Jacqueline Marval: fauvista y provocadora

Audaz protagonista de la escena parisina de prinipios del siglo XX, contribuyó a sentar las bases del fauvismo. Su sensibilidad contenida y uso expresivo del color le permitieron crear obras vibrantes y armónicas. 
Por Luciana García Belbey

 

Marie Josephine Vallet (Quaix-en-Chartreuse, 1866 - París, 1932), mejor conocida como Jacqueline Marval (unión de Marie y Vallet), fue una revolucionaria pintora, litógrafa e ilustradora francesa, que en los albores de la vanguardia forjó una trayectoria artística notable. Destacada y respetada por colegas y críticos renombrados de su tiempo, exhibió en los salones y muestras más importantes del período. Marval fue una de las pocas mujeres que lograron exponer en numerosas ediciones del Salón de Otoño, una de las instituciones artísticas más importantes de su tiempo. Su participación en este espacio le otorgó una visibilidad considerable, y aunque sus obras no siempre fueron bien recibidas por todos, la crítica en general reconoció su talento y singularidad. Algunas reseñas destacaron su audacia en el uso del color y su habilidad para capturar la esencia femenina en sus pinturas. Las obras de Marval eran reconocidas también en otras ciudades como Barcelona, Lieja, Venecia, Zúrich, Budapest y Kioto. Exhibió por invitación de Ambroise Vollard, en el mítico Armory Show de Nueva York (1913), donde presentó Odalisques au miroir -Odaliscas en el espejo- (1911). Esta sería la primera de muchas exposiciones en Estados Unidos. Fue también representada por los mejores marchands del París de inicios de siglo XX, sin embargo, luego de su muerte, con el correr del tiempo quedó relegada de los relatos centrales de la historia del arte. 

 

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Retrato de la artista con el cuadro Les Odalisques detrás.

 

Afortunadamente, en años recientes su producción está siendo revalorizada, estudiada y tomando parte tanto de exhibiciones individuales como colectivas en importantes museos y galerías alrededor del mundo. Desde 2020, gran parte de su legado está al resguardo del Comité Jacqueline Marval, creado a partir de la profunda admiración que el galerista y coleccionista Raphaël Roux dit Buisson siente por la innovadora artista. Hasta el momento han constituido la colección más grande del mundo dedicada a Marval, con más de 80 óleos, decenas de dibujos y obras en papel y un importante acervo con cientos de documentos originales como artículos, cartas, notas y fotografías; conformando un excepcional archivo. El Comité, actualmente dirigido por Camille Roux dit Buisson, tiene como objetivo redescubrir y difundir la labor de esta excepcional artista desde un punto de vista contemporáneo, a través de la producción de exhibiciones y publicaciones, hasta la realización de un exhaustivo Catálogo Razonado. 

 

 

Delineando su propio destino

Con una personalidad intrépida y desprejuiciada esta sorprendente pintora se abrió camino entre la gran cantidad de artistas deseosos de dejar huella en los albores de la vanguardia parisina. Hacia 1895 llega a la capital francesa proveniente de su pueblo natal en Grenoble. La pérdida de su pequeño hijo de sólo 6 meses será un punto de inflexión para Marval, es allí cuando decide cambiar por completo el rumbo de su destino y se encamina hacia la ciudad luz para dedicarse de lleno a su verdadera pasión: la pintura. Al llegar al epicentro de la vida moderna, se instala en Montparnasse, y tiene contacto con varios artistas ligados al grupo Nabis. Tras una breve relación con el artista François Joseph Girot, conoce a Jules Flandrin quien será su compañero de vida por más de 30 años. En el atelier del afamado pintor simbolista Gustave Moreau, conoció además a Henri Matisse, Albert Marquet y Georges Rouault entre otros futuros pintores fauves. Evidentemente la innovadora mirada de este maestro sumado a su liberal método de enseñanza influirá en la propia Marval y en esta joven generación de artistas. 

