“Al sacralizar lugares que son de todos, los monumentos y conmemoraciones ponen en acto estrategias para festejar cosas que transmiten identidad para todos (…) pero lo significativo no es solamente aquello que se recuerda, sino también aquello que se silencia, la eficacia de lo ‘no dicho’”.
Ludmila da Silva Catela, investigadora del Conicet
Es una inmensa arma clavada en el suelo que nos recuerda tiempos siniestros. El metal corroído por la intemperie es una metáfora de cómo se puede erosionar la memoria si no se la ejerce. Es un símbolo pesado que nos obliga a la reflexión permanente, a no ceder jamás en la búsqueda de verdad y justicia.
Torres de la memoria, de Norberto Gómez, es una de las tantas esculturas diseminadas en el Parque de la Memoria, el predio de catorce hectáreas que se recuesta sobre la costa del Río de la Plata, al norte de la Ciudad de Buenos Aires. El sitio fue proyectado en 1998 a partir de la sanción de la Ley 46 de la Legislatura porteña con el fin de “constituirse en un lugar de recuerdo, homenaje, testimonio y reflexión”.
El monumento a las víctimas del terrorismo de Estado es la obra principal del Parque. Se trata de cuatro estelas de hormigón que contienen los nombres de los detenidos-desaparecidos y/o asesinados por el terrorismo de Estado durante el período 1969-1983. Como en un gran museo a cielo abierto, se erigen más de una docena de esculturas de artistas como Germán Botero, Juan Carlos Distéfano, Magdalena Abakanowicz, Nicolás Guagnini y Roberto Aizenberg, entre otros, que buscan concientizar sobre una de las etapas más oscuras y cruentas de la historia argentina.
Y entonces aparece la obra de Norberto Gómez. Inaugurada el 8 de diciembre de 2012 es una pieza de grandes dimensiones, realizada en acero, que representa una maza medieval con puntas que se empinan en forma de torres y en la que el escultor, según sus propias palabras, puso el corazón en ella.
Al momento de su inauguración, la curadora en jefe del Parque de la Memoria, Florencia Battiti, explicó que “la obra de Gómez acude a la imagen de una maza medieval para referirse a la condición inmensamente vulnerable de la existencia, pero, también, a la tortura ejercida durante las recientes dictaduras y a los símbolos del poder que anidan en toda sociedad”.
“De esta manera -añadió-, la distancia histórica que nos separa del Medioevo abre un amplio espacio de reflexión en el que estas torres trascienden aquel período y nos impulsan a ejercer la memoria sobre la violencia y el autoritarismo de nuestra actualidad”.
Gómez (que falleció en julio 2021 a los ochenta años) tiene una vasta trayectoria en el mundo del arte, que comenzó en 1954 con su ingreso a la Escuela de Bellas Artes "Manuel Belgrano", aunque abandonó dos años después. Luego concurrió al taller de Juan Carlos Castagnino y Antonio Berni. En 1965 viajó a París y trabajó en el taller de Julio Le Parc. Su compromiso con los derechos humanos y lo social comenzó, de alguna manera, en 1977 cuando modeló, en resina poliéster, vísceras y fragmentos musculares, en alusión a los crímenes que cometía la dictadura. Esta serie se expuso en 1978 en la galería Arte Nuevo. “Nunca hice cosas para seducir al mercado. Siempre hice lo que me pareció, o más bien, siempre hice lo que sentí”, dijo al recibir el Premio a la Trayectoria del Ministerio de Cultura de la Nación en 2018.