Lorenzo Lotto: el pintor escapista del Cinquecento italiano

Fue un protagonista destacado, con un talento divergente y exquisito, en la época de los grandes artistas como Leonardo, Miguel Ángel, Rafael o Tiziano. Considerado por los historiadores como el primer retratista interesado en la penetración psicológica.
Por Gisela Asmundo

 

“Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio”

Epicuro de Samos

 

Lorenzo Lotto nació alrededor de 1480 en Venecia, cuna de los maestros del color, y se dedicó a pintar retratos y temática religiosa. Pero su vida incansablemente itinerante lo relegó de la Escuela Veneciana, de donde surgieron fabulosos artistas como Vittore Carpaccio, Antonio y Bartolomeo Vivarini, Gentile y Giovanni Bellini, Giorgione y Tiziano, entre otros.

El historiador Paul Johnson sostiene: “El Renacimiento fue una creación de individuos, y en cierto sentido giró en torno al individualismo”. Es decir, cada artista en sí mismo aportó algo grandioso y distintivo, pero los innumerables sucesos del pasado son muy complicados a la hora de narrar. La periodización histórica y su enumeración ha sido un menester fundamental del siglo XIX. 

El legado de Lorenzo Lotto había quedado en el olvido, hasta que entra en escena el historiador del arte Bernard Berenson (1865-1959), quien estudió la obra del artista. Maravillado por la gran modernidad que tenía su manera de pintar, le dedicó por primera vez una monografía en 1895: Lorenzo Lotto. Un ensayo sobre la crítica constructiva del arte (Lorenzo Lotto, An Essay in Constructive Art Criticism).

Berenson afirma: "Para entender bien el siglo XVI, conocer a Lotto es tan importante como conocer a Tiziano", alegando que poseía la profundidad de Durero y la sensibilidad de Correggio: “Su espíritu se parece más al nuestro que, quizás, al de cualquier otro pintor italiano”.

Lo consideró el primer retratista interesado en la penetración psicológica; puesto que en la época de este erudito estaba en boga la teoría freudiana del psicoanálisis. Al retrato psicológico de Lotto, no lo podemos considerar de una manera moderna, es decir, con la intención de aclarar, sino más bien de insinuar. Al proteger en cierta medida el misterio, para luego ir corriendo poco a poco el velo, en un acto de revelatio (que descubre).

Al comienzo de su formación, trabajó evocando a Antonello da Messina, el siciliano que se desempeñó en Venecia en 1475. Sus principales comitentes fueron la alta burguesía, la iglesia y personas con menos recursos económicos. Otros de los pintores que influyeron en la formación de Lotto fueron Cima da Conegliano, Alberto Durero, Leonardo, Rafael, y contemporáneos como Giovanni Cariani o Girolamo Savoldo. Todo ese crisol de influencias no se impuso a su propia creatividad, sino que generó un lenguaje nuevo e irrepetible en su obra. 

Otra temática que abordó fue el criptoretrato, personas que se hacían retratar como figuras religiosas. Como en el Retablo de Asolo que representa la iconografía de la Asunción de la Virgen, con el rostro de la noble veneciana Caterina Cornaro. Fue también un coleccionista de objetos que incorporaba dentro de sus composiciones, no solo de forma simbólica, sino como una muestra de las posesiones materiales de la época.

Entre 1503 y 1506 se documentó como pintor en Treviso, donde obtuvo sus primeros encargos y gran parte de sus tempranos éxitos como artista. En el pueblo la vida cultural se centraba alrededor del obispo Bernardo de Rossi, cuyo entorno se constituía de artistas, y del cual pintó un retrato en 1505. Su mayor compromiso laboral lo alcanzó con el gran retablo de la iglesia de Santa Cristina al Tiverone, cerca de Treviso, una solemne Sagrada Conversación de 1505. La experiencia de Treviso culminó con la Asunción de la Catedral de Asolo y el Retrato de un joven con una lámpara, ambos actualmente en el Museo de Historia del Arte de Viena. Habiendo adquirido fama en pocos años, Lotto fue invitado a las Marcas en 1506 por los dominicos de Recanati, con quienes mantuvo buenas relaciones a lo largo de su vida. 

