 2023, la muestra El dorado fue reconocida como “mejor proyecto expositivo internacional” con el galardón Premios Expone, un prestigioso premio internacional, en el marco del Culture & Museums International Tech Forum, en España.
En este diálogo, Adriana Rosenberg, presidenta y directora de Fundación Proa, recorre los desafíos al frente de la institución desde sus inicios, cómo se trabajan las muestras, los cambios que produjo la pandemia y otorga su mirada sobre las instituciones argentinas en la actualidad, entre otros temas.
-¿Considerás que desde sus inicios hasta la actualidad Proa logró los objetivos que tenían en mente?
-En principio te diría que sí, algunos fueron superados; otros todavía son un working progress, pero en general, sí. Nosotros llegamos a un lugar al que no venía nadie, muy marginado, que todavía se inundaba en ese momento. En ese entonces pensamos en construir una institución internacional y creo que, en relación a otras instituciones internacionales de Argentina, hoy somos una referencia.
-¿Y cuáles son los objetivos que todavía faltan por alcanzar?
-Bueno, lo que pasa es que los objetivos van cambiando a medida que vas creciendo. Por ejemplo, si bien no era un objetivo en el principio, hoy nos interesa todo lo que tiene que ver con la situación educativa, de lo que puede ser una gestión cultural. Tenemos mucha formación ya, años de experiencia en hacer muestras y eventos internacionales, coloquios y simposios, y conocemos las leyes de derechos de autor y demás. Entonces nos parece que estamos en condiciones de transferir esa situación desde el punto de vista educativo. Somos una institución educativa en relación a las actividades; o sea, nosotros hacemos una muestra y hacemos un coloquio, investigamos, comunicamos, damos clases a distancia, pero están relacionadas a la actividad. Creo que un objetivo a desarrollar, que sería bueno porque creo que es interesante para el país, es la posibilidad de transmitir esta experiencia de años de relaciones internacionales al resto de la gente.
-¿Cuáles son los caminos para lograr eso?
-Pienso que puede ser un instituto, pueden ser pequeños cursos, un poco estamos pensando en ver cómo se puede organizar dado que, por ejemplo, en nuestra web tenemos cualquier cantidad de material. Creo que hoy las herramientas te ayudan mucho para poder construir pequeños programas, donde la gente pueda acceder a documentos, a la información, a leyes y a toda una capacitación importante que es fundamental cuando entras en relación, no solo con las instituciones internacionales, sino también con los locales. Un poco institucionalizar toda la gestión cultural en arte.
-Tomando esto con lo que decías al principio sobre los objetivos y cómo van cambiando y, pensando también en lo mucho que se está hablando sobre cómo repensar los espacios culturales, romper con la idea de que son solo un espacio de visita, etcétera, y llegar a nuevas audiencias, ¿creés, a nivel general, que está sucediendo?
-Pienso que es ambivalente. Viajé hace poco a ver de nuevo el museo de Pinault, en París, la Bolsa, con una refacción del edificio con proyecto extraordinario. Pero el diseño expositivo, por ejemplo, me pareció poco interesante y no muy actualizado, porque pone como a la obra de arte muy sagrada, como que entrás en una catedral y tenés que adorarla. Genera una situación de mucha distancia entre cómo se presenta la obra y el espectador. Eso nunca me resultó interesante, me parece que la idea de una casa de la cultura requiere de un concepto mucho más amplio que la sacralización de una obra que además, ya vimos a lo largo de los años, cambian las modas, los artistas, los paradigmas. Ahora lo políticamente correcto son unos conceptos y mañana son otros y ayer, otros. En ese sentido me parece que las grandes instituciones internacionales provocan una distancia con el contemplador, si bien tienen millones de visitantes. Es paradojal la cantidad de gente que va a hacer turismo cultural y la distancia también que provoca eso.
-Claro, ¿y cómo se piensa en romper con eso desde Proa, teniendo en cuenta también que el público local tiene sus propias características?
-Proa está construido desde sus inicios arquitectónicos, desde el diseño, como una situación bastante doméstica. La gente se siente muy afín cuando entra, no tiene una sensación de que ahí va a ver la obra y se tiene que callar la boca, etcétera. Está pensado deliberadamente la posibilidad de incluirte en el espacio del museo. Esa tendencia de las sacralización es algo que se viene dando hace bastante tiempo y que de alguna manera también tiene mucho que ver con el mercado de arte, con la idea de que esos grandes artistas son consagrados y después baten récords en los remates internacionales. Nosotros tenemos, por el lugar donde estamos alojados, dos intereses, uno es el público general y otro es el público barrial. Tenemos un programa pensado para las escuelas de la zona. Por ejemplo, ahora con el cine en vacaciones de invierno, dedicado al barrio especialmente. Porque es la única vez que los chicos van al cine en todo el año o nunca fueron. Es un programa que va creciendo. Entonces vos estás trabajando con varios públicos diferentes, con públicos de alto nivel adquisitivo y también con una problemática de la extensión en el barrio y el interés de que el barrio de alguna manera participe. Es un barrio con gente que no puede pagar una entrada o no puede acceder o se siente menospreciado por ir, es complejo. Para nosotros también es una preocupación.
