Quince kilómetros al sur de Las Vegas, en el Valle Ivanpah, la monotonía del paisaje desértico es interrumpida por un elemento disruptivo, un conjunto de pilares policromáticos que brillan intensamente como un espejismo lisérgico. Las torres, que se recortan sobre un fondo montañoso y una tierra árida cubierta de arbustos secos, parecen de lejos el resultado del juego de un niño que usó caprichosamente plastilina de distintos colores para dar forma a gigantescos monumentos irregulares. De cerca, la fantasía se desvanece. Treinta y tres rocas enormes, pesadas, multiformes y coloridas, apiladas en torres que oscilan entre los nueves y los once metros de altura, conforman Seven Magic Mountains (Siete Montañas Mágicas, 2016), una de las obras más reconocidas de Ugo Rondinone (Suiza, 1964).
El artista de ascendencia italiana ha trabajado, a lo largo de su extensa trayectoria, diversos materiales y disciplinas, si bien la escultura es ciertamente el área donde más se ha destacado. En la década de los noventa comenzó a dar sus primeros pasos, incursionando en la pintura, en la que ya experimentaba con el uso de colores intensos.
Los primeros antecedentes de Seven Magic Mountains son de 2013, cuando Rondinone expuso una instalación llamada Human Nature en el Rockefeller Center, un grupo de nueve figuras monumentales hechas de losas de piedra azul, extraídas de una cantera del norte de Pensilvania, que remiten a los milenarios círculos de roca de Gran Bretaña y el norte de Europa. Ese mismo año presentó Soul, treinta y siete figuras antropomórficas hechas también de piedra azul, pero esta vez obtenidas del norte del Estado de Nueva York.
El proceso de creación de Seven Magic Mountains comenzó en diciembre de 2015, con la selección de las rocas a usar y su posterior corte y pulido, que involucró el uso de maquinaria pesada debido a la magnitud de la obra. Luego de eso se las perforó y colocó agarres y caños de metal, para poder montarlas luego. Ya con las bases incorporadas, cada piedra fue pintada individualmente con colores fluorescentes, utilizando una paleta de colores que abarca los siete colores del arcoíris (rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta), a los que se sumaron negro, blanco y plateado.
El último paso consistió en apilar las enormes rocas, que pesan entre diez y veinticinco toneladas, para darle forma a las torres multicolores que se erigen en el paraje desolado del Estado de Nevada. Según explicó el propio autor, la localización de las montañas de piedra no es casual: el lugar está física y simbólicamente a medio camino entre lo natural y lo artificial, al igual que la obra. Lo natural se expresa en las cordilleras, el desierto y el lago Jean Dry como telón de fondo; y lo artificial en la autopista y el flujo constante de tráfico entre Los Ángeles y Las Vegas.
En mayo de 2016 tuvo lugar la inauguración de la obra, que fue producida y financiada por el Museo de Arte de Nevada, una organización privada sin fines de lucro que invierte en la exploración de los vínculos entre el ser humano y su medio ambiente; y el Fondo de Producción Artística, otra organización sin fines de lucro dedicada a encargar y producir proyectos de arte público y a difundir el arte contemporáneo.
Seven Magic Mountains se inscribe en una larga tradición de land art en el Estado de Nevada. Desde los petroglifos tallados por los nativos americanos en las piedras del área de Conservación Nacional conocida como Sloan Canyon; pasando por los primeros trabajos propiamente dicho de este estilo en la década del sesenta, de la mano de Jean Tinguely y Michael Heizer en Jean Dry Lake; hasta llegar a su antecedente inmediatamente anterior, los Túneles Solares de Nancy Holt (1976), esta disciplina está profundamente conectada con la historia del lugar. Ugo Rondinone agregó una impronta pop a su trabajó que revitalizó esta corriente y cerró una brecha de cuarenta años sin explorar las posibilidades de combinar el trabajo artístico con la inmensidad del desierto que se expande, inabarcable, al sur de la Ciudad del Pecado.