En 1508 terminó el gran Políptico de San Domenico para el altar mayor de la Iglesia de dicho santo, ahora conservado en la pinacoteca municipal. El trabajo fue visto y descrito por Giorgio Vasari en su Le Vite (Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos) de 1568, quien comentó que Lotto todavía era joven y seguía en parte el estilo de los Bellini, y en parte el de Giorgione. Lo más llamativo es cómo el artista le confiere a las figuras del retablo una identidad retratística, si observamos a los santos que acompañan a la virgen en el panel central, podemos distinguir su modernidad. La expresión de uno de ellos es tan introspectiva, que asombra con su realismo. La piel del rostro con la barba incipiente está muy lejos de los santos clásicos idealizados. Con esta obra se cerraría su ciclo de juventud, el distintivo arrojo en este caso se adelantó al naturalismo de Caravaggio (1571-1610).

 

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 Políptico de San Domenico, 1506-1508. Iglesia de San Domenico en Recanati.

 

Tras un breve regreso a Treviso, en 1509 se traslada a Roma, llamado por el Papa Julio II para participar en la decoración de los aposentos del Vaticano. Trabaja junto a Sodoma y Bramantino, y conoce el legado romano de la arquitectura. En su libro de cuentas aparecen dos recibos de pago, uno fechado el 9 de marzo y el otro el 18 de septiembre, que indicaría que Lotto también se desempeñó junto con el magnífico Rafael y sus discípulos, posiblemente en la Stanza della Segnatura.

Poco tiempo después en el contexto histórico de la época, el Papa reúne a potencias beligerantes en la Guerra de la Liga de Cambrai en contra del avance de la poderosa República de Venecia. También conocida como la Guerra de la Liga Santa, marcó un importante conflicto en las Guerras Italianas, libradas desde 1508 a 1516, que afectaron a Francia, los Estados Pontificios y la República de Venecia. Se les unieron casi todas las potencias significativas de la Europa Occidental.

Es factible que por cuestiones políticas, al ser Lorenzo Lotto veneciano, su obra en el Vaticano no haya sido vista con buenos ojos. Quizás por su estilo altamente expresivo, que discrepaba del clasicismo predominante, fue destruida y sustituida por Rafael. Y a partir de entonces, decepcionado, comienza su derrotero artístico. 

Ese “trago amargo” le habría afectado de una manera significativa y en 1510 parte definitivamente de Roma perdiendo la mayor oportunidad en su valiosa carrera. Sólo un año después, el veneciano Sebastiano del Piombo lograría sacar buenos réditos a su estancia romana trabajando para los más poderosos, incluso el divino Miguel Ángel lo tomó bajo su tutela guiándolo en sus pinturas.

Ciertas obras posteriores de Lotto sugieren que visitó Perugia y Florencia, donde admiró las pinturas de Perugino y Rafael, y luego regresó a las Marcas, ya que está documentado en un contrato firmado el 18 de octubre de 1511 con la Cofradía del Buen Jesús de Jesi para una Deposición en la iglesia de San Floriano. 

En Recanati pintó la Transfiguración para la iglesia de Santa María di Castelnuovo, ahora en el Museo Cívico. En la obra se vislumbra cierto estilo de Rafael, además de planos expresionistas y esquemas compositivos complejos, con figuras en poses peculiares. Ciertamente parecería ser que el imperante clasicismo romano, había perturbado sus propias certezas. En 1513 Lotto se traslada a Bérgamo para pintar un cuadro de altar, el Retablo Martinengo, permaneciendo algunos años en dicha ciudad.  

 

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 Retablo Martinengo, 1513. Óleo sobre tabla 520 x 250 cm. Santi Bartolomeo e Stefano, Italia.

 

Lotto poseía una educación distinguida, considerado Pictor celeberrimus, (el pintor más famoso de su tiempo), siendo adepto al humor y a la mordacidad. Un peculiar ejemplo es Venus y Cupido (ca.1520), obra basada en una composición lírica clásica. Este tipo de pintura muchas veces tenía la finalidad de celebrar una boda. Cupido orina alegremente a través de una corona de mirto que la diosa sostiene con una cinta en su mano izquierda. Un detalle ingenioso es cómo el artista cubre la pelvis desnuda de Venus, con un delicado bikini de pétalos de rosas. La concha marina sobre la cabeza de Venus y los pétalos son los atributos de la diosa. La corona de mirto y el brasero suspendido, son adornos propios de la cámara nupcial, que remiten a la fertilidad. “Un epitalamio de explícitas alusiones sexuales… invención alegre hasta lo grotesco, una vez más contracorriente, casi irreverente”, como sostuvo Carlo Pirovano.

