Georg Baselitz y la inmadurez sociopolítica

El neoexpresionista alemán invirtió el punto de vista del espectador para reflejar el contexto de posguerra de su juventud y subvertir la mirada de mediados del siglo XX.
Por Fernando García

 

Esto es lo más parecido a un autorretrato de Georg Baselitz (Deustchbaselitz, 1938) en stock: “Nací en medio de un orden destruido, en un pueblo en ruinas, una sociedad en ruinas. Y yo no quería introducir un nuevo orden. Había visto ya demasiados, así llamados, órdenes. Tenía que cuestionarlo todo, volver a ser naïf, empezar de nuevo. No tengo ni la sensibilidad ni la educación ni filosofía de los manieristas italianos. Pero yo soy un manierista en el sentido de deformar las cosas. Soy brutal, ingenioso y gótico”. Baselitz nacido Hans-Georg Kern se reveló muy pronto como un inadaptado, aquel que parece estar siempre llegando tarde a los lugares instalados o demasiado temprano a los que todavía no fueron estrenados. Condición que se volvería firma de artista con su serie interminable de figuras puestas del revés, volviendo al espectador y a toda la mirada del arte inadecuada. Nosotros estamos al derecho, dados vuelta estarán ustedes es lo que se escucha como un mantra cuando se está frente a esos retratos neoexpresionistas que interpelan de la forma más básica y profunda. ¿Qué más lejos se puede ir que invertir el punto de vista? 

El lugar donde nació el artista ya es lo suficientemente extraño como para que lo adoptara como su nom de guerre (tal como hiciera aquí Kosice). Una ciudad partida entre Alemania y Polonia según la historia y parte de una región llamada Alta Lusacia que fue independiente hasta 1815 donde se habla una lengua eslava occidental conocida como alto sorabo que le da a la ciudad otro nombre: Nemské Pazlicy. Con la partición de la posguerra, el joven Baselitz creció y fue educado en la parte oriental y socialista de Alemania. A los 18 años lo sacaron a patadas de la escuela de Bellas Artes de Berlín con un sello significativo para su currícula académica: “Inmadurez sociopolítica”.  Le habían pedido que pasara el verano realizando tareas solidarias en una fábrica y prefirió quedarse para perfeccionar la manera de Picasso que lo tenía encandilado. Cuando todavía no se había puesto el primer ladrillo del muro, Baselitz se pasó del lado oeste. 

Antes de poner a la historia del arte del revés, este heavy fauve había conseguido que la policía le confiscara dos pinturas consideradas “pornográficas” en 1963 (¿La socialdemocracia insistía con la idea de arte degenerado?) y dos años después empezaba una serie de 60 cuadros de dos metros conocida como Die Helden (“Héroes”) con retratos patéticos de soldados alemanes andrajosos en la retirada nazi. No era revisionismo sino una mirada crítica y desconfiada sobre la idea del “milagro alemán”. Los fantasmas en el lodo de Leningrado estaban todavía tan cerca que cerrar los ojos era más bien una amputación. La así llamada Alemania Federal avanzaba a ciegas. Pasaron cincuenta años hasta que Baselitz los mostró de nuevo en Estocolmo en 2017 porque “el dolor y el desarraigo de la guerra se volvieron fatalmente actuales”. 

Y, después, dio vuelta todo. Y vino el Baselitz inmaduro, como pedía Gombrowicz, a reírse para siempre: “Ya no tenía que inventar cosas monstruosas. Podía tomar una fotografía, de una manzana o un ave, y pintarla de la manera más realista y conservadora. Al darlas vuelta, se hacía innecesario desarrollar la pintura en el cuadro”. ¿Qué habrá sido de los estudiantes que obedecieron y pasaron el verano en la fábrica de Rostock? ¿Se puede ser artista (no pintor: artista) y a la vez tener madurez sociopolítica? Véanlo del revés, siempre. 

  

 

 

 

 

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