Al borde de la costa de Étretat, una pequeña localidad al norte de Francia, se esconde un tesoro plagado de arte contemporáneo que le debe su origen a uno de los padres fundadores del impresionismo, Claude Monet. En 1903, el artista parisino plantó el primer árbol de lo que hoy se conoce como Los Jardines de Étretat, un proyecto emplazado en plena región de Normandía que combina la belleza del paisaje -declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO- con una colección de obras artísticas verdaderamente única.
La encargada de empezar a transformar este pedazo de tierra ubicado a la orilla del Mar del Norte, lo que se conoce como La Costa de Alabastro, en un museo a cielo abierto, fue la reconocida actriz de la Belle Époque Madame Thébault, con la ayuda del jardinero local Auguste Lecanu. La actriz era fanática de las orquídeas y estaba obsesionada con la vida y obra de Roxelana, una de las personas más famosas de la historia otomana, quien fue la cuarta y única esposa legítima del sultán Solimán el Magnífico. Thébault veía en esas flores a las concubinas del harén de Hürrem Haseki Sultan, el nombre oficial de esta poderosa mujer que con su inteligencia cambió al Imperio Otomano para siempre.
Las orquídeas de Madame Thébault siguen allí y son una de las principales atracciones de Los Jardines de Étretat, en cuya terraza principal se encuentra el icónico peñón D’Amont, donde el propio Monet realizó los primeros trazos de varias de sus famosas obras basadas en los acantilados de la zona. Pero el aspecto actual del jardín, que ganó el premio European Garden Award a “Mejor restauración del jardín histórico”, y la estrella Michelin en la categoría “Guía turística verde”, se debe al trabajo del arquitecto paisajista Alexander Grivkó. En 2015, respetando el concepto de la actriz e inspirado en la labor que realizó André Le Notre en los famosos jardines del Palacio de Versalles, Grivkó reinventó el lugar y le otorgó una fusión entre el pasado y el futuro. En apenas dos años, le dio nuevas formas y relieves, y creó un paisaje arquitectónico de vanguardia.
Rodeadas por más de 150.000 plantas podadas artísticamente, se encuentran las dos exposiciones que ofrece el lugar: una permanente, que cuenta con diferentes estatuas contemporáneas entre las que se destacan las Gotas de lluvia, obra del escultor barcelonés Samuel Salcedo, en la que enormes rostros de caucho con distintas expresiones flotan entre los arbustos; y una temporal, que está atada a cada temporada estival anual. La armonía entre la naturaleza y el arte guía el espíritu de este museo que en vez de salas, está dividido en jardines.
El recorrido comienza por el Jardín de las Impresiones, donde se puede observar el Canal de la Mancha cercado por acantilados, el típico paisaje de las pinturas impresionistas de Monet que sirvió de inspiración para sus colegas Jean-Baptiste Camille Corot, Eugene Delacroix y Vassily Polenov. Luego, sigue por el Jardín de las Emociones, que emula el fondo marino de Étretat, y continúa por el Jardín Avatar, donde todo se vuelve surrealista. En la parte superior, se puede visitar el Jardín d’Amont, con una vista privilegiada de todo el territorio, y más abajo, en el Jardín Zen, la humanidad y la naturaleza se unen en un equilibrio perfecto, como se puede apreciar en las esculturas vegetales de Wiktor Szostalo y Agnieszka Gradnik. Por último, en el Jardín d’Aval, el paisaje rocoso de Normandía es recreado por plantas recortadas, evidenciando una vez más la simbiosis que caracteriza la obra de Grivkó. “Mi jardín es mi más bella obra de arte”, dijo Monet alguna vez, que sin dudas estaría orgulloso de cómo luce hoy uno de sus lugares favoritos en el mundo.
