André Breton: 100 años del Manifiesto Surrealista

El surrealismo fue un acto de confrontación contra el arte como distracción. Un movimiento con vocación revolucionaria que excedió su carácter de corriente estética para capturar la existencia entera.     
Por Manuel Quaranta
Retrato de Andre Bretón (1950) por Toyen (Marie Čermínová). Retrato de Andre Bretón (1950) por Toyen (Marie Čermínová).

 

Han transcurrido cien largos años del nacimiento de la vanguardia más famosa de todos los tiempos: el surrealismo. No caben dudas de que, para ser consecuentes con la causa, un verdadero homenaje debería tener, al menos, una pizca de vanguardista, sin que esto signifique burla o desprecio por parte del lector profano. Porque ¿qué significa en 2024 ser de vanguardia? Nada. O nada bueno. O un paso de comedia o más bien de farsa. En el mejor de los casos, como explica Damián Tabarovsky en Fantasma de la vanguardia (2018), podemos dialogar, justamente, con el fantasma de la vanguardia, con lo que queda, con el resabio, el residuo, el resto, es decir, con el espíritu de la vanguardia, el espectro desfalleciente: la experimentación, la provocación, el riesgo. Sucede que el diálogo con el fantasma siempre es un diálogo de sordos o de mudos, marcado por el malentendido; cuando le hablo al fantasma, el fantasma está distraído, cuando me responde yo no le estaba prestando atención, en este diálogo –como sucede en general– cada interlocutor entiende lo que quiere.

 

800px-André_Breton.jpgAndré Breton.

 

André Breton (1896-1966) amo y señor de la Iglesia surrealista, se obligó a elaborar la definición del término (1):

Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral. 

En la declaración resuenan aspectos del psicoanálisis, del dadaísmo y de las prácticas de Duchamp, ideas en boga por aquel entonces. Ubiquémonos. Cinco años después del desastre de la Gran Guerra, parte de los intelectuales europeos habían advertido que el desarrollo de la razón, en lugar de conducir a la emancipación humana prometida por Kant a fines del siglo XVIII, nos hundía en una orgía de violencia y sangre. De ahí el rotundo rechazo a la razón, por su estupidez siniestra y por impotente, dado que, obsesionada con clasificar las cosas, reduce lo desconocido a lo conocido, quitándole brillo y misterio al mundo. 

 

56600100524491_1_watermarked.pngManifiesto Surrealista, de André Breton (1924).

 

Breton, al tratar de recuperar el brillo perdido habilita (y habita) la vía onírica: postula la futura fusión entre dos estados contradictorios como el sueño y la vigilia, en una especie de “realidad absoluta”, llamada superrealidad. Recordemos que casi cuatrocientos años antes del primer manifiesto, René Descartes había hecho gala del argumento del sueño, con el cual justificaba la ausencia de pruebas concluyentes para distinguir sueño de vigilia. En las Meditaciones Metafísicas (1641) ese era un escollo difícil de sortear y sólo al final del libro el filósofo le confiesa al lector que la indistinción no era más que un malabarismo retórico. En cambio, Breton pretende subirse al caballo de la confluencia, rescatar lo maravilloso, lo inexplicable, lo efímero. El objetivo apunta a unir dos realidades alejadas y ver qué surge de la reunión: hablamos, claro, de arbitrariedad. La arbitrariedad surrealista interrumpe el flujo normal de sentido, aunque se cuida de no romper las estructuras básicas del idioma, como lo ensayó la guerrilla dadaísta (con toda probabilidad, la más radical de las vanguardias, esa condición explicaría el borramiento histórico del dadaísmo y la pervivencia en el lenguaje popular de la jerga surrealista, utilizada a diestra y siniestra, sin ton ni son, la mayoría de las veces). 

 

 

La figura de Breton, gracias a un carisma devastador, ocupó el centro de la escena y estableció el criterio último de pertenencia al movimiento. Así llegaron los excomulgados, las imprecaciones, las peleas a muerte (2). Las intervenciones eran escandalosas, excesivas, irónicas, ideales para oponerse a un tiempo oscuro. Sin embargo, para no esquivar los hechos (nobleza obliga), sería bueno dejar constancia de que en la advertencia que escribe en 1942 al Segundo manifiesto, Breton bajó el tono: Deseo que haya corregido, aunque sea hasta cierto punto a mis expensas, los juicios a veces apresurados que emití sobre diversos comportamientos individuales […] Este aspecto del texto sólo puede justificarse ante quienes se tomen el trabajo de situar el Segundo manifiesto en el clima intelectual del año que lo vio nacer. Justamente alrededor de 1930, los espíritus liberados adquieren conciencia del próximo e ineluctable retorno de la catástrofe mundial.

