Diego Rivera: el ilustrador de la historia de México

Junto a Siqueiros y Orozco formó la tríada de los grandes muralistas mexicanos que revolucionaron el arte pictórico de primera mitad del siglo XX.
Por Virginia Fabri

 

Excéntrico, provocador, talentoso, de izquierda, enamorado de la pintura y de las mujeres que lo rodearon, Diego Rivera, -el gran ilustrador de la historia de México-, fue el portavoz de los oprimidos y los indígenas.  

Un 8 de diciembre de 1886, nacieron en la Ciudad de Guajanato los gemelos  Diego y Carlos María Rivera. De los dos, solo sobrevivió Diego. Su hermano murió al año y medio de vida. A los seis años, Diego se mudó con su familia a la Ciudad de México. A pesar que su padre quiso que ingresara en el Colegio Militar, él empezó a asistir a clases nocturnas en la Academia de San Carlos, donde conoció al célebre paisajista José Maria Velasco.

Gracias a una beca que obtuvo por parte del gobierno de Veracruz, estudió durante 15 años (1907-1921) en España, Francia e Italia, abandonando el academicismo y más interesado por las corrientes vanguardistas. Formó parte del movimiento cubista. Hacia 1920, en compañía de David Alfaro Siqueiros, viajó por Italia donde observó la técnica del fresco en obras del Renacimiento, encontrando inspiración en los murales de Giotto, Piero de la Francesca y Miguel Ángel. Copió obra de grandes maestros como Bruegel y se familiarizó con la obra de Goya y El Greco, introduciéndose en nuevas nociones de composición, color y espacio. En París se reunió con el pintor Amedeo Modigliani y con Pablo Piccasso, con quien mantuvo un vínculo conflictivo.

 

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Diego Rivera, circa 1957. 

 

En 1915 se casó con la pintora rusa Angelina Beloff. El círculo de amigos de ambos incluía rusos, polacos y judíos escapados de la persecución política y religiosa, algunos de ellos  bolcheviques y revolucionarios. Infiel por naturaleza, mientras estuvo casado con Angelina, mantuvo varios romances simultáneos, uno de ellos con otra pintora rusa llamada Marievna Vorobieva-Stebelska. En 1920 se alejó de su mujer y sus amantes y partió a estudiar arte renacentista a Italia. 

 

Etapa cubista: Paisaje Zapatista

Su obra cubista más conocida de ese período fue Paisaje Zapatista - El guerrillero, pintada entre 1913 y 1915. Allí retrató los símbolos del famoso Emiliano Zapata, cabeza de las fuerzas revolucionarias de Morelos: el sombrero de Zapata, su rifle y el sarape y bucle, en un paisaje de montañas regulares y desiertas, enmarcadas en un cielo verde. La obra fue adquirida por el galerista Leonce Rosenberg, dando inicio al éxito de Rivera. Esto provocó cierto malestar en Picasso, a quien igualmente le gustaba la pintura. Rivera a su vez, posteriormente lo acusó de haber copiado su obra. En sus memorias, Diego dijo que “Picasso mostraba más imaginación que originalidad, todo lo que hacía estaba basado en la obra de otros.

 

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Paisaje zapatista, 1913-1915.

 

Rivera tenía un fuerte interés por el primitivismo y se unió además a un pequeño grupo de pintores expatriados mexicanos, que miraban lo primitivo en su propia cultura indígena. Estaba cautivado por el medio del mural por su potencialidad narrativa. El evento más importante que ocurrió en México durante su estadía en Europa fue la Revolución Mexicana en 1910, Guerra Civil que alteró su destino artístico. Estando en Europa, él se sentía un mexicano en el exilio de su tierra, con una creciente nostalgia de su México natal, cuyas claves se revelan en su obra.  

 

El muralismo mexicano

En 1921, volvió a México para participar del renacer de la pintura mural. Ese mismo año José Vasconcelos había asumido el cargo de Secretario de Educación Pública bajo el Gobierno del Presidente Álvaro Obregón, una destacada figura de la Revolución Mexicana. Una de sus primeras medidas fue la creación de un programa popular de educación, realizado a través de murales a gran escala en edificios públicos.  

