¿Cuál es el lugar del arte en la era de la “estetización difusa”?

Si la utopía de las vanguardias ha sido consumada en una seductora forma de estetización del mundo, ¿Qué encrucijadas nos plantea hoy el capitalismo artístico?
Por Ana María Battistozzi
Foto: Jeff Koons Foto: Jeff Koons

 

Quienes hayan seguido los itinerarios de las vanguardias del siglo XX seguramente recordarán que una de las banderas enarbolada con mayor fervor proponía la unión de arte y vida o lo que sería su efecto inmediato: la disolución del arte en la vida en una forma de “estetización generalizada”. Si bien la expansión del nazismo, la guerra y, en gran medida, el estalinismo cancelaron esa aspiración de las vanguardias alemana y rusa, el estandarte fue retomado en la posguerra, por figuras prominentes como Joseph Beuys y el grupo Fluxus, que hicieron todo lo posible por recuperar la radicalidad de ese espíritu.

Pero transcurridas varias décadas y ya desde el final del siglo XX, asistimos a transformaciones tecnológicas y sociales según las cuales el mundo, en su sentido más amplio, ha devenido estético. Desde los objetos de uso cotidiano a los eventos de cualquier orden público o privado se encuentran marcados por el diseño cuya fuente, en la mayoría de los casos, hunde raíces en experiencias artísticas previas. Así la experiencia del arte, derrama en esta creciente estetización del mundo, afectando al campo de la creación como a la recepción y se encuentra íntimamente ligada a la expansión del consumo. Pero no se apropia de ella.

Al observar esta nueva realidad el filósofo Gianni Vattimo lanzó la provocadora afirmación en la que la utopía de las vanguardias, lejos de haber sido realizada según su formulación original había sido consumada por el capitalismo en la era del consumo más rampante. 

Si el arte ya no es el terreno privilegiado y propio de la experiencia estética, dado que ésta se encuentra dispersa por todas partes, en una situación en la que la asimilan el diseño, la moda, el espectáculo y a la vida cotidiana; la consecuencia más inmediata es interrogarse por el lugar que le cabe al arte en esta contemporaneidad. O en última instancia plantearse la propia necesidad de su existencia. 

¿Podría afirmarse que, desde la perspectiva de una estetización generalizada, lo artístico y la experiencia estética, tradicionalmente radicada en su ámbito, ha perdido su lugar?  

No son pocos los autores que ante estas circunstancias se han inclinado a pensar en el “fin del arte” o “el ocaso del arte” e inclusive sobre la “muerte del arte”. El propio Vattimo desarrolló tempranamente este concepto en su ensayo Il Tramonto dell´ arte (El crepúsculo del arte) (1) y también Arthur Danto, quien apuntó analizar el quiebre de un concepto de arte, que concibió la experiencia estética como un ámbito moral de verdad, en la línea de la tradición filosófica del idealismo.

Lo cierto es que la afirmación de Vattimo respecto de la consumación de la utopía vanguardista que habría llevado a cabo el actual desarrollo del capitalismo, reviste interesantes ribetes que han sido críticamente analizados por Gilles Lipovetsky y Jean Serroy (2). Estos autores sostienen que en la actualidad se encuentra en marcha una nueva fase del capitalismo que se nos presenta en la seductora forma de una estetización del mundo, básicamente modelado por múltiples lógicas de comercialización y consumo. A diario comprobamos que esta nueva etapa del capitalismo multiplica ad infinitum estilos, tendencias y novedades mientras se apoya y promueve una enorme proliferación de lugares de arte a los cuales se asocia en pos de beneficios mutuos (3). 

Hoy es imposible no advertir los radicales cambios experimentados en relación con la cultura modernista que alumbró la vanguardia. Comprobamos que aquella lógica subversiva que animó a las vanguardias ha sido reemplazada por una institucionalización formal de sus principios, ya integrada al orden económico. 

