El existir del metal vivo según Anthony Caro

Una aproximación a la obra del escultor británico a partir de la retrospectiva de sus piezas en acero realizada en el museo MACA de Punta del Este.
Por Mercedes Pérez Bergliaffa

 

Pesadas, rotundas, inesperadas, pocas experiencias son comparables a encontrarse cara a cara con las esculturas de Anthony Caro. Absorben el cien por ciento de la atención de quienes se topan con ellas. Te abducen. Acá en América del Sur, es poco frecuente verlas. Por eso, que el museo MACA de Punta del Este (Uruguay) haya inaugurado en enero 2025 Anthony Caro: la escultura como composición, es un festejo y una oportunidad: son quince motivos para disfrutar y reflexionar, más dos dibujos.

Sir Anthony Caro fue un escultor británico nacido en 1924 y fallecido en 2013. Trabajó como ayudante de Henry Moore (muy a pesar de sí mismo la influencia puede verse claramente en sus piezas de los años 1954 y 1956, ya que renegaba del dominio de la obra de Moore sobre la suya). Pero Caro no sólo fue un creador agudo y prolífico, sino que fue, también, un motor de cambio para otras generaciones de escultores: impulsó la creación del taller de soldadura en la prestigiosa St. Martin's School of Art, en donde enseñó desde 1953 hasta 1981. Propuso además, en esa institución, fusionar los talleres de dibujo y escultura porque, sostenía, era necesario ya no “copiar” la forma sino comprenderla. Pero estos son sólo dos pequeños puntos, dentro de la vasta carrera del artista.

Igualmente, los datos arrojan señales: se dijo primero "soldadura", y luego se mencionó: “comprender”. Ahora podríamos agregar: "plegado". Porque, ¿qué son las esculturas de Caro sino desenfrenados origamis metálicos gigantes, series de animales de acero mostrando sus articulaciones, creados desde el profundo entendimiento de sus cartílagos y huesos? Conjuntos de vísceras de aleaciones, con entradas y salidas pulcras, precisas, preciosas.

“Deseo hacer esculturas que sean tan importantes en una habitación como una persona”, decía Caro. Y por eso, ver y recorrer sus obras es entrar inmediatamente en diálogo con un par de acero o aluminio, que nos mira, nos acompaña e interroga. Ante las esculturas de Caro, no somos nosotros los que les preguntamos a ellas, sino que son ellas las que nos exigen a nosotros. ¿Pero qué nos exigen? Atención. Agudeza. Y despojo. Porque a las obras de Caro hay que encararlas sin aliento, desarmándonos con nuestras percepciones en sus puntos más vírgenes posibles. 

Vamos, por ejemplo, con la grandiosa Capital, realizada en 1960 con acero pintado, con tres inmensos planos de metal cuyas direcciones taclean al acercarnos, al rodear a la escultura maciza, potente, naranja. Acá aparece una de las mayores características de la obra del escultor: Capital -al igual que tantas de sus obras-, no tiene pedestal. Caro pone sus esculturas directamente en el piso, se trata de un cuerpo a cuerpo con las piezas. Por eso algunos de sus trabajos son realmente “caminables”, transitables.

 

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 Capital, acero pintado, 1960. Foto: Sur Creativa.

 

Ocurrió en el año 1959, cuando decidió poner sus obras a ras del suelo. Y fue, también, durante esa época, que viajó a los Estados Unidos becado por la Fundación Ford y conoció la obra de Robert Motherwell, Kenneth Noland, David Smithson y también la del crítico Clement Greenberg. Y aquí se produjo entonces otro de sus grandes momentos fundacionales, ya que la experiencia americana lo ayudó luego a definir sus trabajos. De ella se desprendieron el desarrollo de muchas de sus esculturas ya totalmente abstractas, ubicadas o creadas sobre un marcado plano horizontal; además de esa sensación de assemblage nada casual, muy calculado.

Su primera obra así fue la emblemática Veinticuatro horas, construida con piezas de acero encontradas; y fue su primera escultura soldada (desde 1975, propiedad de la Tate Modern). Pero luego ocurre también, por ejemplo, con Cherry Fair, una obra de acero y acero corten (se utiliza para construcciones exteriores), realizada entre 1971-1987. La viga, el gran ángulo casi de 90 grados, los ejes horizontales y diagonales de la escultura que se esparce y extiende (a partir de ellos) en innumerables varillitas articuladas y ensambladas por sobre el suelo. Una araña rígida multipartita de color militar.

 

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Cherry Fair, acero y acero corten pintado, 1971-1987. Foto: Sur Creativa.

 

Y fueron estos años, los 70, cuando el acero llegó a la obra de Caro. Se trata de un dato mayor, dada la profunda intensidad y el interés que el escultor daba a los materiales. La selección de los materiales que Caro realizaba para sus obras cuenta la mitad de la historia de cada pieza, ya que él respetaba sus propiedades y características. Por eso, hablemos de acero: resistente, denso, duro, moldeable; le permitió crear estructuras grandes, ángulos inusuales, formas rígidas. Anti monolitos horizontales, bocetos de mastabas metálicas aplanadas, grandes formas abstractas buscando el impacto emocional (tal como lo buscó en su momento, también explorando la escala justa, Moore). Y en esto de los impactos, se destaca la ya mencionada Capital (esa gran obra naranja de tres inmensos planos disruptivos que abarca al espectador); y Box tent creada con acero inoxidable, grandes fragmentos sin pintar, un poco platinado, algo brillante, con espacio cóncavos y convexos, entradas y salidas de vacíos, círculos con direcciones, cilindros-caños como intestinos, algo de órgano vital metálico, algo de proposición de agujero negro. 

 

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Box Tent, acero inoxidable, 1987-1989. Foto: Sur Creativa.

 

“El arte trata de lo que es estar vivo”, sostenía el artista. Y sus metales rápidos, sutiles o aplanadores, proponen esto: la investigación del espacio, las preguntas sobre los ejes y sus direcciones, la sugerencia de lo arquitectónico, y dejar siempre primero hablar a los materiales y a los vacíos; ya que “el hecho de la escultura debe ser más enfático que su forma”. Esto es Caro, o el existir del metal vivo. 

 

 

 

 

 

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