La reconocida crítica de arte y ensayista Elena Oliveras sorprende en cada una de sus obras, tan reflexivas como necesarias para los tiempos actuales. En su más reciente libro, Distopías y microutopías: Prácticas de Resistencia en el Arte del Siglo XXI (Planeta - Paidós, 2024), aborda una de las preguntas más urgentes en el panorama artístico contemporáneo: ¿cómo responde el arte a las crisis sociales, ambientales y políticas del presente?
El siglo XXI ha sido testigo de transformaciones radicales y de la aparición de escenarios distópicos que, lejos de pertenecer solo a la ficción, impactan la realidad cotidiana. Desde la crisis climática hasta la desigualdad creciente, el arte no ha permanecido ajeno a estos fenómenos, sino que ha encontrado formas alternativas de resistencia. En este contexto, Oliveras explora cómo los artistas contemporáneos han dado forma a lo que denomina "microutopías", pequeñas pero significativas manifestaciones de esperanza y acción que subvierten las lógicas dominantes.
A través de un estudio profundo y multidisciplinario, Oliveras recorre obras y prácticas artísticas que, en su conjunto, conforman un mosaico de respuestas a la distopía. Desde el arte urbano que toma las calles para denunciar la opresión, hasta instalaciones que replantean la relación entre el ser humano y la naturaleza, cada ejemplo analizado por la autora pone en relieve el potencial transformador del arte, en sus diversas manifestaciones: cine, literatura, artes visuales, audiovisuales, robótica, artivismo (arte + activismo), etc.
Con un estilo accesible pero riguroso, Distopías y microutopías es una invitación no solo a observar el arte desde una nueva perspectiva, sino también a reconsiderar nuestro rol como espectadores y participantes en los procesos de cambio social.
Oliveras examina cómo las obras de artistas actuales, desde prácticas comunitarias hasta intervenciones individuales, responden a los desafíos del cambio climático, la violencia social y la deshumanización tecnológica. En sus palabras, la utopía y la distopía han trascendido los géneros literarios para convertirse en "categorías del pensamiento" que permiten abordar el presente desde múltiples perspectivas.
En su recorrido, Oliveras conecta el arte con una reflexión profunda sobre el ser humano y su entorno. Con influencias filosóficas que van desde Platón hasta Wittgenstein, su análisis trasciende lo visual para abordar temas esenciales como el compromiso ético del arte. Para la autora, la crisis ecológica y social actual obliga a los artistas a repensar su rol, siendo su obra un llamado a ver y actuar. "El arte te hace ver; si no ves, no puedes actuar", enfatiza en su libro.
-En tu libro hablás de los grandes temas de la actualidad. ¿Qué pensás al respecto de las utopías y las distopías?
-Utopía y distopía fueron considerados géneros literarios. Por ejemplo, el libro Utopía (1516) de Tomás Moro que planteaba un Estado justo donde todos los habitantes alcanzaran la felicidad; pero yo los considero categorías del pensamiento, conceptos generales dentro de los cuales vos podés subsumir diferentes alternativas, que es lo que yo hago. Yo analizo las distintas formas de utopía. Ese gran globo conceptual me permite incluir distintas manifestaciones más allá de los géneros utópicos y distópicos.
Yo vengo de la filosofía y completé mi formación en arte cuando obtuve una beca del gobierno francés para estudiar en París. Eran otros tiempos, fines de los años 60. Después cuando volví a Argentina, continué con el arte contemporáneo. Me interesa contagiarme de la temperatura del momento. O sea en los 80, estudié el regreso a la pintura y en en los 90, todo ese cambio que hubo en el arte, con artistas como Marcelo Pombo y Pablo Siquier.
