“Con Life, trabajé activamente para crear un espacio de coexistencia entre aquellos involucrados y afectados por la exhibición (la institución de arte, mi obra, los visitantes, los árboles y demás plantas que forman parte del parque, el entorno urbano que rodea al museo y más allá). Explorando de forma colectiva el mundo que compartimos, creo que podremos hacerlo habitable para todas las especies”.
O.E.
El minisitio de la Fondation Beyeler de Basel, Suiza, dedicado a la ¿muestra? Life del danés con base en Berlín Olafur Eliasson (1967) ofrece la perspectiva de un planeta en riesgo severo de extinción, en el que el futuro del arte pareciera ser la creación de ecosistemas artificiales. Si entendemos que una muestra es definida por una arquitectura que desplaza al observador del afuera, de ese continuo que llamamos presente, nada de lo que Eliasson hizo en el edificio construído por Renzo Piano para albergar la colección de Hildy y Ernst Beyeler se le parece.
Para tomarle el peso: no se trata ya de crear un environment dentro de un espacio de arte (ambición tanto de Minujín y Kusama como Ernesto Neto), o de envolver como arte lo que está afuera (Christo & Jeanne-Claude), ni siquiera de una performance ambientalista (Nicolás García Uriburu); sino de abolir directamente los límites. Ya lo había hecho en The Weather Project (Tate Modern, 2003) pero en 2021 Eliasson puso en evidencia con Life una forma del largamente anunciado fin del arte que ahora se pega con otra bastante más ominosa: el fin de la vida en la Tierra tal cual la conocimos.
En efecto, en los meses que Life estuvo abierta, quienes visitaron la Fondation Bayeler en 2021 asistieron a una experiencia nueva. Como explica el artista comprometido con la causa ambientalista al punto de ser un activo participante en la última cumbre de Glasgow, la misma idea de museo quedó suspendida por esta simulación del medio ambiente que podía ser recorrida las veinticuatro horas del día (como un bosque o un parque público sin rejas).
¿Para qué ir a un museo, a una muestra, a ver lo que ya conocemos? Porque estamos en riesgo severo de perderlo es la mejor respuesta y así Eliasson anticipa un posible anticuario del desastre ecológico: la exhibición de ecosistemas y especies perdidas.
No es casual que el artista tenga sus raíces bien hundidas en la Islandia (madre y padre nacidos en Rejkavik) que Borges añoraba en sus poemas de inspiración vikinga. La convivencia de los islandeses con un entorno que es uno de los últimos que se volvieron habitables en la naturaleza inoculó ambientalismo en sus ADN. De la misma generación que Eliasson, Björk también supo cómo hacer que su futurismo electrónico estuviera revestido por la materia de los volcanes (Vulnicura, 2015).
En Life, Eliasson deja un mensaje claro: hasta el arte es imposible sin el equilibrio de las especies. Pero lo suyo no es romanticismo recargado sino una evidencia de lo que podría volverse espectáculo en un futuro no tan lejano. Como en esas películas de ciencia ficción donde los bosques y sus animales sólo existen en proyecciones de archivos filmados en el pasado (hoy, todavía).