Luis Wells y la vanguardia como compromiso

Pieza fundante del grupo informalista de los 60, sus obras marcaron una ruptura absoluta con el pasado del arte agentino. Qué tiempos aquellos, los del último caballero de la neovanguardia local.
Por Fernando García

 

Time it was, and what a time it was”. El posteo de @mamanfineartgallery en Instagram para despedir a Luis Wells incluye hoy 13 de junio una carta manuscrita del artista que empieza con esa cita a Bookends”, una de las canciones más bellas de Simon & Garfunkel. Wells escribió aquella carta en 2016 cuando la galería le dedicó todo su espacio a una muestra de las obras tempranas ejecutadas entre 1958 y mitad de los 60, entre el huracán del informalismo y el cisma pop. Las palabras de Paul Simon debieron parecerle perfectas entonces para dar cuenta de una experiencia única que volvía a esas obras rústicas todavía desafiantes. Feas, aún, todo lo opuesto a lo que podría ofrecer una vitrina en la zona inmobiliaria más poderosa de la ciudad. Hubo un tiempo sí, y qué tiempo, en el que el arte de Wells había sido creado para romper los ojos. Y le tocaría a él cargar con la memoria, los silencios, las larguísimas noches de la neovanguardia argentina. De los caballeros del bar Chambery y el Moderno; de la guerrilla de Arte Destructivo; de los informalistas originales Luis Wells sería el último. 

Wells era de familia escocesa y llevaba el pigmento y el rubor británico encima. No le molestaba tener que volver a contar una y otra vez que Alberto Greco orinaba sus pinturas negras junto a él o detallar la impresión que Kenneth Kemble le causó cuando lo vio llegar de Martínez en una motocicleta Harley Davidson, rara mezcla de gentleman y Hell Angel. Pero reclamaba un poco más de atención de parte de la historia del arte. Sentía que las “cosas” (algo indeterminado entre el objeto y la escultura) que Rubén Santantonín nombró en esa muestra que compartieron (por coincidencia de la programación y no por afinidad) en Lirolay en 1961 él ya venía haciéndolas y, apenas 19 años, ni supo cómo llamarlas. O podía decir de forma abierta que Berni les había “robado todo” a ellos, los informalistas, los que iniciaron la ruptura. Es una palabra específica de Wells y, al parecer, irreemplazable. Wells decía que el grupo informalista y la muestra Arte Destructivo, en particular, habían marcado la “ruptura” absoluta con el pasado del arte agentino. Tabula rasa. Y Wells ponía un semblante serio, también, para decir que estar entonces en la vanguardia era un compromiso, una determinación de vida. Y, todavía, le podía decir “cajetilla” a Peralta Ramos y fastidiarse por su leyenda y ese huevo (al que no se le encuentra hermenéutica posible), que distrajo la atención sobre su obra para el Premio Di Tella de 1965.  

Wells completó su obra volviéndose el último testimonio posible sobre el remolino en el que lo metieron Greco y Kemble, cada uno a su maldita manera. Nadie más podía dar cuenta de esas reuniones en Martínez (donde según su testimonio circuló la idea de un laberinto similar a La Menesunda) ni tampoco discutir sobre la auténtica personalidad de Alberto Greco reificado ya de todas las maneras posibles. Wells decía que no se sentía representado en lo que se escribía sobre ellos y que la historia se adaptaba a los intereses de los historiadores. Recordar, poner cada cosa en su lugar, fue la última escala de su firma que alguna vez fue también el retrato de su trasero en una obra de Yoko Ono en New York. Hablar con Wells era recuperar un tiempo, y qué tiempo. “Preserve your memories, they’re all that’s left you”. Así termina “Bookends”, Simon & Garfunkel, 1968. 

 

 

 

 

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