Si bien sus primeras obras presentadas al Salón de Artistas Independientes de 1900, fueron rechazadas, en la edición del año siguiente consiguió que fueran expuestas cerca de una docena, entre las que se encontraban el majestuoso autorretrato Odalisque au guépard –Odalisca con leopardo- (1900). En este lienzo se la ve desnuda, de cuerpo entero, recostada con una pose regia, con un gesto elegante y poderoso, acompañada de un felino que reafirma la seguridad y sofisticación de la artista. No faltan los toques orientalistas que la colocan en el gran linaje de artistas franceses del romanticismo, y con mayor cercanía a Jean-Auguste-Dominique Ingres. 

 

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Odalisca con leopardo (1900).

 

Esta pintura inicia una larga tradición en su producción, tanto a nivel iconográfico como compositivo. Serán muchas las piezas que la tienen como protagonista, emulando los grandes nudes de la historia del arte, pero invirtiendo, o más bien, duplicando roles, al ser además de la creadora, la “modelo”. Algo no habitual en su tiempo, que le valió tanto elogios como críticas desfavorables por quebrar las normas que arbitrariamente dictaminaban que las mujeres solo podían estar del otro lado del lienzo, y mucho menos estar a ambos lados del mismo. Toda una declaración de principios, en un mundo dominado por hombres. Y que la conecta con otra gran artista del período Suzanne Valadon (1867 – 1938), llegada de Vienne a París hacia 1880, y cercana a otro gran artista simbolista de su tiempo, Pierre Puvis de Chavanne.

Varias de las obras no aceptadas en el Salón de 1900 fueron compradas por uno de los marchantes más importante del momento, Ambroise Vollard, quien continuó apoyando su trabajo por largo tiempo, lo que, sin dudas contribuyó a consolidar su carrera. Entre 1901 y 1905 consolidó la amistad con Henri Matisse y Albert Marquet, con quienes exhibió con frecuencia, además de con Flandrin. La colaboración e influencia mutua es evidente en la producción de estos artistas en estos años iniciáticos. En febrero de 1902, el grupo de amigos exhibió por primera vez en una galería, la dirigida por Berthe Weill, única galerista mujer en aquel tiempo, y quien estaba particularmente interesada en promover la obra de artistas mujeres que vivían en París. Junto a la de Ambroise Vollard –que ya había realizado muestras para impresionistas y postimpresionistas, entre los que destacaba Paul Cézanne, que más tarde impulsaría el cubismo-, eran las únicas galerías que exponían a jóvenes artistas contemporáneos.

El comienzo del siglo XX trae gran éxito para Jacqueline Marval, quien inicia una importante actividad pictórica, acompañada de numerosas exposiciones tanto en París como en otras ciudades del mundo. Ese mismo año, expuso en el primer Salón de otoño, donde mostró su pintura más importante, considerada por muchos especialistas como su “obra maestra”, un asombroso e imponente lienzo de gran formato Les Odalisques –Las odaliscas- (1902-03). Pintura que tuvo grandes elogios y le abrió las puertas al difícil y competitivo campo del arte moderno.

Otros hitos importantes de esos primeros años de carrera, y que demuestran el reconocimiento del que gozaba Marval, por un lado, fue el haber expuesto por primera vez en el Salón de Bellas Artes, entre abril y junio de 1904, donde presentó Un palco en el entr'acte (en la Ópera) –Un palco en el entre acto (en la Ópera)-, tela de 200 x 200 cm, también comprada por Vollard. Por el otro, en 1905 en el Salón de Otoño muestra la obra, Le Printemps –Primavera-, en la sala contigua a la Cage aux Fauves –Jaula de las fieras-, apelativo de Louis Vauxcelles, que quedará para la posteridad luego de publicado su artículo titulado Donatello parmi les Fauves (Donatello entre las fieras) y que dio origen al término fauvismo, y por tanto se convertirá en puntapié del que luego se considerará el primer grupo plenamente vanguardista. Entre febrero y marzo de 1912, en la Galería Druet, tendrá lugar su primera muestra individual (Exposition de peintures de Mme Marval) conformada por 44 telas y algunos estudios de retratos, paisajes, y bodegones de flores y frutas. 

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L’hommage à Florian, 1905. 

