Sergio Avello: yo quiero a mi bandera

De la noche under de los 80 a la escena contemporánea, su versión lumínica del gran símbolo patrio se volvió un híbrido pop, minimalista y cinético, ineludible en el arte argentino.
Por Fernando García

 

Sergio Avello quiso a su bandera. Como Jasper Johns (1930) en plena hegemonía del expresionismo abstracto cuando a los veinticuatro años, descartado por el U.S. Army, llevó a la pintura la combinación más icónica de colores y formas (barras y estrellas) del inconsciente americano. Jaspers le devolvió (o anticipó) a la tela patriótica por la que se jura, se mata y se muere, su estatus de trapo. Toda la solemnidad de la bandera flameante en los mausoleos oficiales fue reconvertida en un objeto banal mezcla de pigmentos y cera fundida. Nada de la superficie lisa, sin mácula, de las banderas nacionales. En un anticipo del pop-art (contemporáneo a los collages que el escocés Eduardo Paolozzi llevaba a cabo en el Independent Group de Londres), Johns le dio a la bandera de los Estados Unidos una textura despareja y grumosa. Aunque fuera un símbolo oficial, el tratamiento anticipaba la transfusión de cultura baja en las bellas artes. Esa bandera ajada representaba más el uso de aquel que encuentra en la identidad patriótica un sustituto identitario. Banderita de escritorio o de taxi driver. Banderín descartable de Coney Island. Bandera redneck en el porche suburbano.  

 

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Medio siglo después un DJ y activista de la noche, que la transición del under de los 80 a la escena contemporánea lo encontró artista, daría su versión. No una apropiación del lienzo sino la representación de la pura luz en la que se funden sus colores. Avello (Mar del Plata, 1964 - Buenos Aires, 2010) utilizó quince tubos fluorescentes controlados por un microchip para que los colores del símbolo patrio alternaran como las luces audio rítmicas en una discoteca. La secuencia se desentiende de la combinación pensada por Manuel Belgrano para volverse un ícono inestable. Por algunos segundos las franjas celestes y el centro blanco configuran esa bandera electrónica que se sostiene en la luminotecnia de la noche y el desvío que el arte hiciera de los neones madí de Gyula Kosice a los minimalistas de Dan Flavin. 

 

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Bandera puede pensarse como un híbrido de pop (por Jasper Johns, que mostró en el Premio Di Tella 64), de minimalismo y de arte cinético por su juego relampagueante ante el observador. Pero para quienes crecieron con la bandera escolar replicando los cuarteles durante la dictadura militar, el símbolo es bien distinto. Ningún pintor la hubiera tomado; el público de rock no la agitaba en medio del tardío, sudoroso, pogo. Pero Avello, como Luca o como loca, quería a su bandera. Tanto que tuvo que pensar en una forma que rehiciera los materiales del símbolo patrio. ¿Es parodia? En absoluto. Avello desnaturaliza la contemplación de una bandera cuyo movimiento depende del viento para darnos la posibilidad de sentirnos parte de la construcción inestable de la patria. Si se queman los tubos ya lo saben: no hay plata, no hay bandera. Acaso una versión 2.0 de Bandera debería ser acompañada de la sentida versión que el cantante Sergio Pángaro hace de “Aurora”. Ninguna necesidad de vandalismo ya pues la bandera dejó hace tiempo de significar el poder militar y en el juego de neones de Avello es eso: pura luz.   

 

 

 

 

 

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