Para conocer a André Butzer (Stuttgart, 1973) acaso alcance con leer algunas de las respuestas que le dio a la edición española de Vanity Fair en ocasión de la inauguración de su muestra en el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid en mayo de 2023. La primera que la casa destacada por su colección de pintura occidental que va del medioevo al siglo XX dedica a un “artista vivo”. Al otro lado del atlántico la forma en que la prensa española señaló la exposición de cuadros de Butzer puede leerse en la doble acepción del diccionario de la lengua popular. Butzer cumplió cincuenta años en 2023 y está, en efecto, vivo pero, también, se diría que se pasa de vivo. Cuando se le pregunta por el reconocimiento público dice que nunca lo tuvo y que debería bastarle con que gente de todo el mundo haya visto su trabajo. La cosa mejora cuando llega la inevitable cuestión del mercado del arte.
Dirá Butzer: “Ni siquiera sé realmente qué es eso. Me pagan de vez en cuando. Pero cultivar tus propias verduras es la clave: tengo un jardín y por lo tanto tengo ensalada gratis. Esto nos mantiene resistentes a los gobiernos corruptos y los mecanismos de control”.
Una respuesta de ¿Benito Laren? ¿Warhol? ¿Pipo Twist? ¿Frank Zappa? ¿Aira? ¿Un Borges veggie? Entre el desdén y el humor, Butzer es el modelo siglo XXI del artista cortesano que llegó a la casa Thyssen-Bornemisza para poner al día una colección que necesitaba stock en la línea del nuevo expresionismo alemán. No es necesario que pinte a la progenie de Heini (nombre coloquial del Barón Heinrich Thyssen), sino que sostenga la parodia de una escuela a la que todavía le pesaba en la espalda la mochila del horror nazi. Pero la pincelada visceral aquella llega a nuestros días adocenada por la ironía posmoderna y una saludable distancia con las chimeneas de Buchenwald. Entonces lo que tenemos es un bufón, sino del rey, del Barón o del modernismo todo. La definición de la obra de Butzer como “figuras de Disney pintadas por Munch” (en el catálogo de la muestra) hace que se activen mecanismos de la cultura visual digital (los memes) al leerlo.
La operación sobre las figuras de Disney tiene ya una tradición en el arte contemporáneo desde las serigrafías de Warhol al vandalismo punk de Who killed Bambi? (el nombre original que Malcolm Mc Laren había pensado para la película de los Sex Pistols). En el arte argentino aparecen en los Mickeys de Diego Fontanet y Marcelo Pombo pintura underground de los 80. Pero Butzer invierte el meme (no sería raro encontrar a un ciber-artesano que le haya puesto la cara de Goofy a El Grito) para hacernos pensar cómo hubiera sido Disneylandia si los personajes eran ejecutados por el apesadumbrado noruego. Y ahí es donde todo el color de golosina coreana de sus pinturas se disuelve como una sustancia capaz de pasar de la exaltación al grotesco y a un final de boca siniestro (como esos vinos en los que esperamos “notas” de frutos exquisitos). No pensaba en estas pinturas Carlos Solari cuando escribió aquello de “era un pop violento que guió el gran estilo siniestro” para el álbum Oktubre (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, 1986) pero por qué privarnos de pensarlo ahora. Para el texto de sala de una muestra de Butzer bastaría con invertir aquella estocada magistral. Se diría ahora que el gran estilo violento (el expresionismo) guió el pop siniestro.
En la tercera década del siglo XXI, la pintura sobrevive en artistas como Butzer quienes están tan marcados por las pinacotecas europeas como por el entretenimiento de los Estados Unidos. Ante sus ocurrencias el Barón sonríe desde lejos, desde el punto recóndito del universo al que fue despachado en 2002, mientras el artista, despreocupado, picotea su ensalada, preparada por él mismo, fruto de su propio jardín. Con eso le alcanza dijo para estar, hacerse, vivo.