 

il_fullxfull.6025996942_5825.jpgLa interpretación de los sueños, de René Magritte (1935).

 

En el primer manifiesto Breton enumera a sus secuaces (3), pero en el segundo menciona un nombre propio que representa la excepción respecto del detestable culto a los hombres (culto que Breton ejercía apasionadamente consigo mismo), ya que todos han padecido períodos de flaqueza. El único sujeto puro fue Lautréamont, poeta nacido en Montevideo y autor de Los Cantos de Maldoror. Para comprender la locura por el poeta uruguayo, leamos un pasaje del canto II: “Mi poesía consistirá, sólo, en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no hubiera debido engendrar semejante basura”. Leamos ahora un pasaje del canto I: ¡Ay!, ¿qué son pues el bien y el mal? ¿Son acaso una misma cosa con la que damos, rabiosamente testimonio de nuestra impotencia y de nuestra pasión por alcanzar el infinito, aún con los medios más insensatos? ¿O son dos cosas distintas? Sí… Mejor que sean una sola cosa… pues, de lo contrario ¿qué sería de mí el día del juicio?

El segundo manifiesto supera en virulencia al primero y los enemigos son más nítidos: “Todo está por hacerse y todos los medios deben ser buenos para destruir las ideas de familia, patria, religión”. El surrealismo es un acto de confrontación contra la imbecilidad congénita de las personas, un combate contra el arte como distracción, la erudición y la especulación pura: “No queremos nada en común con los pequeños o grandes ahorristas del espíritu”. El surrealismo desprecia el cálculo, la mesura, la supuesta ecuanimidad burguesa. El surrealismo tiene vocación revolucionaria, y quienes no estén a la altura serán execrados y excluidos. Por eso es un movimiento social (una llaga, un canto rebelde), una fuerza vital, la negación del orden, no (o no sólo) una corriente estética. El surrealismo valora el azar, lo arbitrario, la escritura automática (inventada por Breton en 1917), el relato de los sueños, pero el objetivo excede el terreno del arte, para capturar la existencia entera.

La severidad moral del surrealismo fue su talón de Aquiles: los buenos y puros de un lado, los desviados del otro. A la vez pretende trastornar el mundo (4), salir de viaje sin un propósito fijo. El surrealismo es contradictorio por definición, reconoce límites y los pone en juego. Apuesta por lo insólito, lo anómalo, nos incita a cultivar nuestra propia rareza (5) (siempre y cuando la rareza se mantenga dentro del redil surrealista).

Para Breton, el arte como reflejo social es una concepción vulgar; asimismo descree de la posibilidad de un arte proletario, al menos en el tiempo histórico que le tocó vivir, con la atroz burguesía victoriosa. El surrealismo busca liberarse (6) de las ataduras y de las ideas preconcebidas, como la del genio (si bien Breton se creía genio) y la de inspiración. Por esta clase de maniobras Henri Michaux dijo: valoramos menos a los surrealistas por lo que escribieron (Los campos magnéticos, por ejemplo) que por la libertad que dieron a todo el mundo para escribir cualquier cosa.

 

Los_campos_magnéticos.jpgLos campos magnéticos, de André Breton y Philippe Soupault (1920).

 

Originalmente, el surrealismo estuvo orientado a enfrentar la palabra poética contra el uso cristalizado de la lengua, es decir, quiso disputarle terreno a la madurez lingüística que todo lo achata, esto explica el grado de violencia contra el establishment literario, manso y complaciente, no sólo con el poder, sino con el lenguaje; pero hoy en día, asistimos a un desplazamiento del significante surrealista, desde la palabra hacia la imagen, desde la literatura hacia las artes visuales.

