Los contra-monumentos de Doris Salcedo

Es acaso la artista colombiana más relevante en la actualidad. Su obra está marcada por los conflictos históricos de su país, a través de objetos recuperados que transforman el trauma en un duelo individual y colectivo. 
Por Fernando García

 

En la guerra se habla de ataque y contraataque. En la paz hablamos de monumentos y contra-monumentos”. La placa se lee en el cortometraje documental dirigido por Doris Salcedo (Bogotá, 1958) para contar cómo se hizo Fragmentos, la obra pública que le tocó llevar a cabo como parte del acuerdo de paz alcanzado entre las FARC y el gobierno de Colombia, en La Habana en 2016. Ubicado en el antiguo barrio de Santa Bárbara, Bogotá, el contra-monumento de Salcedo, acaso la artista más relevante de Colombia hoy, es el resultado de la fundición de más de treinta toneladas de armas y municiones de las FARC en un taller en Funza, Cundinamarca. En un edificio donde se superponen los materiales de la arquitectura contemporánea con los restos de una construcción colonial, lo más relevante es el piso. Se trata de 1260 baldosas hechas de guerra civil reciclada y en las que Salcedo trabajó acompañada por un grupo de mujeres que fueron violadas por militantes revolucionarios y paramilitares por igual. Ninguna de las muestras temporarias que se exhiben en este espacio de memoria puede alcanzar la potencia simbólica del suelo. Debe ser acaso el único espacio expositivo en el que la vibración estética está justo debajo de la suela de los zapatos. 

En el contra-monumento (pues se reemplaza la lógica triunfalista del monumento del siglo XIX) de Salcedo, quien pisa el suelo evoca a un tiempo la vida en paz pisoteada por un conflicto de 60 años y es empoderado frente al poder de fuego reducido a rectángulos opacos que las propias víctimas trabajaron a golpe de martillo. Se camina en paz sobre un suelo regado en sangre. 

Si bien el cortometraje es de corte documental vale también como una suerte de registro de una acción performática en la que se involucran el propio ejército y la policía militar de Colombia al mando de una artista contemporánea. “En La Habana se acordó convertir a las FARC en una obra de arte”, explica Salcedo y, en principio, puede resultar chocante. Pero la realidad es que todo el despliegue antes destinado para erradicar el foquismo de las inaccesibles aldeas andinas fue puesto por órdenes de la capitana Salcedo en esta última misión. Así vemos una suerte de coreografía del desarme. Los militares ubican los centros operativos de las FARC ya abandonados; retiran las armas que son descargadas y luego las reúnen antes de subirlas a camiones que viajan por la montaña hasta ser despachadas por avión hasta la fundición en Curdinamarca. Un plano aéreo de los miles de metrallas y rifles dispuestas sobre una enorme tela blanca da una equívoca sensación de land art (¿O war art?). No, no hay arte posible en la guerra, el Guernica no deja de ser una pintura y el mismo Stockhausen se arrepintió de decir que había visto en el S-11 una obra de arte contemporáneo, pero las cosas de la guerra pueden resignificarse una vez que se consigue la paz. 

Alcanza con pisar Fragmentos, sus baldosas venidas de la revolución y la contrarrevolución; de las milicias populares y los paramilitares; de las manos de las mujeres guerrilleras, civiles, indígenas y blancas golpeando los chapones. Pisar como un acto de redención. Como una plegaria. Con las FARC, al fin, convertidas en una obra de arte. 

 

 

 

 

 

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