Si a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX los universos del arte, la industria y el capital aparecían irreconciliables, hoy se los ve íntimamente imbricados de una manera deslumbrante. El signo de esta nueva realidad “hiper-estetizada”, no es otro que el de una superabundancia de imágenes al servicio del espectáculo y el entretenimiento, destinada a mediar las relaciones sociales entre las personas. Tal lo que previó Guy Debord en 1967, cuando este proceso aún se revelaba de manera incipiente (4). 

Mientras tanto, ya en el siglo XXI, Lipovetsky y Serroy confirman que “el capitalismo artístico ha creado un creciente imperio trans-estético, en el que se mezclan diseño, star system, creación y entretenimiento, cultura y show”. Así las cosas, el filósofo español, José Luis Brea, que trató en profundidad estas circunstancias antes de morir en 2010, no omitió la interrogación por el sentido del arte en el mundo contemporáneo. “Si en efecto, la forma general de la experiencia se hubiera estetizado por completo, cuál sería el sentido, o qué  otra función podría caberle a lo artístico, que no fuera, la función legitimante de dicho proceso, la de ofrecer un fondo último de garantía, casi a título póstumo” (5).

Está claro que el principio común al pensamiento de todos estos autores que han reflexionado desde distintas perspectivas sobre esta cuestión, acuñando expresiones como “el Fin, el Crepúsculo o el Carácter póstumo del arte” supone un quiebre histórico de la idea de creatividad que por casi 200 años se fundó en la tradición de la filosofía idealista. Un concepto que asoció la práctica  artística con la expresión de valores espirituales y trascendentes a los cuales no renunciaron del todo ni siquiera las vanguardias. Esa dimensión espiritualista hoy se revela prácticamente ausente. Pero lo sugestivo es que, como ha reflexionado Peter Bürger, más allá de ello y de la propia acción demoledora que llevaron adelante las vanguardias negativas; las figuras fundamentales del idealismo estético aún resultan dominantes en gran parte de las manifestaciones artísticas, en el consumo ampliado del público y ante todo “constituyen el núcleo normativo de la institución arte” (6).

Es decir que la institución arte continúa siendo ampliamente considerada un referente que posee un aura con un plus de valor legitimador. No debiera extrañar entonces el interés que despierta en los sistemas de finanzas y al empresario ser identificado con ella, a través de distintas formas de apoyos o nuevos mecenazgos. 

A su vez, el sociólogo Luc Boltanski y la investigadora Ève Chiapello, estudiaron minuciosamente los cambios en el orden administrativo de los sistemas empresariales desde los años 90 y concluyeron que la influencia de modelos tomados del mundo del arte y las prácticas artísticas fueron determinantes (7). Nociones como creatividad, desafío individual o autodeterminación se han vuelto parte del lenguaje corriente en los cursos de formación de recursos humanos y manuales de “management  empresario”. Tales conceptos hubieran resultado impensados en las estructuras burocráticas que evaluaron rendimiento y productividad empresarial hasta los años 60/70.  Prácticas como el “casual Friday” o ”home office” suelen ser presentadas como innovaciones equiparables a la libertad del artista en su estudio que maneja su propio régimen de trabajo. 

Así también los modelos del arte han devenido una referencia importante para estimular la ”creatividad” en un sistema de producción capitalista cada vez más competitivo. Pero además han obrado como un poderoso factor de desarrollo económico. La relación arte-fashion-real estate, se viene verificando en reconocidos emprendimientos del mundo y tienen a la ciudad de Miami como temprana experiencia exitosa que se ha intentado replicar en distintas geografías.

Por su parte desde los años 90 el mundo del arte comenzó a adoptar  conceptos como “eficiencia” o “eficacia”. Nociones claramente asociadas a la voluntad de “profesionalizar” la práctica del arte con la intención de alejarla del tradicional “amateurismo” que la identificó con un dudoso rendimiento desde la perspectiva  del que venimos analizando.   

