Vanessa Beecroft y la síntesis de la confrontación

Sus performances con mujeres al borde de lo pictórico y lo publicitario manifiestan una dialéctica posmoderna que oscila entre Marx y Louis Vuitton. Actualmente filma un proyecto en los estudios Cinecittà financiada por Kanye West. 
Por Fernando García

 

En la nueva noche porteña insinuada en la dictablanda (entre las posguerra de Malvinas y la asunción de Alfonsín) el periodismo intentaba dar cuenta de un nuevo sujeto todavía confuso, inexplicable. Era el caso de la efímera revista Perfil (un medio que asumía estrategias performáticas en sus notas) y su insistente foco en la discoteca New York City y el circuito under que explotaría poco después. El punk estaba en los sumarios del día entre gesto estrafalario, amenaza pública y apocalipsis joven. Así, Los Violadores (cuyo nombre vuelve a ser incómodo hoy) tenían micrófono abierto. En una de esas producciones, el desconocido Pil-Trafa (así lo escribían) definía lo punk: “Si vos sos nazi, soy sionista; y si vos sionista yo soy nazi”. Incómodo de leer cuarenta años después, la definición de punk era nada menos que esa: la incomodidad. 

El autorretrato que Vanessa Beecroft (Génova, 1969) hace de su obra tiene la misma raíz. “Mi técnica es dialéctica, brechtiana y marxista. Enfrentar al público con algo que no es agradable y sobre lo que tiene que reaccionar. Su reacción vendrá como una síntesis. Si pongo una mujer desnuda, no es porque me gusten las mujeres desnudas. Quiero ver qué le sucede a la audiencia. Desencadenar resultados incómodos a través de la mirada del espectador. El público no es mi enemigo, pero trabajo con confrontación. Si la audiencia está molesta, no importa. Es parte del proceso”.

¿Marxista, una artista que trabaja como diseñadora para Louis Vuitton, la marca de ropa interior de Kim Kardashian, y que tuvo como productor al trumpista Kanye West? Quizás haya que interpretar en esas masas contenidas que crean una ilusión o ficción de clase o será parte del “comunismo cultural” (¿?) que denuncian las ultraderechas globales. Sus obras son siempre grupos de mujeres dispuestas en encuadres que habitan el borde de lo pictórico y lo publicitario en posturas hieráticas y desafiantes. Sabinas activas que van al rapto antes que sufrir la pasividad del rapto, numeradas como estudios de casos (de VB01 a VB88). 

Si el soporte soñado de un muralista (aún en la clave vandálica de Banksy) sería poder repintar la Capilla Sixtina (¡alta herejía!) para Beecroft ese lugar está representado por los estudios Cinecittà de Roma, el templo absoluto de la vanguardia popular de Fellini. Beecroft decidió llevar en el estudio número 5 el último de sus proyectos que esta vez no quedará en el registro de fotos (dice que es una estrategia obsoleta) sino en una película dirigida por Aus Taylor, con música de Gustave Rudman (Euphoria) y la producción ejecutiva de Kanye West, que salió en su auxilio cuando muchos de los sponsors huyeron. Si la nueva obra de Beecroft, que presentó su primera perfo en 1993, es, al fin, una coproducción entre una estrella de la vanguardia negra (separar la obra de la persona, por favor) y el emblema del mejor cine europeo, activo pero lejos de sus días de gloria, ¿cómo debería encuadrarse la obra de Beecroft ahora? Pensemos en términos clásicos: Cinecittà es el templo (la Capilla Sixtina), Kanye West el mecenas (¿Un Medici o un Rockefeller?) y Beecfroft una Michelángelo brechtiana y marxista. En cualquier caso, más allá del resultado final, el joint-venture se propone acaso como obra en sí. Reimaginar los estudios donde se filmaron películas capaces de acuñar un adjetivo que señala un estado en el que la realidad se sustrae a mecanismos exacerbados (felliniano) para el arte contemporáneo y hacer de las estrellas pop un nuevo tipo de mecenas, pareciera algo así como el renacimiento del Renacimiento. Después de Marx, de Brecht, de Dadá (que incluye al punk y al hip hop en su extendida influencia sobre el siglo XX). Después de Dios.     

   

 

 

 

 

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