 

Guillaume Apollinaire, uno de los críticos más renombrados de la época y ferviente impulsor de la vanguardia tendrá palabras de gran reconocimiento para Marval. En el artículo titulado Les Peintres publicado en Le Petit Bleu en 1912, y posteriormente recopilado en Chroniques d'art, 1902-1918 (Ed. Gallimard, 1993), destaca la creciente presencia de mujeres artistas en la escena artística parisina, notando la importancia de su trabajo y la evolución de su reconocimiento en el mundo del arte: "Nuestra época, así como ha permitido que los talentos femeninos florezcan en la literatura, ha producido en las artes un cierto número de personalidades que no son desdeñables. Nunca antes de este invierno se había visto a tantas mujeres exponer juntas, con tanto éxito”; y sobre la artista en particular dirá: "Jacqueline Marval es una de esas pintoras que ha sabido encontrar su propio camino, lejos de las corrientes dominantes, pero sin dejar de ser una voz relevante en el desarrollo del arte moderno. Su independencia artística y su uso personal del color la convierten en una de las personalidades más importantes entre las mujeres artistas". 

A pesar del reconocimiento general, como muchos otros artistas de su generación, Marval también enfrentó críticas negativas. En un contexto dominado por hombres, algunas de sus obras fueron desestimadas o consideradas menores debido a su enfoque en temas considerados netamente "femeninos" o meramente "decorativos", cuando era justamente de las principales propuestas del arte moderno, y en especial una de las primordiales búsquedas estéticas de Matisse, y de muchos otros artistas ligados al fauvismo. En este sentido sus trabajos en el ámbito del arte decorativo, como diseños de poster e invitaciones, tapices y textiles, fue visto con desdén por ciertos críticos de mirada clásica que valoraban más las manifestaciones artísticas consideradas “más elevadas", pero sin embargo son propuestas que le han permitido llegar a otros ámbitos y públicos y seguir consolidando su trayectoria. En esta línea, uno de los encargos más significativos que tuvo, fue realizar el afiche promocional para el Salón de Otoño de 1923, que prácticamente empapeló la ciudad, junto con las respectivas invitaciones para este importante evento de la cultura parisina. También diseñó el catálogo con todas las piezas participantes, así como la ilustración de la portada. Diez años antes, ya había sido elegida por un jurado formado por Gabriel Astruc, el escultor Antoine Bourdelle y los pintores Maurice Denis y Édouard Vuillard para decorar el vestíbulo del recientemente creado Theatre de Champs Elysée. Marval fue la única mujer que participó en la decoración interior del Teatro durante su construcción en 1913, donde creó ocho paneles de madera para el Foyer de la Danse sobre el tema Un día de Dafnis y Cloé. Del proyecto también participaron Antoine Bourdelle (fachada y fresco del atrio), Maurice Denis (techo de la gran sala), Henri Lebasque (Salón de Damas y marco de la cesta), Edouard Vuillard (Foyer de la Comédie) y Ker-Xavier Roussel (escenario Telón de la Comedia).

 

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Afiche promocional para el Salón de Otoño de 1923 en París.

 

Les Odalisques, o una declaración de principios

Este imponente óleo retoma un tema que ya había sido abordado por la artista y que seguirá siendo parte de una larga serie dentro de su trabajo, junto a temas análogos como las bañistas. En esta oportunidad vuelve a ser protagonista de la escena, pero en este caso su rostro se replica en cada una de las figuras femeninas, que constituyen la arquitectura principal del lienzo, es decir que su retrato aparece con leves variaciones un total de cinco veces en la pintura. En aquella época, la representación de una “odalisca” remitía inmediata e inexorablemente al ejercicio de la prostitución. Esta profusión de majestuosas figuras femeninas, una constante en su obra producen un señalamiento sobre los estereotipos, las actividades y los roles que se suponía una mujer de su tiempo debía hacer. Era su modo de señalar que las mujeres merecían un mayor reconocimiento y ganar más y mejores espacios, sin dudas en el terreno artístico, pero también en todo el ecosistema social. Es una obra que manifiesta la cautivante sensualidad de las formas femeninas, y que se vincula con otros grandes repertorios de mujeres en harenes y baños turcos, entre los que se cuenta la que se considera la última obra de Ingres. Esta pieza demuestra el gran temperamento y carácter provocador de la artista, constituyendo a esta obra, en toda una declaración de principios.