-Imagino que es un desafío doble, en el sentido de que además del espacio también hay que ver cómo se presenta el relato del arte contemporáneo que, muchas veces, parece tomar distancia del espectador.
-Exacto. Es verdad que el arte contemporáneo tiene una distancia. Hay mucho de distancia, muchos artistas trabajan una cosa muy conceptual que está bastante alejada y que tiene que ver no con el público, sino con la misma problemática artística, el arte por el arte. El lenguaje artístico que va dialogando entre sí y que va contestándose. Por otro lado hay una clase de arte que le interesa más llegar al público, otra clase, más político. El campo artístico es muy variado y de alguna manera como institución tenés que dar cuenta un poco de esa variedad. En algunos momentos se te vuelve muy hermético, en otros muy enunciativo y en otros muy fácil y accesible, pero bueno, depende mucho también de las personas.
-Y en lo personal, ¿hay algún tipo de arte que te atraiga más?, ¿algún movimiento?
-No tengo una preferencia, un poco por lo que explicaba recién, se está atento siempre a detectar artistas de muy buena calidad, más allá de que todo es muy subjetivo. No es que tengo una preferencia, puedo quedarme seducida por una obra abstracta o también me puedo conmover con una obra de León Ferrari totalmente política. Me parece que no hay un un género, sino artistas muy destacados, que te conmueven.
-¿Considerás que hay una ausencia de artistas que logren conmover hoy?
-No, para nada. Creo que hay grandes artistas en todas las épocas. Aparte depende un poco de las afinidades, lo que a mí me conmueve quizá no es lo que conmueve al otro. En ese sentido los peligros institucionales son marcar un canon, marcar una regla de decir “es esto”. Ahí las instituciones se tienen que cuidar de hacer esas cosas.
-¿Y cómo se hace para evitar caer en el peligro del canon, que de alguna manera es hablar el idioma que otros desean que se hable?
-Exacto, se logra tratando de mostrar la amplitud de tendencias que hay, aunque no siempre se logre. Mostrar al público que una instalación o una performance o una obra al óleo, en ese enorme campo de acción, tratar de que la institución de cuenta de eso. Lo que hace que un poco vos mismo te autocritiques. Nosotros hicimos una exposición divina, súper conceptual, súper abstracta, del minimalismo norteamericano, que a mí me encanta, pero que después hacés una que se llama Arte en acción, que tiene que ver con todos los colectivos independientes de Latinoamérica que están tratando de enunciar mensajes determinados y que tiene otra significación. O sea, un poco me parece que esa amplitud de poder transitar la actualidad te permite tratar de no meterte en el canon.
-En ese sentido, ¿cómo piensan la disposición de las muestras del año?
-Nosotros tenemos un programa de seis, que es una estructura que se viene repitiendo desde los inicios. Una muestra histórica, generalmente el arte del siglo 20; una internacional; una contemporánea; una latinoamericana, histórica y contemporánea, y una argentina, histórica y contemporánea. Dentro de ese esquema, que de alguna manera repetimos, vamos transitando las diferentes situaciones.
-¿Eso se mantuvo tras la pandemia?
-La pandemia hizo un corte muy grande en la forma de hacer las exhibiciones y trajo toda una nueva mirada sobre la construcción de una exhibición y a partir de ahí me parece que hay una nueva etapa en este momento. Porque, por ejemplo, Proa durante y después de la pandemia, logró tener acuerdos con instituciones internacionales para producir las obras in situ, cosa que antes era imposible. Antes las obras tenían que viajar con un comisario, un courier y después venir a levantar. Hoy eso está mucho más flexible y también los artistas hacen más obras que tienen que ver con la multiplicidad de instancias de presentaciones. No es una obra única, objeto que tiene que viajar, entonces todo eso me parece que está cambiando un poco el panorama. Son situaciones de la realidad que se meten adentro de la institución para bien.
-¿Qué otros cambios trajo la pandemia?
-Bueno, eso fue una cosa muy fuerte, como también fue una prueba que nos permitió llegar a conocer una audiencia online para no cerrar y que la gente siga trabajando. Nos dedicamos a hacer un programa educativo muy alto online sobre arte contemporáneo y nos fue muy, muy bien, ganamos una audiencia impresionante. No es lo mismo ahora que todo el mundo está trabajando fuera de su casa, pero en ese momento se instauró la posibilidad de estudiar remoto como una herramienta más, ya sea porque la podés presenciar o porque la dejas colgada en la web y la gente puede acceder. Eso fue un gran hallazgo porque queremos actualizarnos. Entonces me parece que la pandemia trajo esa posibilidad de conectarse con el resto del mundo de una manera virtual. Con respecto a lo del transporte, antes tenías que tener una obra y tenías que poner un curador, un correo, un señor que la traía, otro que la llevaba, un gasto enorme. Ahora también cambió que a la gente que te presta la obra le interesa mucho tener a una persona que quiera viajar. Hoy los más interesados en venir son los artistas que quieren hacer residencias, pero ya no vienen los grandes curadores porque se manejan mucho online. Todo lo educativo, creció muchísimo.
