“Mantén la firmeza de la torre, cuya cúspide no tiembla ni por tormentas ni por vientos”
La Divina Comedia, Dante Allighieri.
La ciudad de Buenos Aires está repleta de joyas arquitectónicas de distintos estilos y tendencias, como el colonial, neoclásico, ecléctico, art decó y art nouveau, entre otros. El Palacio Barolo combina estos dos últimos, con toques del neogótico, que lo convierten en uno de los edificios más pintorescos que se erigen en suelo porteño.
Ubicado en Avenida de Mayo 1370, muy cerca de la Plaza del Congreso, tiene una superficie cubierta de 16.630 m2 y 100 metros de altura. Su construcción comenzó en 1919 y en ese momento se convirtió en el más alto de América Latina, y en uno de los más altos del mundo en hormigón armado. Recién en 1935, el Kavanagh lo destronó de ese récord.
Su ideólogo fue Luis Barolo, un productor agropecuario italiano que llegó a la Argentina en 1890. Fue el primero que trajo máquinas para hilar el algodón y se dedicó a la importación de tejidos. Instaló las primeras hilanderías de lana peinada del país e inició los primeros cultivos de algodón en la provincia de Chaco. Barolo encargó la construcción del edificio al arquitecto Mario Palanti. Pero el empresario no llegó a ver su capricho terminado. Murió en 1922 a los cincuenta años y el Palacio se inauguró un año después.
La idea de Barolo era que el Palacio fuera un edificio de rentas, no de viviendas, sino para oficinas de negocios. El italiano imaginaba un inminente éxodo de europeos a la Argentina por las guerras y ofrecía un espacio de lujo para que pudieran desarrollarse en una ciudad que se expandía.
Construido en cemento, ladrillo, acero y hormigón, el Palacio Barolo tiene veintidós pisos, dos subsuelos, dos montacargas y nueve ascensores. Al momento de la inauguración contó con una instalación eléctrica autónoma que le permitía autoabastecerse y posibilitaba el funcionamiento de las 300 mil bombillas del faro colocado en el linternón vidriado de la torre, cuyo haz de luz, de 5 mil vatios, servía para iluminar la llegada de los barcos de emigrantes. En 2010, fue declarado "Faro del Bicentenario".
El Palacio hace referencia y homenaje a la Divina Comedia de Dante Alighieri, porque Barolo se había obsesionado con trasladar a Buenos Aires las cenizas del poeta, redescubiertas en 1865 en un convento de Rávena tras pasar varios siglos perdidas. Palanti entonces diseñó el edificio como una construcción conceptual que sigue alegóricamente el ordenamiento de la obra máxima de Dante.
La división general del Palacio tiene tres partes, como la estructura de la obra: Infierno, Purgatorio y Cielo. El primero se compone de los dos subsuelos y el denominado Pasaje Barolo, el hall de entrada que une Avenida de Mayo e Hipólito Yrigoyen. Del primer piso hasta el catorce figura el Purgatorio, donde los siete pecados capitales están representados cada dos pisos. Y, por último, el Faro, inspirado en el templo Rajarani en Bhubaneswar (India, del siglo XII), para representar el amor tántrico entre Dante y Beatriche, hace las veces de la luz divina del Cielo.
El Palacio Barolo combina arte, literatura y arquitectura y afortunadamente luce inmaculado. Es uno de esos rincones porteños inevitables, para darse una vuelta y contemplarlo en todo su esplendor.