Escribir sobre una foto era una tarea fútil si se quería ir más allá de la técnica (¿acaso no dicen que está todo dicho en la imagen que vale mil palabras?) hasta que Roland Barthes puso las cosas en su lugar con su teoría para La cámara lúcida, uno de los más valiosos aportes a la historia del arte en el siglo XX. En la foto tomada en 1976 por Lynn Gilbert para la Pace Gallery de New York, la artista conocida como Louise Nevelson posa con un rictus que viaja en el tiempo hacia atrás y adelante. Su vestuario delata el origen eslavo, folk, ancestral. Es, en la foto, 1654 y a través del tratado de Pereyaslav, Rusia anexa Ucrania a su territorio. Pero también es 1976 en el maquillaje de esos ojos tan rígidos como los labios sellados y 2023 con Pereyaslav resistiendo el avance de la Rusia de Putin. El retrato de Leya Isaaknova Berlyavskaya es, ahora, una forma más del mapa de Ucrania. Nacida bajo la Rusia Imperial no llegó a conocer la Kiev soviética y en New York, la capital de la modernidad, se reinventó como Louise Nevelson tomando el nombre familiar de su primer esposo, un agente naviero.
Retrato de Louise Nevelson por Lynn Gilbert (1976)
Kiev seguía siendo parte de la Unión Soviética cuando Louise murió en 1988 pero su nombre inglés no tenía connotación alguna con la geopolítica de Europa oriental. Nada hay en sus esculturas-assemblages que comunique algo por fuera de los caminos de la abstracción de posguerra pero, por alguna razón, Louise eligió posar como una campesina ucraniana ahí. Decidió que la modernidad (que también formaba parte del programa soviético) quedase reservada al maquillaje. Una sutil reivindicación que se adelantó a la peor guerra en territorio europeo desde 1942 (aunque todo siga dando vueltas excepto porque el espectáculo le dedica su minuto warholiano a Zelensky, el premier-actor que desafía la vocación neo-imperial de Putin).
Ucraniana, rusa, neoyorquina al fin, Louise Nevelson estuvo aquí. Fue para el Premio Nacional e Internacional de Escultura Di Tella 1962 que, con el showroom de SIAM en refacción, se hizo por última vez en el Museo Nacional de Bellas Artes. El Di Tella empezaba a desplegarse como núcleo de la década y junto a Nevelson habían llegado a Buenos Aires obras de Lygia Clark (Brasil), John Chamberlain (Estados Unidos) y Eduardo Paolozzi (Escocia), entre otros. Gyula Kosice (de origen húngaro) ganó el premio nacional y la maga ucraniana se quedó con el internacional con la obra Paneles en sombra (1961) que daba cuenta del reciclaje de maderas utilizadas en la construcción dispuestas en un collage monocromático, dark. Solo Chamberlain viajó entonces con sus esculturas hechas a partir de chatarra automotriz pero la huella que dejó Nevelson fue inmediata: su impronta aparece en el joven Luis Wells pero también en el fondo de escena de los Juanitos de un consagrado como Berni. Desde 1971 aquella obra premiada en su momento de despegue global forma parte del patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes.
Homenaje al Universo (1968)
La foto de 1976, en tanto, recuperó el sentido de su rictus cuando Estados Unidos la eligió para representar al país en Venecia 2022. Su Homenaje al Universo (1968), esa colosal pieza de insondable oscuridad, se levantaba ahora por todas las ruinas de Pereslayav. Como si lo suyo hubiera sido construir un muro indestructible con los propios materiales de la destrucción. No hay sonrisa posible ahí.