-¿Qué consejos le darías a alguien que hoy desea abrir un espacio cultural?
-Todo depende de las posibilidades económicas, tenés que tener una cierta garantía de respaldo, porque si no estás muy limitado para hacer lo que podés y se te aleja mucho la posibilidad de hacer lo que querés. Siempre es un diálogo muy fuerte entre una cosa y la otra. De alguna manera lo tenés que tener pensado. Después hoy tenés mucho acceso; o sea, si tuviese que dar un consejo a alguien le diría que esté mucho tiempo investigando en la web, en buscar instituciones afines, porque hay mucho para aprender del otro y mucho para dialogar. También creo que el diálogo y la posibilidad de comunicar con tus intereses está muy abierta. De cualquier manera, la Argentina está bastante aislada, pero está aislada más por decisión propia desde el punto de vista de lo artístico y no por los recursos, porque hoy hay una gran apertura a nivel internacional. En noviembre, acá sucede el CIMAM (NdR: en el Museo Moderno), suceden cosas…
-¿A qué te referís con que está aislada por decisión propia?
-Porque te das cuenta cuando hablás con los artistas o con la gente que están desinformados de alguna manera. Hoy no es difícil saber lo que está pasando en el mundo, por lo menos al nivel de los grandes museos y las grandes instituciones. Hay miles de newsletters, programas, redes sociales. Seguís a un curador y te llena de información, no tenés porqué estar aislado. Pero me doy cuenta de que hay un aislamiento, un desconocimiento de lo que pasa en Latinoamérica, en los países vecinos. No sé porqué sucede, pero sucede.
-¿Considerás que es algo histórico o algo de los últimos años?
-Para mi son épocas, épocas en que la Argentina se abre y otras en la que se encierra. Es un sube y baja, momentos. Después tenés que estar interesado en entender todo lo que pasa afuera. Pero este momento me parece que es introspectivo, muy local, muy de que todas las instituciones están una con la otra, un poquito doméstico te diría, pero bueno, son épocas.
-¿Lo asociás al momento económico?
-Lo asocio más a una realidad general. Me parece que puede ser que el problema político social incida, pero es todo como un momento donde se mira el mundo así, o persecutoriamente o amigablemente. Depende cómo lo quieras ver, el mundo es un agresor, un extractor de tu riqueza o un aliado, un amigo. Nunca se sabe, me parece que hay un debate hoy de cómo sos mirado y que podés hacer, ¿no?
-Ya que estamos hablando un poco del ecosistema local, ¿cuáles crees que son los puntos a mejorar, no a partir de lo que vos ves dentro de los museos y los espacios culturales en el país?
-Creo que están bien en el sentido de que hay muy buenas instituciones, no así en el resto del país, que creo que necesita de mucho más empuje, capacitación. Nosotros llevamos la muestra, por ejemplo, de Laberintos a Corrientes y notás que hay una enorme repercusión de la gente, pero bueno, no pudimos llevar alguna obra porque no estaban las condiciones de temperatura y humedad. Esos problemas hoy son problemas institucionales que no podés sobrepasar. Un artista puede decidir “yo te presto la obra, no me importa que se deteriore”, pero bueno, una institución no lo puede hacer, tiene que tener la responsabilidad de cumplir con las normas. Y ahí yo veo que sí, que Buenos Aires sigue siendo un centro muy activo y el resto de las instituciones están muy quedadas, están muy alejadas a no ser alguna excepción. Eso te lo diría desde el punto de vista institucional. Desde el punto de vista de las residencias de artistas, la red Quincho, que tiene residencias en todo el país me parece bastante extraordinaria. Vienen artistas de afuera y de golpe se van al Chaco, se van a la Patagonia, a la provincia de Buenos Aires. Me parece una situación bastante genial al aislamiento, eso me parece que es una cosa muy nueva y muy, muy valorable.
-El famoso dicho “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires” en el caso de las instituciones sigue sucediendo.
-Sigue pasando y no así en cuanto a la residencias y esa relación que quiere tener el artista con la naturaleza, Buenos Aires es más cerrada que el resto del país, que tiene mucho para ofrecer. Hoy los artistas están muy interesados en esa situación, en ese paisaje, y encuentran la forma de poder hacerlo, lo que me parece bastante extraordinario, una cosa muy inteligente.