 

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Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, Diego Rivera, 1947.

 

En su obra La Raza Cósmica (1925) Vasconcelos, sostenía que la característica fundamental de la nación mexicana era la mestización. La mezcla de indígenas, blancos europeos y negros africanos generaba una raza cósmica que combinaba las virtudes de todas las razas. Impregnado de este concepto y a fines de construir una identidad nacional, Vasconcelos alentó a los artistas a crear una forma de arte público, utilizando el mural para educar a la nación. Fue el artífice del desarrollo del muralismo mexicano. La Escuela Muralista comenzó a adquirir prestigio internacional por ser un movimiento social y político de resistencia e identidad, con imágenes que retrataban temas como la revolución, la lucha de clases, las celebraciones del proletariado y campesinos comunes y el hombre indígena. Entre sus miembros, destacaron David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Diego Rivera y Rufino Tamayo. 

Rivera escribió en sus memorias: “Mi regreso a casa despertó un renacimiento estético imposible de describir. Me encontré en el renacimiento de un mundo plástico, donde colores y formas existían en total pureza. En todas partes veía obras maestras, en las multitudes, los mercados, los festivales, los batallones marchando, los trabajadores en sus lugares de trabajo, los campos, en cada cara brillando, cada niño iluminado”.

Se incorporó al equipo de artistas comisionados por Vasconcelos para decorar los muros de la Escuela Nacional Preparatoria, en donde en 1922 pintó el mural La creación, en el Anfiteatro Simón Bolívar. Realizado a la encáustica, técnica a base de resina emulsionada con cera de abejas y pigmentos fundidos con fuego directo, exhibe la figura de un hombre con los brazos abiertos, surgiendo del árbol de la vida. 

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La Creación, 1922.

 

Fue allí donde conoció a una joven que soñaba con pintar: Frida Kahlo, una de las pocas alumnas mujeres de la Escuela. Así describe Diego el encuentro en sus memorias: “Un día estaba pintando en lo alto sobre un andamio y Lupe estaba sentada tejiendo abajo, donde había un ruidoso alboroto. Provenía de un grupo de jóvenes estudiantes gritando y empujando contra la puerta del auditorio. Se abrió la puerta, y una chica que no tendría más de 10 o 12 años ingresó. Tenía una dignidad y una seguridad inusual en sí misma y un extraño fuego en sus ojos”.

Su madurez artística llegó entre los años 1923 y 1928, cuando pintó los frescos de la Secretaría de Educación Pública de la Ciudad de México y los de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo y la Secretaría de Educación Pública. Rivera transformó la historia de México en su obra. Enfatizó la conexión del pasado, referenciando objetos precolombinos. Instaló en México el orgullo de su raza y sus orígenes. Rivera admiraba el arte indígena del pasado y descubrió en él una fuente de inspiración. Comenzó a coleccionar objetos precolombinos, su gran pasión. Su vasta colección de piedra y arcilla representaban cada región de México. La pasión de Rivera en coleccionar este tipo de arte, culminó en el Museo Anahuancalli.

 

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Ilustración del Popol Vuh, Diego Rivera, 1931.

 

Entre 1930 y 1933 vivió en Estados Unidos y pintó murales en San Francisco, Detroit y Nueva York. Fue invitado por su patrocinador Nelson Rockefeller, quien le encargó pintar un mural llamado El hombre en la encrucijada, con la idea de ayudar a los estadounidenses que luchaban en La Gran Depresión a redescubrir su valor. Provocativo y fiel a sus convicciones, Rivera aprovechó el mural para incorporar ideales comunistas, representando escenas con las figuras de los revolucionarios Marx, Engels y Lenin, los cuales se opuso a eliminar frente a las protestas de sus patrocinadores. La obra fue destruida. Igualmente molesto para la familia Rockefeller fue la representación de John D. Rockefeller Jr. en el lado izquierdo del mural, bebiendo entre un grupo de hombres y compartiendo con mujeres de dudosa reputación.

