Alexander Calder: color, ingravidez y movimiento

Pionero del arte cinético y creador de estructuras móviles colgantes, el artista estadounidense generó a mediados del siglo XX una profunda transformación en la escena de la escultura clásica.
Por Luciana García Belbey

 

La obra de Alexander Calder (Pensilvania, 1898 – Nueva York, 1976) se caracteriza por la innovación técnica y conceptual, y dio lugar a una profunda transformación de las nociones tradicionales de la escultura. Proveniente de una familia de escultores, continuó el legado artístico iniciado por sus padres y su abuelo, Alexander Milne Calder (nacido en Escocia). Su padre, Alexander Stirling Calder, fue un conocido escultor que recibió importantes encargos para monumentos y obras públicas; y su madre, Nanette Lederer Calder, fue una reconocida retratista formada en la Academia Julian y en la Universidad de la Sorbona en París. Ambos fueron un apoyo invaluable para el desarrollo y carrera profesional del artista. Cuando en 1928 Calder aplicó para obtener la prestigiosa beca Guggenheim, Stirling escribió una carta de referencia en la que expresaba: “Es sin duda un original, con mucha capacidad creativa... En los pocos años que ha dedicado a las artes del diseño, ha cubierto un amplio campo de estudio y producción, diseño, pintura y tallado”.

Calder, como todos lo llamaban, generó obras desde su más temprana infancia y en el seno familiar siempre se lo animó a crear. En 1906, a los ocho años, en pleno auge del movimiento inglés Arts and Crafts, recibió sus primeras herramientas y tuvo su propio taller donde fabricaba juguetes y joyas para las muñecas de su hermana. Para la Navidad de 1909, regaló a sus padres dos de sus primeras esculturas, un perro diminuto y un pato cortados a partir de una lámina de latón y doblados para formar las figuras. El pato ya estaba diseñado de manera cinética, ya que se balanceaba hacia adelante y hacia atrás cuando se le golpeaba. A los once años ya era más que evidente su facilidad en el manejo de diversos materiales. Luego de finalizar el colegio secundario, a pesar de su clara vocación artística, Calder se matriculó en el Instituto de Tecnología Stevens, para estudiar ingeniería mecánica. Poco después de graduarse en 1919, volvió a la profesión familiar. 

 

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Alexander Calder (1898 - 1976).

 

A partir de 1923, prosiguió su perfeccionamiento en la Art Students League de Nueva York, donde tuvo como profesores a destacados artistas de la escena norteamericana como John French Sloan y Boardman Michael Robinson, entre otros. Ese fue el momento en que Calder decidió comprometerse con su carrera artística, por lo que se mudó a Nueva York para establecer nuevos vínculos y seguir desarrollándose profesionalmente. Durante este período la producción pictórica de Calder estaba ligada a la estética de la Ashcan School, un grupo de pintores estadounidenses, activos entre 1908 y 1918 en Nueva York, interesados en representar la vida urbana y bohemia. En esta etapa comienza también a experimentar con chapa y alambre para algunas esculturas y otros proyectos. 

En esos años obtiene un puesto como ilustrador para la legendaria publicación National Police Gazette (activa desde 1845), que lo envió en 1925, durante dos semanas a dibujar escenas circenses a los circos más importantes de la época como Ringling Bros y Barnum & Bailey Circus, entre otros. Esta experiencia será clave en su vida y en su carrera como artista y será el puntapié para el desarrollo posterior de su famosa obra Cirque Calder

En aquel tiempo ilustró también eventos deportivos e hizo cientos de dibujos a pincel de animales en los zoológicos del Bronx y Central Park. Una de las principales búsquedas plásticas de Calder está relacionada con la acción y la interacción de los elementos que componen sus obras. Esto queda de manifiesto ya en sus primeros dibujos a tinta compilados en el libro Animal Sketching, [Bocetos de animales], 1926, que recuerdan a ilustraciones de cuentos infantiles. En estos se evidencia el gran poder de síntesis y la asombrosa destreza manual del artista, que con un mínimo de elementos plásticos y una riqueza gestual suprema, imprime a esos pequeños seres gran naturalidad y movimiento. De manera análoga, en sus primeras pequeñas esculturas de alambre con pocas líneas logra una gran sensación de movimiento y parecen flotar en el espacio. Estos “dibujos de alambre” introducen ya elementos que serán la base de sus trabajos más reconocidos: los móviles y los stabiles. En estos verdaderos dibujos aéreos se ve el germen de la profunda innovación que Calder aportará a la escultura, a través de la introducción del vacío, la ingravidez, la liviandad y el movimiento.

 

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Animal Sketching, 1926.

