Colección MNBA: Chico apoyado, de Norah Borges

Feminista adelantada, fue condenada por audaz y atravesó el siglo XX ninguneada, a la sombra de su apellido. Sus dibujos y pinturas tienen una potencia que el campo del arte jamás terminó de digerir.
Por Manuel Quaranta

 

Norah Borges se llamaba, realmente, Leonor (como su madre) Fanny, pero prefirió desde muy pequeña aceptar el cambio de nombre que le impuso el primogénito de la familia. Si los nombres contienen el ser, si el nombre es arquetipo de la cosa, no sería descabellado imaginar que Norah tal vez sea una creación borgeana.

Norah nació en los albores del siglo XX (4 de marzo de 1901) y murió en las postrimerías del milenio (20 de julio de 1998). Su juventud estuvo signada por los viajes hasta que en 1928 se casó y se asentó, primero en Madrid, y finalmente en Buenos Aires, donde transcurrió la mayor parte de su vida.

Fue una feminista avant la lettre, una chica moderna antes de la modernización programática del Instituto Di Tella durante la década del 60. Debido a un contexto hostil hacia las mujeres (o para “no alardear de escritora”, como sentenció el hermano), tuvo que ejercer la crítica de arte bajo el pseudónimo de Manuel Pinedo. Investigó sobre distintas clases de grabado y no dejó de pintar prácticamente hasta su desaparición física.

 

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Herbario, 1928.

 

Estudió dibujo en Ginebra con el profesor Sarkisoff (1), quien le advirtió que no imitara ni a Zuloaga ni a Sorolla. En Suiza aprendió grabado y xilografía y recibió influencias del expresionismo alemán. A partir de 1921 se conecta con la avanzada Ultraísta (movimiento literario y plástico de la vanguardia española) (2) y en 1926 realiza su primera exposición individual en Buenos Aires (Amigos del Arte). Por aquella época se entera del cubismo y comienza a mezclar corrientes y estéticas, lo que produce un lenguaje caracterizado por la estilización casi manierista de la figura humana y composiciones romboidales que descomponen objetos y superficies, creando la ilusión plástica de un plano fragmentado.

 

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Estudiante-mesa, 1935. Museo Nacional Reina Sofía, Madrid.

 

En Chico apoyado (1935) un joven apoya la cabeza sobre la mano, la mano descansa en el codo y el codo en una especie de base escultórica, pose que le otorga a la escena un aire distraído y al mismo tiempo teatral. Además, el trazado de las líneas, equivalentes en casi todos los actores de la escena, potencia la levedad del dibujo. La de Borges es una geometría fría, suave, amorosa, en vías de disolverse. El cuerpo del joven, de los pies (3) a la cabeza, es de la misma sustancia que los objetos, su cuerpo se confunde con el mundo, se funde con él. El protagonista medita y parece soñar silenciosamente con lo que nunca tuvo, así como otros personajes compuestos por Norah, en posiciones similares, meditan, sueñan o se lamentan por el tiempo perdido.

 

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Chico apoyado, 1935. Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.

 

El 17 de diciembre de 2019 el Museo Nacional de Bellas Artes inauguró Norah Borges. Una mujer en la vanguardia, retrospectiva curada por Sergio Alberto Baur, donde se reunieron más de 200 trabajos de la artista, entre pinturas, dibujos y grabados, así como manuscritos y fotografías. Fue un gesto vindicativo para una perenne historia de olvido y sinsabores. Los medios hablaron de rescate, visibilización, homenaje, terminología de uso frecuente cuando se pretende disminuir el sentimiento de culpa.

En su carrera Norah ilustró una ingente cantidad de libros, por ejemplo, La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares; algunos de las hermanas Ocampo, otros de Julio Cortázar; y Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez; entre otros tantos autores españoles amigos suyos.

 

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La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares.

 

Cabe resaltar que todos los textos o producciones audiovisuales sobre la vida y la obra de Norah comienzan con referencias a su celebérrimo hermano, Jorge Luis, quien con su fama universal parece haber sumido en las tinieblas la figura espectral de su cándida hermana. Inmediatamente después se menciona a Guillermo de Torre, escritor y crítico español, especialista en vanguardias, esposo de Norah: la mujer siempre detrás de los grandes hombres (de los grandes nombres).

Suele citarse también un fragmento del artículo de Borges publicado en La Nación: “En todos nuestros juegos era ella siempre el caudillo, yo el rezagado, el tímido, el sumiso. Ella subía a la azotea, trepaba a los árboles y a los cerros. Yo la seguía con menos entusiasmo que miedo”. Es curioso, la única novela que escribió el padre de los hermanos Borges, Guillermo, se titula El caudillo. El artículo del hermano de Norah, por momentos, parece una necrológica, un  texto de homenaje, aunque anticipado. 

 

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Publicación firmada por Jorge Luis Borges. La Nación (1977).

 

La singularidad de Norah es que nunca fue una mujer de su tiempo, nunca fue contemporánea –aquí reside, quizás, su mayor mérito–; la ningunearon cuando estaba viva, la recordaron después de muerta; condenada por audaz, luego por conservadora, el campo del arte jamás terminó de digerirla –insistimos, de ahí su potencia–.

Los homenajes y los recordatorios buscan canonizarla –es decir, liquidarla–. Que no sea este el caso. Que Norah tome la palabra, y sea feliz: “El fin de la pintura es dar alegría por medio de los colores y de las formas”.

 

 

1. Algunos datos básicos sobre la vida de la artista los obtuve del prólogo que escribió Jorge Luis Borges, Norah, con quindici litografie di Norah Borges, en 1977, edición bilingüe; luego se publicaría en el diario La Nación, el 31 de diciembre del mismo año, con el título “Norah”. Todos los entrecomillados de Borges pertenecen a este artículo.

2. Sostengo la dudosa hipótesis de que la cultura española siempre ha llegado tarde a todo. Basta adentrarse en la Colonización de América, continente ocupado por pueblos originarios, hasta los movimientos de vanguardia. La ola vanguardista llegó con retraso a España y se nota la escasa radicalidad de sus producciones. Los escritores de la primera mitad siglo XX, por ejemplo, demoraron décadas en superar el realismo social (es cierto, aletargados por el desastre franquista). La única excepción, que, por supuesto, confirma la regla, es Francisco de Goya, el primer y único adelantado. Como justificación de la hipótesis comparto un fragmento de la ponencia “La asimetría vanguardista en España”, de Román Gubern: “En las primeras décadas de este siglo España era un país premoderno, caracterizado por una Revolución Industrial tardía y muy incompleta (ceñida al noreste de la Península), con estructuras agrarias latifundistas en el centro y sur, con una clase media muy endeble y una altísima tasa de analfabetismo. En 1920, concretamente, el 45,44 % de la población adulta era analfabeta, con una tasa sobre el total de la población del 52,53 %. Entre 1923 y 1927 el número total de escuelas permaneció estacionario, pero el número de universitarios creció casi un 30 % consolidando un divorcio agudo entre élites cultivadas y pueblo subculturizado”. Las famosas “dos Españas” de las que habló Antonio Machado: la tradicional y la liberal progresista. Las divisiones se agudizaron con la Guerra Civil (1936-1939) y los cuarenta años de la salvaje dictadura de Francisco Franco (El Generalísimo). Conviene dejar afuera de la discusión a Miguel de Cervantes Saavedra y a Pablo Picasso.

3. Los pies del Chico apoyado recuerdan los pies representados por Augusto Schiavoni en Con los pintores amigos (1930).

 

 

 

 

 

 

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