En 1961 no había lugar para el eufemismo y si el arte era una “mierda” pues así se lo llamaba y exponía. De ese modo fue que Piero Manzoni exhibió en la galería Pescetto (Albissola Marina, Italia) su opus magnum Merda d’artista (la lógica vigente de la political correctness acaso atenuaría el nombre al traducirlo), una continuación del Fountain de Duchamp pasando del objeto de las deposiciones a la amenaza del descarte orgánico. Merda d’artista (Mierda de artista, Merde d’artiste, Artist’s shit, Künstlerscheiße) consistía en noventa latas cilíndricas con la firma de Manzoni que, de acuerdo a la etiqueta, guardaban treinta gramos de sus propios excrementos. “Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961” había escrito el neo-dadaísta italiano parodiando el lenguaje del consumo de masas, la fascinación pop por el packaging y hasta el valor de la firma como valor de cambio en el mercado del arte.
La genealogía del circuito digestivo en el arte contemporáneo (deudor de la fase original y neo de las vanguardias) no se terminaría de completar sino hasta el nuevo siglo cuando el belga Wim Delvoye (Wervik, 1965) presentó su serie Cloaca, una suerte de instalación que no es otra cosa que una “máquina de caca” (es lo que es) como él mismo artista la llama en el MUHKA de Antwerpen, para luego girar por el mundo en diferentes versiones. Con la visualidad de un viejo laboratorio químico, Cloaca presenta una serie de máquinas de doce metros por dos de largo que emulan el aparato digestivo humano. Así, el alimento que se ingresa termina en la forma de excrementos envasados al vacío con el logotipo de Cloaca que emula los de Ford y Coca-Cola. Despegar de dos de los mayores emblemas del capitalismo o parodiarlos puede pensarse a esta altura como de una ingenuidad estéril (el Caballo de Troya echó candado a todas su puertas), o quizás sea Delvoye como los artistas del otro lado del muro invisible (Ai Wei Wei, los ruso-soviéticos del Sots Art, entre otros cubanos o indios) que subvirtieron el realismo socialista con la caja de herramientas del pop. En este caso Cloaca funciona como una pieza emblemática de lo que el ensayista inglés Mark Fisher (1968-2017) llamó con extrema agudeza Realismo capitalista. Aunque la inspiración primera haya sido el rollo belga de la buena cocina, no se puede perder esta perspectiva si se lo quiere rescatar de una ironía a esta altura insípida.
Es difícil hablar de esta instalación de Delvoye (el montaje original se completaba con una serie de sus vitrales góticos estampados con imágenes X-Ray de sexo explícito) sin caer en recursos escatológicos. ¿En quién se hace Delvoye?, sería la manera atenuada de preguntarse por el target de su provocación. ¿Las multinacionales? ¿El consumo? ¿Los mismos problemas sobre los que Duchamp y Manzoni pusieron el grito?
El paso de Cloaca, la serie Gothic (los esmerados vitrales donde lo sagrado da paso a lo profano) y sus cerdos tatuados (que enfurecieron a la proteccionista Brigitte Bardot) a series ornamentales como sus trabajos art decó sobre neumáticos o los Maserati 450 intervenidos por la geometría ancestral islámica, que ahora mismo exhiben en la galería Leila Heller de Dubai, darían cuenta de su deglución por una cloaca que lo excede y de la que parece imposible escapar. Que lástima (no es la palabra precisa pero 1961 está tan lejos…).