En 1934 con motivo de la inauguración del Palacio de Bellas Artes, Diego Rivera fue invitado a realizar una réplica de la obra, que llamó El hombre controlador del universo. Al centro, y en medio de un gran panel, aparece una alegoría a la era de las máquinas: un obrero rubio parece operar el universo, mientras que con sus manos controla las fuerzas naturales y mecánicas. Este personaje deberá elegir entre la amenaza del capitalismo representado por Estados Unidos y la promesa del socialismo representado por la Unión Soviética. Rivera muestra su visión sobre el mundo a partir de la confrontación entre Capitalismo y Comunismo; Tradición y Ciencia; Naturaleza y Máquina; Hombre y Mujer.

 

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 El hombre controlador del universo, 1934.

 

El panel izquierdo representa el mundo del capitalismo. En la parte más alta, hay una imagen de los soldados que están luchando en la Primera Guerra Mundial y una estatua del dios Zeus con una cruz, en alusión a la religión cristiana. Subyace una confrontación entre ciencia y religión en el mundo capitalista. Debajo de la estatua aparece el inglés Charles Darwin (1809-1882), padre de la teoría de la evolución, portando una radiografía de cráneo humano. El panel derecho representa el mundo socialista mediante la figura de Vladimir Lenin sosteniendo la mano de trabajadores. Karl Marx, León Trotski y Friedrich Engels aparecen representando el Ejército Rojo y la clase obrera en la Plaza Roja. Una escultura decapitada sostiene un objeto con una svástica y un grupo de personas se sienta sobre la cabeza.​ Hay un desfile grande, con personas que llevan la bandera comunista de la Unión Soviética.

 

Amigas, amantes y esposas: El elefante y la paloma, un vínculo de pasión e infidelidades

En diciembre de 1922, Diego se casó con la escritora Guadalupe “Lupe” Marín, una mujer que se destacaba tanto por su belleza e inteligencia como por sus escándalos, con quien tuvo dos hijas: Guadalupe en 1924 y Ruth en 1926.  Lupe fue la primera y única esposa en contraer matrimonio civil y religioso con él. Las constantes infidelidades de Diego provocaron la separación, antes de que Diego se fuera a Rusia, en 1927, para asistir a la celebración de los 10 años de la Revolución bolchevique que había derrocado al zar. La tormentosa relación entre ambos quedó plasmada en la novela La única (1938), escrita por Marín. Una de las tantas amigas y amantes de Diego en esos años fue la pintora, fotógrafa y activista italiana Tina Modotti, ex actriz de películas mudas en Hollywood, quien aparece en varios de sus murales. 

Pasión, tormento e infidelidades describen también la tormentosa relación de Rivera con Frida Kahlo, una historia intensa que conjugó arte, política, enfermedad y dolor. El elefante y la paloma, -apodados así por sus contrastes físicos-, se casaron un 21 de agosto de 1929, con un peluquero y un homeópata como testigos. Pero en 1935 hubo un suceso que complicó la relación: el amorío de Diego con Cristina, hermana de Frida, quien encontró una oportunidad para vengarse en 1937, cuando tuvo un romance con el revolucionario León Trotski, exiliado en México tras huir de las persecuciones de Stalin. 

 

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Diego y Frida en Nueva York, 1933.

 

En 1939 Diego y Frida se separaron para volverse a casar al año siguiente. Diego jamás abandonó a Frida en sus problemas de salud, la mantuvo económicamente y pagó todo sus tratamientos. El matrimonio Khalo-Rivera llegó a su fin el 13 de julio de 1954 con la muerte de la pintora en la célebre Casa Azul en Coyoacán. Con el rostro desencajado por el dolor de la pérdida, Rivera acompañó el ataúd en el velatorio realizado en el Palacio de Bellas Artes de México. No está claro si ella se suicidó o murió en circunstancias naturales. 

Al año siguiente, Diego cayó enfermo de un cáncer de próstata y viajó a Moscú para tratarse. Volvió a casarse por cuarta vez con su agente Emma Hurtado. Falleció 3 años después, un 24 de noviembre de 1957.

 

 

 

 

 

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