Llegado el siglo XX, se plantearon nuevos desafíos como la ecología y el compromiso de los artistas con esos problemas. Creo que estamos en un mundo en llamas que requiere de mucha acción. A veces mis alumnos me preguntan por dónde empezar. Yo les hablo de las ondas expansivas, de las microutopías, de comenzar con pequeñas acciones en la universidad, en el barrio, con la familia, contribuir con esas acciones a que se tome conciencia de la situación. La gran utopía sería por ejemplo la marxista, la teoría de cambiar al mundo dándole lugar al proletariado, al obrero, esa sería la gran utopía, que hoy me parece irrealizable ya que el mundo cambió desde Marx a la actualidad. En cambio, sí son posibles las microutopías, como las que realiza Fernanda Laguna en Villa Fiorito con el espacio Belleza y Felicidad. Allí tenés una escuela primaria, una escuela de arte, una cocina gourmet. Ella cuestiona el hecho de que en los comedores sólo se les de fideos y polenta. Hace todo un esfuerzo por conseguir distintos sabores, por conseguir que los chicos también se vayan habituando a la cocina gourmet. Es interesante observar que hay una misma raíz filosófica en las palabras “saber” y “sabor”. Ambas tienen la misma raíz “sapio”. De ahí vienen el saber y el sabor, que están muy conectados. En El banquete, de Platón, le dan mucha importancia a la comida y sobre todo a la bebida, porque era parte de una sensibilización del ser humano también. Hoy conectar saber y sabor sería una microutopía. En cuanto a la distopía, no la considero opuesta a la utopía porque en la medida en que te mueve el piso, te saca de la habitualidad de la zona de confort, para ayudar a pensar. Y cuando te ponés a pensar, podés encontrar un camino de salida. Por otro lado, hay muchas obras en que se combinan las dos categorías. Yo por ejemplo, suelo citar una de Amadeo Azar que por un lado hay una construcción racionalista como si fuera una casa racionalista volando por lo aires con un fondo negro bastante distópico, pero además hay un cartel que dice “Necesito creer en algo”. Si no seríamos suicidas, si solo pensamos que todo está mal.
-¿Las distopías y las utopías son un rasgo de la actualidad?
-Siempre se percibieron distopías y utopías, lo que cambia es la densidad. Hoy hemos llegado a un punto límite en el planeta. Se introducen nuevos términos para hablar de este mundo, por ejemplo, se habla de la era del antropoceno, que define la acción desmesurada del ser humano contra el hábitat. A la vez, el hombre fue desplazado por las máquinas, por la inteligencia artificial, todavía no sabemos en qué grado pero sabemos que va a ser importante, si bien no sabemos bien cuál va a ser el límite. Hay un artista, Joaquín Fargas, que trabaja con la robótica y con las niñeras robot. Entonces te preguntas: ¿esto es ficción o realidad? De hecho, hoy en día las madres trabajan y, a lo mejor entre contratar una persona, que puede ser muy buena pero puede tener sus fallas, un robot está programado para tomarle la temperatura al bebé, acunarlo, darle confort, si necesita darle calor. Lo que antes era ciencia ficción, hoy sería perfectamente parte de nuestra realidad.
-¿Qué podés decir del lenguaje?
-Wittgenstein decía que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Si se te reduce el lenguaje se te reduce el mundo. Doy clases de Teoría y Crítica de Arte en el Posgrado de la Universidad del Salvador y, a pesar de que los alumnos están muy interesados en investigar, intento ayudarlos a superar ese pánico generalizado de entrar en contacto con la escritura compleja. Hoy todo tiene que ser rápido y cortito, como lo vemos en el whatsapp. Además hay allí abuso en el uso de los emoticones, da cierta pereza en pensar e imaginar poniendo en juego la singularidad frente al lugar común.
-¿Hay alguna diferencia entre el arte argentino y el arte a nivel mundial?
