El artista Edgardo Giménez, rey del pop ditelliano más feliz, no vive del pasado, sino que siempre le urgen proyectos actuales. Estrenó su último hito arquitectónico, la Casa Neptuna, en Uruguay, donde funciona la residencia FAARA (Fundación Ama Amoedo Residencia Artística) y tiene en marcha un libro y una nueva exposición en el Museo Nacional de Arte Decorativo para mitad del 2023. "El arte te tiene que salvar", sostiene. Su obra es una invitación a sentir alegría.
–Edgardo Giménez, ¡carne valiente! Ese es el título de tu autobiografía, muy vigente.
–Se viene otro libro, financiado por la Fundación ISLAA, de Ariel Aisiks, de Estados Unidos, junto con María José Herrera. Ya hay dieciocho museos en ese país que tienen obra mía en la sección Diseño. Como dijo Borges, es muy difícil triunfar en estas crueles provincias. Allá todo es más fácil: a la gente le gusta, se entusiasma y apoya. Aprueba que las cosas tengan una difusión genial, no hay envidia.
–¿Es como el País de las Maravillas? Algo así se vio en tu muestra en la galería de María Calcaterra en 2022.
–Estaba el conejo de Alicia ahí. El día de la inauguración la gente al entrar empezó a sentirse muy bien, y eso a mí me da placer. Ese es el destino de mi obra: ponerte bien. Yo no sé lo que es estar deprimido, nunca lo estuve. Puedo estar entristecido por algo que ocurrió, pero eso tiene fecha de vencimiento. Porque es muy incómodo no estar bien.
–¿Cómo hacés para sacudirte una pena?
–No las niego, pero debo tener pocas.
–Leo una frase tuya: vivir sin humor es una auténtica tragedia.
–Qué terrible. El rencor es horrible, y la envidia es una cosa increíble... Pero como dijo Napoleón, la envidia es una declaración de inferioridad.
–¿Y el rencor... una declaración de amor? Yo escucho mucho a Julio Sosa.
–Me guío también por una frase de un tango que canta Tita Merello: La vida es corta. Y el pasarla a té de tilo, preocupado y con estilo, me parece que es atroz. Coincido plenamente. Estamos un rato acá. Y si ese rato lo pasamos mal, qué desgracia. A pesar de que el mundo está horrible, conducido por la gente que se supone seria, yo ya no creo más en la seriedad. Si conduce a como está el planeta ahora, cambiemos los valores. No está funcionando la seriedad, hace rato. Uno tiene que aferrarse al invento con el que se siente cómodo. Yo estoy cómodo pasándola divertido, viendo disparates.
–Contame de esa torre rosa de tu última exposición, que era mucho más alta que yo, por supuesto.
–Se me había ocurrido un barrio que tuviera una arquitectura de ese tipo, que nos haría famosos ¿en media hora? Porque todas las casas son iguales de feas. Lo genial sería, con la idea de torre, hacer algo con color e imaginación, donde lo pases bárbaro. Yo tenía un plan de hacer un barrio popular, no de casitas todas iguales y horribles, sino un barrio con imaginación y alegría.
–Un poco fue esa la idea de Quinquela y los colores de La Boca. ¡Cómo nos afecta el color! Bueno, vos sos un experto en hacer casas que son arte. Tu última creación es Neptuna.
–¡Sin ser arquitecto! Ama Amoedo me convocó para hacer ese proyecto en Uruguay. Está realizado en un sector donde había una construcción que era para los caseros. Tiramos mucho abajo, y la casa cambió fundamentalmente.
–Se convirtió en una residencia para artistas... ¡verde loro!
–Hay gente que va al parque y se pasa toda la mañana mirando la casa. La hice en época de pandemia, sin conocer el terreno ni nada. ¡La hice por videollamada! Tenía miedo de que quedara horrible, pero no. Ya fui y dormí ahí. Quise quedarme, y lo pasé genial. Es muy lindo el lugar. Es increíble que se pueda hacer una casa por teléfono.
–Muy diferente de cuando le hiciste a Romero Brest su Casa Azul, un ícono en nuestra historia.
–Aquello fue increíble. Primero Jorge me consultó porque quería mudarse a una planta baja en la calle Guido con un parque genial. Fuimos a verla, y le dije que yo no se lo aconsejaba: le iban a tirar toda la basura del edificio. "¿Por qué mejor en vez de mudarse no cambia su casa?", le propuse. Así se iba a sentir como si se hubiese mudado. Y eso hicimos. Esa casa fue después su carta de presentación. "Los libros: ¿los leyó?" Sí. "Bueno entonces ¿por qué no los dona a la biblioteca?" Me dio rienda suelta. Le ordené la casa y se sintió muy cómodo. Él decía que vivía en una casa sin obras de arte, porque la casa lo era. De ahí salió el proyecto de City Bell. Vino el famoso crítico francés Pierre Restany y escribió sobre la casa en la revista Domus. Participé con esa casa, que fue la primera que hice, en la muestra del MoMA Transformaciones en la arquitectura moderna. Todas las cosas que fui haciendo fueron teniendo el mismo destino. Cuando hice la escenografía para la película de Héctor Olivera (Psexoanálisis, 1967), yo nunca lo había hecho antes: y fue premio a la mejor escenografía. Que me gusta gustar, es cierto. Eso lo descubrí a los nueve años. Vivía en Puán y Directorio, en Caballito, y a la vuelta había una ferretería. El ferretero se dio cuenta de que me encantaba la plástica y me encargó la vidriera, que era de un insecticida. Hice un rosal con una rama seca que forré en papel crepé, y le puse hormigas. Al día siguiente pasaban las doñas y preguntaban: ahí ya me di cuenta de que me gustaba gustar.
–En el Museo de Arte Moderno están expuestas tus ropas y tus invitaciones a tus exposiciones en las que montabas un tigre.
–En mi libro hay una frase de Mae West muy genial. Cuando las autoridades te señalan que el sexo es malo y pecaminoso se aprende una lección: nunca tengas sexo con las autoridades. Me encanta la gente que tiene el poder de decir lo que quiere y con humor. Te reconcilia con la gente. Mae West es un ícono. En una entrevista le dicen: Nos han hablado tanto de usted... Sí, ¡pero no podés probar nada!
–En tu libro hay un capítulo, Consejos oportunos, donde recopilás todas estas frases. Hay una tuya que dice: el verdadero arte es el que no te deja ileso.
–La gente se encuentra muy bien con mi obra.
–¿Próxima muestra?
–En 2023 en el Museo Nacional de Arte Decorativo, con cantidades de cosas. El título será: No habrá ninguno igual, no habrá ninguno. Yo me divierto con esas cosas, y le transmito a la gente esa voluntad de pasarla bien.
–Es un pop lúdico, feliz.
–El arte que se enfoca en el drama no sirve para nada, porque el drama y las cosas horribles que pasan en el mundo ya están en los diarios y la televisión, y mejor enfocados. Un artista no te puede señalar eso, sino la salida. El arte tiene que servir para salvarte. Yo no creo en el arte chatarra. Yo creo que el arte es una maravilla. Fijate que Romero Brest, a las cosas que estaban en desarrollo las llamaba experiencias visuales, no Arte. Ahora cualquier cosa infame se presenta como arte. Eso hace un gran daño, porque la gente espera que el arte la salve.