El neo pop nipón de Yoshitomo Nara

Sus figuras aniñadas y engañosamente simples, expresan una gama de influencias que van desde el punk rock y los cuentos de hadas, hasta tradiciones de la filosofía oriental.
Por Juan Gabriel Batalla

 

Yoshitomo Nara trajo toda una tradición centenaria de arte japonés al mundo contemporáneo. Y si algo es irrefutable en la Historia es que el "cuándo" es, muchas veces, más importante que el "qué" y el "cómo". Sus obras bidimensionales, con fondos neutros, son reconocibles a golpe de vista, sus adolescentes de grandes ojos que miran de soslayo, con fuertes expresiones que van de la indiferencia al enojo, tienen la potencia de un ideograma para presentar de manera directa un estado anímico inequívoco.

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Missing in action, 1999.

 

Pero, ¿cómo confluye la tradición nipona bajo el ojo contemporáneo de Nara? Para eso, vayamos hacia atrás, a las características que forjaron un estilo único.

En el siglo XII, la pintura budista proveniente de China fue fundacional del arte en la isla, del que nace el emakimono, los “rollos iluminados”, donde surge esa característica de planitud que marcó todo lo que vendría después. Con el paso del tiempo, el tema religioso fue decayendo e ingresaron los paisajes o los retratos, con el ascenso y la conformación de una clase social privilegiada. Aguadas, tintas, el arte se expandió en biombos, en la representación de leyendas y lo cotidiano, el shunga, pero el estilo plano, super-flat, seguía allí.

Sin dudas, para Occidente el ukiyo-e, aquel “mundo flotante”, es la mayor aporte del arte japonés y todo porque a finales del XIX la organización de la Exposición Universal en París las evidenció ante la mirada curiosa de los impresionistas y luego de los postimpresionistas, que tras descubrir aquel estilo fantástico buscaron diferentes caminos para plasmarlo en sus lienzos, siendo el caso de Vincent van Gogh el más reconocido y evidente.

 

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Plum Park in Kameido(1857), de Hiroshige (izquierda) y Flowering Plum Tree (after Hiroshige) (1887) de Vincent van Gogh (derecha).

 

Esto creó que el naciente mundo de los coleccionistas comenzaran a adquirir aquellas obras hoy casi inhallables, protegidas ya en museos muchas de ellas, pero allí, en aquel instante, se conectaron dos mundos hasta entonces inconexos. Y Nara, sin dudas, tomó aquel espíritu plano, aquellos retratos, para darles una impronta del siglo XXI, para edificar a través de su obra una marca inconfundible, deseada e hiper productiva.

Nara (Aomori, 1959) estudió pintura en la Universidad de Bellas Artes de Aichi y a finales de los 80 siguió su formación en la prestigiosa Kunstakademie de Düsseldorf, Alemania, donde permaneció por doce años.

Me quedé literalmente ‘solo’. Me recordaba mucho al recuerdo de mi infancia solitaria. Sentía el frío y la oscuridad de la ciudad como en mi ciudad natal, y el ambiente allí reforzaba mi tendencia a recluirme del mundo exterior. También me ayudó recordar los sentimientos del niño-yo de mi ciudad natal. Así que empecé a hablar con mi yo niño de 7 u 8 años de Aomori y mi yo actual de 28 años de Alemania, más allá de los 20 años de diferencia y de los miles de kilómetros de distancia entre ambos países. El resultado de la conversación fue tan obvio: lo que dibujé cambió drásticamente”, dijo en una entrevista.

Y es que, justamente, fue esta condición de aislamiento social lo que ingresó en un espiral de búsqueda constante hasta encontrar su propia voz: “Para ser artista, quizá haya que privarse un poco de lo que se da por sentado: la accesibilidad a las cosas y a las personas, incluido el lenguaje y los medios de comunicación. Al menos, yo necesitaba un entorno que me permitiera aislarme de los demás para mantener una verdadera conversación con mi yo interior. Encontré mi estilo sólo después de vivir en soledad. No podría haber conseguido mi estilo sin un buen entorno, sin la ayuda del lugar y las circunstancias”.

Mientras encontraba su estilo en Europa, otro fenómeno cultural y global crecía y que tendría aún más impacto -por esto de un mundo hiperconectado- que el producido por el ukiyo-e. Todos escucharon ya el término kawaii, que aparece en Japón con fuerza durante los 60 y que se resignificó a partir de juguetes con formas de animales de peluche, y que explotó dos décadas después con la expansión de Sanrio (creadores de Hello Kitty!), mientras que la industria del manga y el animé -que tenía su primer Comiket a mediados de los 70, con la validación de cientos de dōjinshi (trabajos autopublicados)- comenzaba su rápido ascenso a dejar de ser considerada como una cosa de niños.

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Hello Kitty, el personaje que revolucionó la cultura kawaii en los años ochenta.

 

Para cuando Nara regresó a su país, en los 2000, lo japonés obtiene aún mayor resonancia con el éxito de Hayao Miyazaki, que ganaba el Oscar por El viaje de Chihiro mientras otro artista Takashi Murakami, quien junto a Nara y Yayoi Kusama conforman la “santísima trinidad” contemporánea, obtenía reconocimiento por sus diseños “otaku”. Así, el caldo de cultivo estaba listo.

Durante su estancia europea, la gran mayoría de sus exposiciones en solitario fueron en su país, algunas en Alemania y otras en los Países Bajos. Con el nuevo siglo, llega a una galería de Nueva York, al Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, y a más espacios estadounidenses como de Europa.

En 2011 su nombre alcanzó aún mayor notoriedad cuando en una subasta Missing in Action superó los USD 12 millones y mucho más aún cuando en 2019, Knife Behind Back marcó su récord hasta ahora por 22 millones. En el medio y hasta hoy, las obras que pasan de colecciones privadas al mercado se venden en cifras millonarias, siendo el vigésimo artista más exitoso en la historia de las subastas (todos los períodos incluidos), y el segundo contemporáneo con mayores ventas, solo por detrás de Jean-Michel Basquiat.

  missing.jpgKnife Behind Back, 2000.

 

Además, Yoshitomo Nara, yendo aún más lejos que Warhol, convirtió su trabajo en una marca, creando una pequeña industria de objetos coleccionables, que unen lo artístico con grabados, litografías, dibujos y esculturas a piezas ornamentales como animales de peluche, cerámicas, lámparas, tapices, ceniceros, libros, bolas navideñas de nieve, figuritas, despertadores, platos y hasta monopatines.

Consultado sobre el arte actual, en una entrevista en Asymptote, sostiene: “Cada vez soy más consciente del poder del arte producido en una época en la que lo único que importaba eran las relaciones humanas inmediatas. En comparación, las obras contemporáneas parecen tener poco poder porque se hacen de forma demasiado instantánea”. “Siento aún más la necesidad de que mi enfoque tenga la sencillez natural de un pintor que vive en nuestro complejo mundo. Sé que no puedo dibujar como los pintores antiguos o Leonardo, pero no debo olvidar el espíritu de esos pintores pioneros y su forma de acercarse al mundo”. 

 

 

 

 

 

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