Palacio de Aguas Corrientes

Su ecléctica fachada resulta imposible de ignorar. Supo ser el reservorio de agua de toda la ciudad durante casi un siglo y hoy funciona como museo del agua.
Por Martín Sassone

 

El Palacio de Aguas Corrientes es uno de los edificios más vistosos de Buenos Aires y un símbolo de la Belle Epoque porteña. Es una obra única en su tipo, claro exponente de la corriente ecléctica, que se construyó para albergar grandes depósitos de agua potable para el abastecimiento de una Ciudad que ansiaba el progreso. 

El edificio ocupa toda la manzana comprendida por la Avenida Córdoba y las calles Riobamba, Viamonte y Ayacucho, en el barrio de Balvanera. En su interior hay 12 tanques que tuvieron la capacidad de contener hasta 72 millones de litros, sostenidos por una de las mayores estructuras de hierro fundido del continente construida en Bélgica. La fachada, imposible de ignorar, está recubierta por 170.000 piezas de terracota y 130.000 ladrillos esmaltados traídos en barco desde Inglaterra y los Países Bajos. Tiene ventanales de cedro y el techo de pizarra negra. Los escudos nacionales y provinciales que exhibe le dan el carácter de edificio gubernamental. 

Su construcción demandó siete años -entre 1887 y 1894- y estuvo a cargo del ingeniero sueco Olaf Boye y el arquitecto noruego Carlos Nyströmer, quienes trabajaron en base al proyecto que había elaborado el ingeniero inglés John Frederick La Trobe Bateman. 

La decisión de levantar el palacio fue para proveer agua potable a los vecinos de la Ciudad, que crecía en número por las olas migratorias y ya no contaban con aguateros ni aljibes, tras los cambios en la política sanitaria, luego de que una serie de epidemias –fiebre amarilla, cólera y fiebre tifoidea- que afectaron a buena parte de la población, entre 1867 y 1871, y que dejaron más de 15 mil muertos. Pero además, la aristocracia porteña apostaba a una modernización del casco urbano, que pudo financiarse con el dinero que ingresaba de la exportación de alimentos. De esta manera, Buenos Aires se convirtió en la primera ciudad de Latinoamérica en tener una red de agua potable.

Detrás de sus paredes también se esconde una parte de uno de los secretos más oscuros de nuestra historia: el cadáver de Eva Perón fue ocultado allí durante un tiempo por sus profanadores, según narra Tomás Eloy Martínez en la brillante obra Santa Evita.

El edificio funcionó como potabilizador de agua durante casi un siglo. Los tanques tuvieron agua hasta 1978 y, desde entonces, fueron reciclados como un gran archivo donde descansan unos 2.5 millones de planos históricos de instalaciones sanitarias, revistas y publicaciones relacionadas. Además, allí están las oficinas de la empresa Aysa y el Museo del Agua y la Historia Sanitaria.

En 1989, fue declarado Monumento Histórico Nacional, un título que hace honor a todo lo que representa y que garantiza que permanecerá indemne al paso del tiempo, porque son de esas obras que cuentan la historia de la ciudad y son un patrimonio de todos nosotros.

 

 

 

 

 

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