Vamos a suponer que este texto es el guión de un documental sobre los misterios insondables de la escultura contemporánea; de cómo, modernidad y vanguardias mediante, la monumentalidad de los siglos XIX y XX fue descabezada por otros medios que no fueron las revoluciones y contrarrevoluciones o los zarpazos de minorías intensas (la guerra de las estatuas pos Black live matters de la que ni Cervantes se salvó).
En este guión imaginario se leería entonces: Voz en off de Katharina Fritsch, recorte de la entrevista en su estudio de Düsseldorf. Y, luego, en el supuesto documental, la voz de la artista: “Mis esculturas nunca se pueden captar por completo, como un cuadro que tiene algo por resolver. Se quedan en tu cabeza como un enigma. Así es como me parece la vida y así es como la represento”.
Una definición casi inmejorable de los hiperrealismos (así como no hay sólo un realismo porqué acumular en un horizonte plano todas las deformaciones de hiper), que podría aparecer sobregrabada en un plano de una sala blanca del Walker Art Center de Minneapolis ocupado con una instalación suya en 2017. En dicha exposición titulada Multiples se acumulaban pilares con vitrinas pobladas de objetos muy diversos (una Madonna amarilla por acá, una concha marina verde por allá, paraguas multicolores imantados por el techo), la forma de un mercado persa hierático que se queda en tu cabeza como un enigma.
La voz de Katharina, nacida en Essen en 1956, tiene la textura del poliéster en el que remata sus figuras que se sostienen como ese resquicio por el cual la realidad se vuelve ficción y que está en el centro de su statement, en el principio de este posible documental (Demasiado real para la realidad, podría llamarse). La cerradura de ese enigma que nunca se puede abrir con una llave de artista que hace lo posible pero siempre está girando en falso. La Madonna de santería llevada a escala humana en un amarillo estrafalario (que aún así tiene más puntos de contacto con el monocromo zen de Rothko que con la intensidad acrílica pop) está por todas las imágenes de la realidad que trafica la ficción: de la pintura a YouTube y también aquellas que suscitan la lectura o el sonido.
Una síntesis del exceso de realidad es lo que acompaña los objetos de Katherina, que vuelven sobre nuestros miedos y deseos desenredando las elucubraciones freudianas. ¿Qué son esas ratas negras y gigantes reunidas en un círculo sino la memoria atávica de la peste negra en el desfile inadvertido de pesadillas europeas?
¿Y ese gallo azul desproporcionado comisionado por Londres para Trafalgar Square es lo que hubo y habrá antes y después que el Big Ben? Big Bang también.
En 2008, la galería Mathew Marks que la representa en New York exhibió su representación de un cavernícola rematado en un gris mate que lo dotaba de una cualidad inmaterial.
¿Era el hombre contemporáneo volviendo a una forma imaginada y cultivada por la imaginería popular? ¿O es que nunca dejamos del todo la caverna? La figura se presentaba adelantada a un paisaje ampliado de una postal turística (¿atendido por sus dueños?).
Con un plano detalle de esta obra llamada Giant and postcard Franken (rocks) llegaría a su fin el supuesto documental: Demasiado real para la realidad u Otro intento vano por explicar la manía humana de copiar las cosas del mundo al punto de que parezcan otra cosa.