 

Sus primeras esculturas y pinturas abstractas fueron creadas por el impacto que le causó un encuentro con Mondrian. De ahí que Calder trabajara principalmente con colores primarios, blanco y negro, y ocasionalmente algún secundario. El propio artista recuerda en el texto Lo que el arte abstracto significa para mí: “Mi entrada en el campo del arte abstracto ocurrió como consecuencia de una visita al estudio de Piet Mondrian en París durante 1930. Sobre todo, me impresionaron algunos rectángulos de color que había fijado con chinchetas en la pared siguiendo un modelo acorde con su temperamento. Le dije que me gustaría hacerlos oscilar… él se opuso. Me fui a casa e intenté pintar cuadros abstractos… pero al cabo de dos semanas, volví de nuevo a los materiales plásticos”. Durante las dos semanas siguientes a este encuentro, Calder creó únicamente pinturas abstractas, sólo para descubrir que, en efecto, prefería la escultura a la pintura. Poco después, fue invitado a unirse a Abstraction-Création, un influyente grupo de artistas, incluidos Jean Arp, Piet Mondrian, Jean Hélion y otros. 

Otra influencia significativa fue la de su amigo Jean Arp, principalmente por su trabajo en la escultura abstracta, con formas biomórficas y orgánicas, también por su interés en trabajar a partir del azar como una especie de ley propia de la naturaleza. Esto será clave en la construcción de los sistemas que le brindarán movimiento a los móviles de Calder. En esta etapa de construcción de un propio código visual y lenguaje plástico, también fue muy significativo para el artista una visita que realizó al planetario, en el mismo texto recuerda: “Creo que, en aquella época, y prácticamente desde entonces, el sentido de la forma que subyace en mi obra ha sido el sistema del Universo, o de una parte del mismo”.

 

Había una vez, un circo

El circo de Calder (1926 - 1931), era un mundo mágico y maravilloso, que deslumbraba tanto a grandes como a chicos. La temática circense fue siempre de gran interés para el artista, y de sus ilustraciones nació la idea de generar algunos personajes simples, de alambre y lata, articulados y que sean capaces de representar los típicos movimientos de los distintos actos. El proyecto fue cobrando cada vez más fuerza, fue agregando cada vez más figuras y elementos. Después de mudarse a París en 1926, finalmente dio forma a su mítico Cirque Calder, una obra de arte total, compleja y única. 

El conjunto incluía más de setenta diminutas figuras de alambre, cuero, tela y otros materiales encontrados que representaban con simpleza pero gran detalle a artistas, animales, elementos de utilería y cerca de cien accesorios como alfombras y lámparas; también más de treinta instrumentos musicales; discos fonográficos y matracas. Todo estaba diseñado con gran precisión, cada parte, elemento y personaje debía ser manipulado manualmente por Calder, lo que la volvía una obra performática. Por el pequeño tamaño de cada pieza y componente podía guardarse en un baúl o valija lo que le permitía al artista llevar consigo al circo entero, y así presentarse en cualquier lugar.

La primera presentación se realizó en París ante una atenta audiencia de amigos y compañeros. Pronto Calder presentó el circo también en Nueva York con mucho éxito. Las representaciones podían llegar a durar unas dos horas y eran muy elaboradas. Acompañadas de música e iluminación, las complejas escenas y actos incluían domadores con tigres, leones y otras fieras, carruajes, amazonas, payasos, trapecistas y acróbatas que se catapultaban por el aire y más.

 

El circo de Calder (1926 -1931)

 

De 1926 a 1933 Alexander Calder vivió en París y viajó con frecuencia por varios países de Europa, pero también iba con mucha regularidad a Nueva York. Durante este período transportó su circo en miniatura en varias maletas, presentándose a ambos lados del Atlántico, tanto en estudios, como en casas y departamentos de amigos o mecenas. Con sus “funciones de circo”, Calder comenzó a entablar relación y a ganarse la admiración de varios artistas e intelectuales respetados del momento. De este modo, llegó a trabar una gran amistad con Marcel Duchamp, Jean Arp, Fernand Léger y Joan Miró entre otros.

En un comienzo el circo entero entraba en dos valijas, pero con el tiempo la cantidad de piezas aumentó y llegó a llenar cinco. Fabricadas en cuero negro, cada una de las maletas estaba etiquetada con un gran número blanco, que formaba parte del sistema que Calder había ideado para poder montar el Circo según sus especificaciones. El interior de los estuches estaba forrado con tela en la que escribió a mano la dirección de su casa en París para poder devolverlos en caso que se perdieran. El exterior de las maletas evidencia la marca de los viajes del Calder's Circus: están abolladas, maltratadas y cubiertas por todos lados con etiquetas de equipaje. Desde 1982, El circo de Calder forma parte de la colección del Museo Whitney de Arte Estadounidense de Nueva York, gracias a una recaudación de fondos pública que hizo posible la compra.

