Rafael Barradas murió extremadamente joven, el 12 de febrero de 1929, en Montevideo. Había nacido 39 años antes en la misma ciudad, esa ciudad fantasmal, imperecedera, siempre idéntica a sí misma, inmóvil, estática, eterna promesa sudamericana de una modernidad que nunca llega (1).
Proveniente de los bajos fondos urbanos, la familia Barradas carecía tanto de recursos económicos como simbólicos, sin embargo, a fuerza de garra charrúa el joven talento se las ingenió para solventar el obligado viaje iniciático a Europa gracias a la inestimable ayuda de un ocasional mecenas. Se muda al viejo continente entre 1913 y 1923, primero Milán, luego París, más tarde Madrid y Barcelona, refugios españoles donde forja amistad con Joaquín Torres-García, quien sería determinante en su futura carrera de pintor y frecuenta tertulias rebosantes de poetas, críticos y artistas de vanguardia como Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca, Ramón Gómez de la Serna, Guillermo de Torre y los hermanos Borges, estos tres últimos (héroes y heroínas del movimiento ultraísta) convencieron a Barradas de participar con sus dibujos en las publicaciones del grupo.
Vltra. Revista vanguardista publicada en Madrid (1921/22).
Desde la llegada a Europa coquetea con las vanguardias futurista y cubista. Entabla relación con agentes de ambos bandos, pero Barradas, espíritu inquieto, rechaza la idea de incorporarse dócilmente a alguna de las facciones: no quiere ser un seguidor ni un discípulo, quiere ser maestro de maestros. El pintor uruguayo aspira al pulso propio, personal, a partir de lo arrebatado, lógicamente, a sus colegas. Del futurismo recupera la sensación de movimiento, y del cubismo, el facetado de las imágenes: inventará muy pronto el vibracionismo, procedimiento por el cual Barradas descompone geométricamente las escenas con el objetivo de auscultar el dinamismo de la ciudad moderna.
Composición vibracionista, de Rafael Barradas (1917). Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.
Barradas encuentra en Europa lo que Latinoamérica le niega: respira la Modernidad de París, bautizada por Walter Benjamin Capital del Siglo XIX (2). Vértigo, velocidad, ímpetu. El masivo desplazamiento del campo a la ciudad produce conglomerados de individuos anónimos; el mundo se puebla de ruido, desorden, expectativa (ilusión y desilusión), novedad, temores y terrores. Marshall Berman, quien apenas cita a Benjamin (y más bien para distanciarse; en cambio, nombra decenas de veces a Baudelaire) escribe en Todo lo sólido se desvanece en el aire:
Hay una forma de experiencia vital –la experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y los peligros de la vida– que comparten los hombres y las mujeres de todo el mundo de hoy. Llamaré a este conjunto de experiencias la Modernidad. Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos (3).
Campamento Gitano, de Rafael Barradas (1922). Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.
Con su artificio pictórico Barradas desarrolló un lenguaje singular y moderno, sintetizando imágenes, líneas y colores. Entre las obras iniciales aparece la acuarela Composición vibracionista (1917), un cúmulo de colores intensos que tras un breve lapso temporal empiezan a convertirse en objetos vibrantes: ruedas, relojes, sombreros; el conjunto de obras de este período tiene como propósito profundizar en la observación del ambiente, son curvas y contracurvas, colores planos que dan la sensación de velocidad y muchedumbre. En 1922 Barradas pinta Campamento Gitano, una fiesta fragmentada y colorida de líneas que confirman la consolidación del estilo.
Impresión de Boulevard, de Rafael Barradas (1913). Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.
Impresión de Boulevard (1913) es una pintura de transición, percibimos en ella la mayoría de los elementos posteriores (formas geometrizadas sin jerarquización, colores planos y contrastantes sin un punto de apoyo fijo), aunque en ciernes comparados con la década siguiente. En efecto, detectamos elementos urbanos típicos pero no se alcanza a distinguir aún la singularidad de Barradas, por eso la escena adquiere tenues rasgos impresionistas; hay un ambiente común, un airecillo (compartido y lejano a la vez) que la hermana con Bal du moulin de la Galette (1876), de Auguste Renoir, ambas pinturas se funden en algún aspecto de la representación hasta provocar una sutil reminiscencia, como si Barradas tratara de desembarazarse (sin conseguirlo) del estilo francés.
Bal du moulin de la Galette, de Auguste Renoir (1876). Musée d’Orsay, París.
Dispuestos a clasificar la praxis de Barradas no sería erróneo nombrarla con un oxímoron: figuración abstracta, y nunca como abstracción figurativa, porque Barradas era un pintor figurativo que buscaba en el ejercicio pictórico el equivalente formal de la realidad, y no un reflejo de las cosas. Esto nos autoriza a reajustar los dichos: más que tratar sobre los desafíos de la ciudad moderna, las pinturas tratan sobre la combinación de los materiales, la vehemencia de la forma y los problemas de la representación. En este sentido, repetimos conclusiones conocidas: los artistas pueden ligarse a temas específicos, incluso pueden trastocar y renovar los temas, pero la preocupación esencial reside en la forma (planos, colores, líneas).
El crítico español Rafael Santos Torroella dice en una nota de 1975:
Más de una vez me ha sorprendido que el nombre de Rafael Barradas cuente tan poco en los "panoramas" o historias de la pintura española contemporánea. Claro está que el pintor uruguayo, como Figari y Torres García –y como Lautréamont y Supervielle, porque ese pequeño gran país que es Uruguay se encuentra, misteriosamente, en la encrucijada de las más profundas corrientes del arte y la poesía contemporáneos- pero aunque lo fuera, lo cierto es que su obra la realizó enteramente entre nosotros.
Pocos recuerdan a Rafael Barradas. En 2022 el Malba ofreció la retrospectiva Hombre flecha para sostener arriba el espíritu del pintor rioplatense. Imagino una escena triste y originaria en su vida, imposible de superar: el gran pecado.
Impresión de caffe. Retrato. Planista. Bernabé Michelena, de Rafael Barradas (1916/17). Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.
El Museo Nacional de Bellas Artes conserva diez obras, una de las cuales, Impresión de caffe. Retrato. Planista. Bernabé Michelena, además de ser retrato es autorretrato: el rostro secreto de un hombre que pronto descubrirá la levedad del olvido.
1. La representación cabal del detenimiento (la dulce y tierna espera) de la República Oriental del Uruguay es la película Whisky (2004), dirigida por Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll. No sólo por el argumento, los escenarios y la trama, sino porque estamos hablando de un film que se realizó más de un siglo después del nacimiento de Barradas y mantiene firme la misma problemática: entre el supuesto pasado glorioso y perdido y la promesa de abundancia. En 2001 los directores habían filmado 25 watts, cuya materia anticipa la línea ideológico-estética de Whisky.
2. Así se conoce el Livre des Passages (Libro de los Pasajes), una obra inacabada en la que el ensayista alemán recopila asombrosas cantidades de citas, fragmentos e interpretaciones que debían servirle a Benjamin para escribir la ambiciosa historia de la filosofía materialista durante el siglo XIX, centrada en París. En correspondencia con Adorno, el autor de Teoría estética le asegura que está escribiendo la obra decisiva del siglo.
3. Berman vivió en carne propia la amenaza de “destruir todo lo que tenemos”. Para más información véase mi ensayo sobre El puente de Argenteuil, de Claude Monet, publicado en esta misma revista.
4. No olvidemos la intensidad intelectual del año 1922. Se publicaron tres obras fundamentales para la historia de la literatura: Ulises de James Joyce, Trilce de César Vallejo y Tierra Baldía de T. S. Eliot.