La herida abierta de Mire Lee

Open Wound, la instalación a gran escala de la joven artista coreana, es un monstruo que consigue hacernos espectadores de la posthumanidad y de las ruinas industriales al mismo tiempo.
Por Fernando García

 

El título del cortometraje promocional posteado en marzo de 2025 en YouTube tiene todas las características de lo que en la prensa old school calificaba como “catástrofe”. Lo que se reservaba entonces para desastres naturales (cuando la autodestrucción de la Tierra no era noticia), crímenes seriales o fenómenos sobrenaturales; sobreviene ahora para caracterizar el presunto rol perturbador del arte contemporáneo. Entonces leemos en un posteo de Tate Gallery: “Mire Lee crea un útero industrial en la Sala de Turbinas de la Tate Modern”. Ya en 1961 Kenneth Kemble advertía que el arte tenía que hacerse cargo de manera crítica de la pulsión tanática de la sociedad de masas (prensa amarilla, cine de terror). La solución fue un manifiesto y una exposición muy breve de objetos encontrados en la calle a la que llamó “Arte Destructivo”. Fin. En la segunda década del siglo XXI las categorías saltaron las vallas y el sueño o pesadilla de Kemble es parte del paisaje institucional. Máquina y víscera, relectura de una línea de montaje industrial devenida sala de exposiciones, miles de horas de trabajo muy duro canjeadas por entradas para ver una auténtica obra de arte catástrofe made in Korea.  

 

 

Open Wound (Herida abierta) es una instalación a gran escala y la consagración definitiva de esta artista nacida en Seúl en 1988 como una estrella internacional del "arte catástrofe". Comisionada por Hyundai para la Turbine Hall, Lee crea su monstruo (el origen de la catástrofe está ligado de manera directa a la abyección como soporte) estudiando la historia del espacio gentrificado para extractar el ADN de su criatura. Este espacio central del arte contemporáneo es la segunda piel de lo que antes había sido la sala de turbinas de una central eléctrica. Ya no hay operarios sino espectadores y la línea de montaje de donde tomaban de forma casi robótica su ropa de trabajo, se alude en velos fantasmáticos que giran sin fin. La pieza central es un repulgue de hierro y silicona que podría decirse se exhibe en "carne viva" dándole animalidad a la máquina. Pero la única carne, los únicos latidos, los úteros, al fin, fueron los de los obreros y las madres que los parieron. Mire Lee logra hacernos espectadores de la posthumanidad y de las ruinas industriales al mismo tiempo. Y todo en una antigua Power Station estatal y con el auspicio de un emporio de origen también industrial como Hyundai que se ocupa de registrarlo de forma puntillosa en su Art-Lab. Su monstruo se muerde la cola a la vez que muerde la mano de quien le da de comer. Tal es la paradoja de la bestia arty

Mire Lee consigue trascender la trampa, porque sus imágenes son la forma de hacer visible las trampas de la nostalgia industrialista (de cómo se consumía la vida de un operario) entremezcladas con toda la materialidad que se esconde detrás de cada byte de la vida digital (kilómetros de cables como serpientes al ras del mar para que tu posteo llegue justo a tiempo). El arte catástrofe, al fin, es casi una manera de retrato realista. Tan crudo como si a un Francis Bacon o a un Lucien Freud se le pudieran contemplar las tripas. La revolución industrial ha muerto, que viva el arte catástrofe. 

 

 

 

 

 

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