 

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 Venus y Cupido, ca.1520. Oleo sobre tela 92.4 x 111.4 cm. Metropolitan Museum, New York.

 

Se distinguió de los demás artistas por la tipología de sus cuadros al incluir en el retrato matrimonial a ambos miembros de la pareja en el mismo espacio pictórico, como en el de Micer Marsilio Cassotti y su esposa Faustina de 1523. Marsilio era el hijo menor de Zanin Cassotti, y presumiblemente su padre comisionó la pintura para celebrar su enlace matrimonial a los veintiún años. Particularmente en este retrato se denotan las emociones de los protagonistas, en la manera en que Lotto interpreta sus miradas. Por un lado, la expresión resignada del joven Cassotti, colocando el anillo en el dedo de su prometida y, por el otro, el gesto solapado de ella. La ironía se revela al pintar a Cupido (a modo de Himeneo, en la mitología griega también llamado Himen, era un dios de las ceremonias de matrimonio), por detrás de la pareja con un yugo que remite al peso de las responsabilidades conyugales. En el extremo izquierdo del yugo se registra la firma: L. LOTUS PICTOR. 1523. 

 

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 Micer Marsilio Cassotti y su esposa Faustina (1523). Óleo sobre tela 71 x 84 cm. Museo del Prado, Madrid.

 

En 1525 regresa a Venecia y allí continuó trabajando para clientes de Bérgamo y las Marcas, además de locales. La etapa veneciana se vio interrumpida por nuevas estancias entre 1538-40 en las Marcas, precisamente en Ancona. Es allí donde el 16 de noviembre de 1538, empezó a escribir el Libro di Spese Diverse (Libro de contabilidad), que fue encontrado en el archivo de la Santa Casa de Loreto y luego transcrito y publicado por Adolfo Venturi en 1895. Gracias a este libro, una especie de diario íntimo y contable, sabemos bastante de su trabajo y a los historiadores les ha servido para conocer muchos aspectos de su vida. 

Entre 1542-1545 se muda a Treviso. Dos años más tarde, en 1547, Pietro Aretino le envió una sarcástica carta abierta, en la que alardeaba de la superioridad de Tiziano. Podríamos deducir que la ironía aguda y en muchos aspectos injusta con la que Lotto fue tratado en Venecia, especialmente por los intelectuales del círculo de Tiziano, lo desmoralizó. Y para empeorar la situación, durante su estancia en su ciudad natal, se difundieron sobre él sospechas de luteranismo, ligadas a la perturbación de su  espíritu inquieto. Como era su costumbre en 1549 abandona Venecia y regresa a Ancona.

A mitad de su vida las cosas habían empezado a ir de mal en peor, sobre todo el periodo tardío. Vasari nos comenta que bastante viejo, y habiendo perdido casi por completo la voz, abandona Ancona, no sin antes finalizar unos encargos pendientes, para luego culminar su estancia en Loreto, otra ciudad de las Marcas.  Según el diario, en el año 1550, no pudo vender uno de sus cuadros en una subasta. Se encontraba deprimido y con problemas económicos, teniendo que aceptar pequeños trabajos que le permitieran subsistir, como pintar números en las camas de un hospital.

Siendo un hombre mayor, se sentía cansado de rodar por la vida. Hasta que en 1552 con más de setenta años, su suerte cambió cuando lo contrataron para pintar en el santuario de Loreto. A causa de su sensibilidad piadosa se convirtió en hermano lego. Decoró la Basílica de Santa María y pintó una Presentación en el Templo para el Palacio Apostólico. En su último trabajo observamos que seguía conservando el humor de siempre, al pintar un altar vacío con pies humanos. 

 

Lorenzo_lotto-the_presentation_of_christ_in_the_temple_copy.jpg Presentación en el Templo para el Palacio Apostólico, 1556. Óleo 136 x 172 cm.