Durante el Coloquio 100 años de surrealismo, organizado por el Instituto de investigaciones estéticas de la UNAM, del 2 al 5 de septiembre en la Ciudad de México, Graciela Speranza, además de dictar la conferencia "Maravilloso pero más real. Supervivencia del surrealismo en América Latina", dialogó con una de las más eminentes especialistas sobre el tema, Dawn Adès, catedrática emérita en la Universidad Essex. En un momento de la conversación Speranza la interroga sobre el desplazamiento mencionado en el párrafo anterior (el diálogo fue en inglés, no garantizo por lo tanto la correspondencia exacta entre lo dicho y lo reproducido aquí); según Adès, es difícil dar una sola respuesta, porque apenas se mencionan unos pocos artistas en el primer manifiesto y no hay mucho más sobre artes visuales; a causa de esta omisión, en los últimos años se han abierto debates acerca de la existencia de un estilo surrealista, pero la clave reside en la liberación que produjo el movimiento en los artistas respecto del estilo dominante de la época, opinión coincidente con la de Michaux. Y agrega que no existe el estilo surrealista en el arte, cada artista tiene una relación particular con el surrealismo, como un modo de pensar, de actuar en el mundo y de lidiar con la realidad.

En 2024 los males denunciados por el surrealismo se han acentuado, la percepción se encuentra más anestesiada que nunca, el cálculo impera en las relaciones humanas y la estupidez ha ganado definitivamente la partida, por eso, a un siglo de su nacimiento, el surrealismo sigue alzando la voz, aunque todavía no se haya enterado de su prematura muerte:

Creo (dice Breton al cierre del manifiesto de 1924), tanto en éste como en otros terrenos, en la pura alegría surrealista del hombre que, consciente del fracaso reiterado de todos los demás, no se da por vencido, parte desde donde quiere y por un camino absolutamente distinto del camino razonable, llega hasta donde puede.

 

 

1. Una reciente aproximación al surrealismo puede encontrarse en la conferencia Avatares del surrealismo en la ficción y el arte latinoamericano contemporáneo, que Graciela Speranza brindó de manera virtual en el Museo Malba en febrero de 2021. En el minuto 21:55 la crítica argentina cita una hermosa definición de las peripecias de Breton, tomada de El siglo, de Alain Badiou: “Se trata de saber cómo puede la vida real asegurar con su fuego la combustión creadora del pensamiento”. 

2. Phillipe Soupault cuenta en La amitié, publicado en 1965, un año antes de la muerte de Breton, la íntima relación que lo unió durante años (“los tres mosqueteros”) al jefe espiritual del surrealismo y a Louis Aragon, hasta el corte definitivo. El libro es “maravilloso” e inhallable tanto en la versión de papel como digital, pero comparto el link al podcast Les nuit de France Culture, Le vrai André Breton par Philippe Soupault, donde pueden escucharse fragmentos del libro y al mismo Soupault contando algunos detalles de la amistad. El podcast francés le dedica 17 capítulos al centenario del surrealismo y en el último se pregunta: Cien años después de su nacimiento, ¿qué queda del surrealismo? Queda poco y nada, mucho y todo.

3. Tristan Tzara, Paul Éluard, Hans Arp, Salvador Dalí, Yves Tanguy, Max Ernst, René Crevel, Man Ray, Benjamin Perét, Francis Picabia, Apollinaire, Robert Desnos, entre otros (son todos hombres, “y también mujeres arrebatadoras, os lo aseguro”).

 

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 Los surrealistas.

 

4. Incansable, Breton insiste en los Prolegómenos a un tercer manifiesto del surrealismo o no: “Me veo en la obligación, como en la hora de mi juventud, de pronunciarme en contra de todo conformismo, y de aludir, especialmente, al decir esto, a determinado conformismo surrealista”. Doble conclusión: 1- El peor enemigo del surrealista es el surrealista tibio. 2- Para un surrealista (auténtico) no hay nada mejor que otro surrealista (auténtico).

5. Speranza se pregunta respecto de obras de arte contemporáneo afines al surrealismo: “¿Qué los reúne si no el deseo de liberar al arte de la racionalidad utilitaria, mediante formas que abrevan en ‘la disponibilidad’, la ‘sed de vagabundear al encuentro de todo’ de la que habló Breton, y abiertas a través del azar a una realidad sin fronteras fijas?”.

6. Dice Bretón en los Prolegómenos: “La muerte de Freud (1939) basta para volver incierto el porvenir de las ideas psicoanalíticas, con lo que una vez más un ejemplar instrumento de liberación, amenaza convertirse en instrumento de opresión”.

 

 

 

 

 

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