 

Dibujos en el aire, móviles y ‘stabiles’

"Pienso mejor con alambre", solía decir Calder a sus conocidos. Antes de volcarse definitivamente por la abstracción, además de cientos de figuras de animales, bailarines y acróbatas, Calder hizo retratos en alambre modelado de varias de las personas que conocía y frecuentaba, también de personalidades destacadas de la época que él admiraba. Entre los retratados más conocidos se encuentran los dedicados a: Edgar Varése, Kiki de Montparnasse, Joan Miró, Josephine Baker, Fernad Léger, Marion Greenwood, Mary Einstein, entre otros. Entre su red de contactos y vínculos profesionales, muy pronto se corrió la voz sobre este inventivo artista y en 1928 realizó su primera exposición individual en la Weyhe Gallery de Nueva York. A esta le siguieron rápidamente otras en la misma ciudad, también en París y Berlín. En uno de sus frecuentes viajes en barco para cruzar el atlántico, conoció a Louisa James (sobrina nieta del escritor Henry James) con quien se casó en enero de 1931. 

Los primeros móviles datan de la década del 30 y, como muchos de los personajes de su mítico circo, se accionaban a través de algún dispositivo manual o manivela. En 1931, su amigo y colega Marcel Duchamp, muy fiel a su estilo, con un juego de palabras que, en francés, combina los términos mobile (móvil), y motif (motivo) bautizó a estas esculturas con el nombre de “movibles”. Además de compartir su interés por el movimiento, ambos artistas coincidían en la importancia de la proyección de las sombras de los objetos creaban sobre el espacio. Duchamp solía decir que sus ready mades se completaban con su sombra, lo mismo pensaba Calder de sus móviles, eran un todo con el espacio circundante y sobre todo en interacción con el espectador. Quería que sus obras fueran experiencias, no solo objetos de contemplación y consumo. Para Calder el espectador es la pieza clave de todo este engranaje, de ahí que toda su producción esté atravesada por una fuerte impronta lúdica. Otro aspecto fundamental es la importancia del sonido, producido por el roce o choque de los distintos componentes, principalmente metálicos. Su primer móvil colgante, en el que ya se vislumbra la búsqueda de la acción, la interacción y la reacción de los elementos que componen las obras, es Small Sphere and Heavy Sphere (Esfera pequeña y esfera pesada, 1932-33), una obra fundamental en la producción del artista. 

 

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Small Sphere and Heavy Sphere, 1932-33.

 

Apreciar una gran cantidad de móviles y esculturas de Calder da la sensación de estar viendo una especie de gran ballet “mecánico”. Cada móvil es una muestra de su gran pericia a la hora de diseñar cada mecanismo. Se tratan de verdaderas piezas de ingeniería y sus conocimientos en esta materia fundamentales para este desarrollo tan minucioso. Cada elemento tiene una forma, peso y tamaño específicos, y al igual que la materialidad utilizada, están pensados para lograr la acción y la reacción que se quiere provocar en cada objeto. Estos son justamente los factores que posibilitan ese sutil movimiento que hace que todas las piezas cambien permanentemente. Estos “objetos danzantes” brindan una gran cantidad de estímulos visuales y sonoros, y nos sumergen en una experiencia estética y sensorial extraordinaria. Es hipnótico ver como se mueven, oscilan, y giran suavemente al ritmo de la brisa imperceptible, que muchas veces provocamos nosotros mismos. Según Sartre, los móviles de Calder tienen “vida propia”, son como “seres extraños, a medio camino entre la materia y la vida”. 

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Móvil de Calder junto a una espectadora.

 

El célebre autor en el catálogo de la exposición de 1946 dedicada a Calder, en la Galerie Louis Carré de París, afirmaba: “Un móvil: una pequeña celebración particular, un objeto definido por su movimiento y que no existe sin él, una flor que se marchita en cuanto se detiene, un simple juego de movimientos de la misma manera que existen simples juegos de luces”. Y agregaba: “Para cada uno de ellos, Calder establece una posibilidad de movimiento y después los abandona a su suerte; son el ahora, el sol, el calor, el viento, quienes decidirán cada movimiento en particular. Así, el objeto se queda siempre a medio camino entre el servilismo de la estatua y la independencia de los eventos naturales. […] No basta con echarle una ojeada al pasar; hay que vivir en su compañía y dejarse fascinar por él. Entonces, la imaginación se regocija con esas formas puras y cambiantes, a la vez, libres y reguladas”.

 

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Móvil de Calder.

