Paula Rego y el señalamiento de la crueldad

Una de las más lúcidas pintoras figurativas de la segunda mitad del siglo XX, sus series expresionistas abordan realidades sociales y se apropian de temas folclóricos con una cruda mirada combativa y feminista.
Por Fernando García

 

Extendiendo su vida hasta los 87 años, la luso-británica Paula Rego (Lisboa, 1935-Londres, 2022) hizo todo lo posible por mantener la vigencia de la pintura figurativa en un tiempo del que pareciera no formar parte si no es a través de estos nuevos blockbusters inmersivos que circulan por el mundo volviendo a Van Gogh, Klimt o Frida Kahlo un espectáculo multimedia hecho de detalles a gran escala como si ya el mejor cine no hubiera absorbido la historia de la pintura y la fotografía. Rego no necesita de una migración 3D ni hi tech, de las pinturas que la pusieron como una voz valiente entre el arte descarnado de Lucian Freud y la distancia angélica de David Hockney. Ni tampoco tuvo que esperar las revueltas del feminismo 2.0 (del #MeToo al #NiunaMenos) para ser visibilizada como una feminista avant la lettre aunque acaso si fueron las instituciones las que se subieron a ese impulso con grandes retrospectivas como la del Reina Sofia (2007) y, sobre todo, la de Tate Modern en 2021, casi una despedida. Pero como los artistas se van y las obras quedan, ahí estará Paula Rego, en presente, para recordarnos la lección de anatomía de Carlos Alonso: la pintura accede a un lugar del cerebro al que ninguna otra forma de representación puede. 

Paula Rego devino el ojo de su tiempo entre el descubrimiento de las ilustraciones de Beatrix Potter y el Estado Novo de Portugal, el régimen autocrático y corporativo que duró 48 años tallados por la disciplina férrea del dictador Salazar. Londres le abriría camino después como artista, pero su inserción en la historia del arte no puede pensarse fuera de esas coordenadas donde la sensibilidad expresionista (Ensor) se vuelve hiper entre el desparpajo onírico y el señalamiento de la crueldad. De esos materiales está hecha su serie dedicada al aborto clandestino (Abortions en la muestra de la Tate) iniciada tras un referéndum negativo en 1998 que se dio vuelta en 2007 y en cuyo resultado incidió la difusión de esas chicas Rego solas, abandonadas en clínicas improvisadas, antes o después de quedar expuestas a perder la vida por defender un derecho negado por la ley. “Trato de conseguir justicia para estas mujeres… Venganza también”, decía antes de la apertura de esta muestra crepuscular. La Uma Thurman de Kill Bill vuelta contra una ley represiva siempre en colaboración con la modelo Lila Nunes cuyo cuerpo era atravesado por cientos de otros. Como en el personaje de Tarantino, la revolución de las Lilas (la caída del Salazarismo se dio en llamar La Revolución de los Claveles) no presentaba víctimas. Como lo ponía Hettie Judah en la review de The Guardian el 9 de junio de 2022. “Soportan el dolor físico, la indignidad y el riesgo de un aborto ilegal porque eso representa también la libertad de cada una de ellas”. El mismo camino que Rego había elegido en 1950 cuando embarazada decidió abortar en Londres antes que volver a Lisboa con su familia y, quien sabe, privarnos de la supervivencia de la pintura figurativa como un estímulo irremplazable para el circuito que se activa entre el ojo y la mente.   

 

 

 

 

 

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