 

Lamentablemente Lotto carecía de la fortaleza que se necesita para sostener el éxito, al no perdurar en las relaciones convenientes en su tránsito a la consagración. De ahí que Leonardo da Vinci contó con el apoyo del mecenas Ludovico El Moro, o el mismo Tiziano, con Pietro Aretino, que contribuyó a la notoriedad del pintor entre los reyes y nobles europeos. Tiziano fue un hombre decidido, con una fuerte personalidad, logrando eclipsar con su talento y fortaleza la fama de Lotto. Sus primeros biógrafos comentaban sorprendidos que hasta el mismo emperador Carlos V le hizo el honor de recogerle del suelo un pincel que se le había caído. 

Pero si Tiziano fue “el pintor de la carne”, como lo definió Berger, por su increíble manejo del color, textura y luminosidad que brota desde el interior de la piel desnuda, Lotto fue el pintor de las profundidades del alma. Se adentró en la psiquis de quienes se pusieron frente a él para ser retratado. 

Lorenzo Lotto murió en Loreto en 1556 y fue enterrado a petición suya con el hábito dominicano. En ese último lugar parecería haber encontrado la paz. Esa luz en la oscuridad del camino.

 

Retrato de un joven con una lámpara (1508)

A simple vista, cuando nos aproximamos a la obra, somos interceptados por la mirada de este joven. Su rostro posee una expresión tan real y cercana que si no fuera por el gorro y el jubón cerrado negro, podríamos asegurar que es contemporáneo a nuestra época. 

El temprano retrato del joven sigue la tradición estética por cómo está vestido de Giovanni Bellini. Ese aspecto real realizado de una forma marcadamente fidedigna sugiere la influencia de los retratos del siciliano Antonello da Messina, formado en gran parte por la escuela neerlandesa, maestros pintores de un realismo detallista que sorprende. 


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 Retrato de un joven con una lámpara, ca. 1506.

 

A la obra deberíamos interpretarla como una alusión enigmática. La cortina blanca del fondo está formada por un exquisito brocado bordado con flores de cardo. En una secuencia de acertijos y juegos de palabras entre "brocado" y "cardo", se forma el nombre “Broccardo", el retratado sería Broccardo Malchiostro, canciller del obispo Bernardino de Rossi, protector del pintor. Se deduce la identidad teniendo en cuenta que este método Lotto lo utilizó unos años después en otras obras, como el Retrato de Lucina Brembati.

La fisonomía del joven, según Friderike Klauner, “de nariz fuerte y ojos grises azulados inquisitivos, que miran meditativos, casi desconfiados, al espectador bajo unas cejas ligeramente fruncidas”; contrastan de una manera sutil con las pinceladas que conforman la suavidad de su fino pelo ondulado. Pero es el gesto de su boca entreabierta que acentúa la manera de mirar. 

La tranquilidad casi estatuaria de la pose se vuelve en cierta medida vulnerablemente humana al haber pintado en el medio de la frente una verruga o un grano que la aleja de la idealización. No es un retrato cualquiera, la piel irradia una lozana juventud. Y la gran sensibilidad y maestría de Lotto se traduce de manera excepcional en el palpitante espíritu de Broccardo Malchiostro, que parece nos está tratando de decir algo.

¿Qué es lo que transmite su mirada? Imposible de aseverar. Pero el artista nos proporciona ciertos indicios. La cortina en la iconografía de sus pinturas es usada frecuentemente. La tomó de la pintura religiosa, símbolo de los santos y personajes bíblicos, en el significado de velum, que oculta. Pero en este caso, no tanto, la clave semántica se deduce al pintar una hendija, que revela en el margen derecho de la tela y en lo alto, una lámpara de aceite encendida. La luz de la lámpara en una estancia oscura, lux in tenebris, puede aludir al pasaje bíblico de San Juan I,5: “La luz brilló en las tinieblas”, la salvación.

Posiblemente a Broccardo Malchiostro algo le aquejaba, algún sentimiento de melancolía o de inquietud, al igual que al eximio pintor. El incansable viajero que supo interpretar mejor que nadie el alma humana.

 

 

 

 

 

 

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