 

Sus móviles de mayor envergadura por el contrario, por el peso de los materiales con los que están construidos como el caso de la imponente Black Widow, (Viuda negra), 1948, permanecen prácticamente inmóviles. En este sentido otra serie muy reconocida son sus “stabiles”, apodados de esta manera por otro de sus amigos, el también pionero de la escultura no-figurativa, Jean Arp. Con estas esculturas “de piso”, y estáticas, Calder retoma una cierta figuración, aunque simplificada, algunas de estas criaturas recuerdan sus primeras composiciones con animales. Estas estructuras suelen estar trabajadas en chapa y pueden alcanzar tamaños monumentales. En muchas de ellas predomina el color rojo, según el propio artista su color favorito. Por su gran escala son muchas las que están instaladas en espacios públicos de distintos países del mundo.

 Alexander-Calder-Black-Widow-Viuva-Negra-1948-Foto-Rafael-Schimidt--2024-Calder-Foundation-New-York-_-AUTVIS-Brasil-scaled.jpgBlack Widow, 1948. Instituto de Arquitectos de Brasil, San Pablo. 

 

Otro importante conjunto de obras de distintas épocas, parecen fusionar ambas vertientes y combinar el stabile y el móvil como Crag (Risco), 1974, o The Clangor (Dogwood), 1941, realizadas a partir de láminas de metal, cable y pintura, y que tiene una estructura que se apoya en el piso, con ramificaciones y estructuras que cuelgan de ella. En una entrevista, realizada por Katherine Kuh, Calder es consultado por lo que diferencia los móviles de los stabiles, en cuanto a su propósito, a lo que el artista responde: “Verá usted, el móvil se mueve por sí mismo, mientras que el stabile es una vuelta a la vieja idea del movimiento implícito. Con el stabile tiene usted que pasearse alrededor o a través de él… el móvil baila delante de usted."

 

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Crag, 1974. Calder Foundation, Nueva York.

 

En 1963, Calder completó la construcción de un gran estudio con vistas al valle de Indre en Francia, plagado de esculturas monumentales en sus alrededores. Hoy sostiene un importante programa de residencias para artistas, activo desde 1989, el primero de su tipo en Francia, y por el que han pasado artistas de reconocimiento internacional de la escena contemporánea. A partir de este período, en alianza con una importante herrería industrial, comenzó a fabricar sus obras monumentales y de gran escala en Francia.

Dedicó gran parte de sus últimos años de trabajo a encargos públicos. Algunos de sus proyectos más importantes incluyen: Trois disques, para la exposición de 1967 en Montreal; El Sol Rojo para los Juegos Olímpicos de la Ciudad de México 1968; y La Grande vitesse para Grand Rapids, Michigan, en 1969, la primera obra de arte público financiada por The National Endowment for the Arts. 

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El Sol Rojo, 1968. Estadio Azteca, México D. F. 

 

Mención aparte merece una de sus obras públicas más importantes, Acoustic Ceiling, de 1954, diseñado por Calder e instalado en el techo del aula magna de la Universidad Central de Venezuela, y que es un hito en este sentido. No solo es uno de sus proyectos de mayor envergadura, sino que además le permitió combinar el arte, el diseño y la acústica. Los 31 paneles flotantes de acero y madera contra chapada contribuyen en la extraordinaria acústica de la sala, una de las cinco con mejor acústica de todo el mundo.

 
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Acoustic Ceiling, 1954, Universidad Central de Venezuela, Caracas.

 

Dentro de las exhibiciones y retrospectivas más destacadas cabe mencionar la realizada en el Museo Guggenheim de Nueva York (1964); la del Museo de Bellas Artes de Houston (1964); la del Musée National d'Art Moderne, París (1965); la realizada en la Fundación Maeght en Saint-Paul-de-Vence, Francia (1969); y la dedicada a Calder y su obra en el Whitney Museum of American Art, Nueva York (1976) a poco de su fallecimiento a los 78 años.

La propuesta artística de Alexander Calder fue de una inagotable riqueza creativa, estética y conceptual, que revolucionó por completo la concepción misma de escultura, y colocó la experiencia del espectador en el centro de la escena, a partir de un fuerte componente lúdico y multisensorial, mucho antes, siquiera de que existiera el concepto de instalación. Calder nos propone participar de un juego en el que somos protagonistas, somos nosotros los que activamos los móviles en interacción con ellos. Su obra induce a una experiencia en la que se despierta nuestra capacidad de disfrute. “La obra de Calder sitúa el acto estético en el encuentro, en un juego mental sin límites ni guiones, pleno de colaboraciones en desarrollo, especulaciones y expectativas. La obra no es un producto sino un evento, un momento de la vida misma haciéndose…”, escribió la curadora Sandra Antelo Suárez, en ocasión de la exhibición que tuvo lugar en Buenos Aires, en Fundación Proa en el año 2019.

 

 

 

 

 

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