-El nivel de pensamiento argentino es muy alto. De acuerdo con las estadísticas, el nivel de nuestras universidades como la UBA, está dentro de las más importantes. El nivel de la poesía y las artes visuales también. Ahora, en la Bienal de Venecia, el curador Adriano Pedrosa, es un brasileño. Por primera vez un latinoamericano dirige la Bienal. Argentina tiene muchos artistas muy importantes y no se nota que haya una diferencia de nivel con los de otros países. Hoy en día hay un cambio interesante de paradigma en lo que se considera arte. Es así que en la Bienal hay mucho arte textil, que anteriormente era considerado artesanía. La obra de la artista wichi Claudia Alarcón es un ejemplo. Ella es parte de una creencia mito que dice que las mujeres vivían en el cielo y eran estrellas. De tanto en tanto, bajaban a la tierra con hilos, hasta que un día los hombres le cortaron los hilos y quedaron en la tierra. Cada vez que tejen, se vuelven a conectar con ese mundo al que ellas pertenecían. El factor que hace que eso sea una obra de arte, es que haya un contenido. Las obras de arte “hablan”, afirmaba Heidegger. Si nosotros cuando trabajamos con lo que sea nos pudiéramos conectar con un orden que no sea un orden común, nos podríamos conectar también a otro mundo, pensar desde el más allá.
-¿Por qué elegiste el arte después de estudiar filosofía?
-A mí siempre me interesó el arte. En la Universidad Nacional del Nordeste donde yo estudié no había estudios de arte. En ese momento tuve la intuición de que la filosofía y el arte tenían mucho que ver, entonces hice la carrera de filosofía. Mientras daba clases en la universidad, trabajaba con el libro Panorama de las Artes Plásticas Contemporáneas de Jean Cassou, el creador del Museo Nacional de Arte Moderno de Francia (hoy Centro Georges Pompidou). Un día se me ocurrió escribirle una carta y contarle que daba clases en la universidad y mis alumnos valoraban mucho su libro. Me contestó que estaba preparando un seminario de posgrado en L´Ecole Pratique des Hautes Études y me invitó a participar, con una carta de recomendación. Obtuve la Beca a través de la Embajada de Francia y estuve cuatro años allí, completando mi formación en arte. Llegué a fines del 68, ya había pasado mayo, pero igual se sentía el clima. Era muy interesante, con grandes pensadores: Derrida, Deleuze, Guattari, Lyotard, años de oro para la filosofía. Un día sentada en un café -como Simone de Beauvoir me gustaba mucho trabajar en un café-, estaba leyendo en Le Monde una noticia de Argentina, tan lejos que me hizo un cimbronazo. Podría haber entrado al Conicet o al Centre Nationale de la Recherche, pero mi madre estaba en Argentina. Y yo, como hija única, tenía que ocuparme de ella. Pensé que, si me quedaba un año más, no volvía más, así que decidí regresar. Ya en Buenos Aires, me encontré con Yuyo Noé, entonces Director del Departamento de Arte de la UBA y empecé a trabajar allí como docente.
-¿En qué estás trabajando actualmente?
-En este momento estoy dictando un seminario sobre la filosofía del amor. Creo que estamos en un mundo bastante egoísta y deshumanizado. Por eso es necesario volver a esos temas, porque el amor no solamente es un tema tratado por la psicología. Platón le da un valor filosófico al amor y ahora estoy muy interesada en el pensamiento de Alain Badiou, que considero tiene mucha actualidad. Me refiero a su libro El Elogio del Amor, donde postula la necesidad de considerar al Otro, de pensar al mundo desde la diferencia, desde el Dos y no desde el Uno. Si se dieran cuenta los que nos gobiernan de la importancia del Otro diferente, el mundo no estaría como está. Dentro de las microutopías, considero de mucha importancia a las actuaciones de los jóvenes de hoy. Jóvenes que sienten que el mundo debe y puede ser cambiado. En ese grupo están también los artistas. Ellos sienten que ya no hay tiempo para ser pesimistas. No es posible por ejemplo cerrar los ojos ante el calentamiento global que está derritiendo los suelos y hace que aumente peligrosamente el nivel del mar. Por mi fe en el arte, dedico el libro a los artistas que luchan por hacer del mundo un lugar más justo. Hoy en día no podemos ser pesimistas, no podemos darnos ese lujo, hay que luchar, hay que actuar. Quisiera que este libro muestre que estética y ética son dos caras de la misma moneda.