En la plazoleta Enrique de Udaondo, ubicada entre Arenales, Montevideo y Paraná, a metros del Parque Vicente López y Planes, en el barrio porteño de Recoleta, se mantiene desde hace casi un siglo una escultura de bronce que no pasa desapercibida para el transeúnte atento. En el umbral del mundo espiritual, obra del escultor argentino Juan Bautista Leone (1904-1974), es una figura solitaria que transmite, con sobrecogedora potencia, una reflexión sobre el sufrimiento, la trascendencia y la búsqueda interior.
Inaugurada el 17 de julio de 1936, la pieza fue adquirida por el entonces Honorable Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, a través de los expedientes 981-L-1929, 8684/1934 y 47.613-C-1934. Fue fundida en bronce por resolución 6489, tras haber obtenido el Tercer Premio de Escultura en el Salón Nacional de 1928.
Se trata de una figura masculina, desnuda, sentada en actitud pensante. Su postura, de una contorsión tensa, desafía la anatomía relajada habitual en esculturas clásicas: el brazo izquierdo sostiene la cabeza vencida, mientras la mano derecha se apoya en la piedra que lo acompaña. La figura, delgada hasta marcar sus costillas, está modelada con un realismo inquietante, como si su peso existencial fuera más denso que el bronce que la constituye. Esa tensión espiritual parece materializar una espera silenciosa al borde de lo eterno.
En palabras del propio autor, se trata del “recinto de los héroes, peldaño de los humildes corazones que logran cruzar el valle de las lágrimas”, y la figura representaría a ese hombre “fortalecido por un trayecto que no fue en vano”. Según Leone, al alcanzar ese umbral y dejar atrás lo sensorial, el ser humano accede a un plano superior, coronado por el “Premio del Divino Arquitecto”. La obra, además, comparte título con un texto del filósofo austríaco Rudolf Steiner (1861-1925), fundador de la Antroposofía, lo que sugiere una posible inspiración en corrientes espirituales como la teosofía o el esoterismo europeo de principios del siglo XX.
El historiador del arte José León Pagano, una figura destacada de la crítica argentina del siglo XX, señaló sobre la obra: “Figura de crecidas proporciones. Su estructura se contrae en un movimiento de líneas reciamente concertadas. Era la expresión de un estatuario cuyo destino ya parecía próximo a lograrse en plenitud”. Críticos contemporáneos también han considerado a Leone como un “escultor de la certidumbre espiritual” cuya producción alcanza formas “vigorosas, casi épicas”.
La obra no sólo se destaca por su potencia estética y simbólica, sino también por la técnica con la que fue ejecutada: la fundición a la cera perdida, que permite lograr un nivel notable de detalle y textura, y que en esta escultura potencia el dramatismo de los pliegues, la musculatura y el gesto abatido del personaje.
Juan Bautista Leone nació en La Lucila, provincia de Buenos Aires, el 22 de agosto de 1904, y falleció en la ciudad de Buenos Aires en 1974. Fue profesor de Dibujo y Caligrafía, egresado de la Asociación Estímulo de Bellas Artes. Ejerció como docente y tuvo un papel activo en el campo cultural del país: en 1933 integró la Comisión para estudios del Folklore Nacional. Desde muy joven participó en los principales salones de arte del país. Su carrera recibió múltiples reconocimientos: el Premio Cecilia Grierson en el Salón Nacional de 1923, y distinciones en 1924, 1928, 1942 y 1944. También obtuvo premios en certámenes regionales, como el Salón de Tandil (1943), La Plata (1949) y Mar del Plata (1954).
Entre sus obras públicas más destacadas se encuentra la estatua del coronel de marina Tomás Espora, en el Museo Naval de Tigre, y diversos bustos de personalidades como Hipólito Bouchard, el Dr. Aranguren y el pintor Pío Collivadino.
A lo largo de su trayectoria, Leone se concentró en la figura humana como canal de expresión espiritual. Obras como Adán comparten con En el umbral del mundo espiritual un enfoque introspectivo, de fuerte contenido simbólico, que lo aleja del naturalismo académico y lo aproxima a una búsqueda metafísica personal.