La relación/oposición entre profesionalismo-amateurismo fue analizada en un seminario organizado por la Universidad Di Tella en 2015 y se presentó con el sugestivo título Misterio-Ministerio. ¿Es el arte un misterio (algo en definitiva indescifrable, imposible de reducir a un sentido o una finalidad) o un ministerio (una práctica social susceptible de ser organizada y mejorada)? Estas cuestiones fueron el eje de debates en los que participaron destacados teóricos del arte como Boris Groys, Suhail Malik y Diedrich Diederichsen. Posteriormente los organizadores de esas jornadas, Claudio Iglesias e Inés Katzenstein volcaron muchas de esas reflexiones en una publicación (8).

Ese mismo año, el filósofo coreano Byung Chul Han –cuyo pensamiento crítico ha alcanzado gran difusión en nuestro país– publicó por primera vez La salvación de lo bello (9). Dicho ensayo apunta a marcar profundas diferencias entre un tipo de experiencia estética transformadora –que hunde raíces en la tradición filosófica idealista que introdujo la modernidad– impone una distancia y se permite demorarse en lo bello contra el régimen actual que funciona como una metralla de estímulos dirigidos velozmente hacia un consumo superficial. El actual imperio de la belleza –absolutiza lo pulido y lo sano–, dice el filósofo coreano. Lo que no exhibe imperfección, rugosidad o accidente alguno y puede ser aplicable a una escultura de Jeff Koons o al diseño de un smartphone. Para el coreano el arte de Koons es un ejemplo del arte de efecto inmediato que no ofrece complejidad alguna, nada para interpretar o descifrar y sólo convoca al “me gusta” o simplemente a un “wow”. Una simple interjección, como ha dicho el propio autor ante la serie Balloon Dog, que ofrece al público y a la venta en diversos colores. 

Para Byung Chul Han la obra de arte es la que produce una sacudida interior en el espectador; lo pulido en cambio no tiene más intención que producir agrado superficial y eventualmente un deseo de posesión.

Las consecuencias de la circunstancia histórica que hemos analizado pone al arte ante una encrucijada. Sumarse al flujo de estímulos de superficie que tan exitosamente viene alentando la era del consumo u optar por una complejidad creativa que se distancie de la fragmentación estética expandida y rescate un demorado desocultamiento de valores, capaz de alentar diversas formas de reflexión crítica.

 

 


1. Gianni Vattimo. 1987.  El crepúsculo del arte en El fin de la modernidad, nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Gedisa. Barcelona. pp 49-61.

2. Gilles Lipovetsky y Jean Serroy. 2015. La estetización del mundo, vivir  en la época del capitalismo artístico. Anagrama. Barcelona.

3. Nunca como en las últimas décadas ha crecido la cantidad de museos, espacios de arte contemporáneos y fundaciones  asociadas o grandes corporaciones internacionales como la Fundación Cartier, Pinault, Louis Vuiton, Pirelli, Prada la Caixa y Telefónica en Francia Italia y España, por mencionar solo algunas de las que han tenido mayor visibilidad en Europa.

4. Guy Debord. 1987. La Sociedad del Espectáculo. Pretextos. Valencia.

5. José Luis Brea. La estetización difusa de las sociedades actuales y la muerte tecnológica del arte.

6. Peter Bürger. 1996. Crítica a la Estética idealista. La Balsa de Medusa. Visor. Madrid. pp12-13.

7. Luc Boltanski y Eve Chapiello. 2002. El nuevo espíritu del capitalismo. Akal. Madrid.

8. Claudio Iglesias e Inés Katzenstein. 2017. ¿Es el arte un misterio o un ministerio? El arte contemporáneo frente a los desafíos del profesionalismo. Siglo XXI. Buenos Aires.

9. Byung Chul Han. 2023. La salvación de lo bello. Herder. Barcelona.

 

 

 

 

 

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