 

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Las odaliscas (1902-03). Óleo sobre tela, 200 x 225 cm. Museo de Grenoble, Francia.

 

Considerada hoy por muchos expertos como la gran “obra maestra” de Jacqueline Marval, actualmente es conservada en el museo de Grenoble, y fue exhibida por primera vez en la muestra colectiva de la Galerie Berthe Weill, de junio de 1902. Exposición en la que también participaron Bocquet, Paco Durio, Girieud, Warrick, Maillol, Matisse, Marquet, Flandrin, y nada más y nada menos que un joven Pablo Picasso. Sorprende la gran relación formal, compositiva e iconográfica, de Las odaliscas con la obra insignia del fundador del Cubismo, Las señoritas de Aviñón (1907). La pintura más importante de Marval fue expuesta al año siguiente en el Salón de la Sociedad de Artistas Independientes de París, en 1903, junto a otras 7 obras. En 1916 Las odaliscas fueron incluidas en la exhibición L’Art Moderne en France –Arte moderno en Francia-, en el Salón L’Antin, que tuvo lugar en la mansión privada del afamado diseñador de moda Paul Poiret (1879-1944), y cuyo texto fue realizado por Apollinaire. En este legendario Salón se presentó por primera vez al público el cuadro de Picasso Las señoritas de Aviñón (cuyo nombre se le dará en esta ocasión).

 

Características de un estilo propio

Si bien se la asoció con artistas fauvistas como Henri Matisse y Albert Marquet, con quienes compartía una gran pasión por la utilización de colores intensos y saturados; y sobre todo por la expresión emocional a través del color, Marval desarrolló un estilo propio e inconfundible que equilibraba la intensidad del fauvismo con una sensibilidad más contenida, lo que le permitió crear obras vibrantes pero armónicas. Un buen ejemplo de ello es La Danseuse de Notre-Dame –La bailarina de Notre Dame- (1921), una de las obras favoritas de la propia artista, y muy buena representante de la fase final de su trabajo. En esta alegre composición, la paleta se aclara y aliviana, sin perder la fuerza y vivacidad, donde se percibe una mayor soltura del trazo y una gran economía de recursos. En este tipo de obras se transmite con gran destreza una vibrante sensación de movimiento, también presente en la gran cantidad de trabajos dedicados a bailarines, y bailes, fieles retratos de la agitada vida bohemia de las primeras décadas del siglo XX en París. En esta bella tela no faltan las flores –otro tópico que surca gran parte de su obra- lo que exalta aún más el carácter decorativista de su producción.

 

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La bailarina de Notre Dame, 1921. Óleo sobre tela, 100 x 81 cm.

 

Otra obra notable del último período es Biarritz, en la que puede verse la maestría en el uso de la luz, el color, su atmósfera vibrante, su rapidez y seguridad de trazos ágiles y agitados.

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Biarritz (1923). Óleo sobre tela, de 197 x 375 cm. Musée des Beaux-Arts de Nantes, Francia.

 

Por su parte,  L’Enfant de Paris –La niña de París-, en alusión a la actriz Dolly Davis, hoy perteneciente al Milwaukee Art Museum, fue tapa del mítico diario Le Fígaro, y también fue la portada de un libro que retrata la vida de la artista. 

 

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Portrait of Dolly Davis (1925). Óleo sobre tela, 165 x 150 cm. Milwaukee Art Museum, Estados Unidos.

 

Jacqueline Marval fue una artista que en vida gozó de fama y reconocimiento, y cuya obra provocó reacciones contrapuestas, aunque en gran medida recibió elogios de parte de colegas y críticos renombrados de su tiempo. Entre los aspectos más destacados de su producción se encuentra el uso expresivo y emocional del color y su enfoque en la figura femenina. A raíz de ello también enfrentó desafíos debido a las normas de género de su época y las cambiantes tendencias artísticas. Hoy, sin dudas, se la reconoce como una figura destacada dentro de la consolidación del arte moderno. 

 

 

 

 

 

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