Pocos pensadores dieron con un diagnóstico tan exacto del régimen expandido en el que vivimos de este a oeste y de norte a sur como el crítico cultural inglés Mark Fisher (1968-2017) y su idea de un “realismo capitalista”. Un estado de las cosas sin alternativa posible que invirtió la polaridad de la contestación del 68 a partir de la reacción conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan naturalizado desde los confines de la virtualidad a las células de nuestros propios cuerpos. A decir de Fisher, el concepto “no puede limitarse al arte ni a la forma cuasi-propagandística en la que funciona la publicidad. Es más como una atmósfera generalizada, condicionando no sólo la producción de la cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y actuando como una especie de barrera invisible que limita el pensamiento y la acción”.
Pensado como una suerte de estalinismo financiero inmanente (sin necesidad de un dictador ni estatuas ni gulags), el concepto que Fisher desarrolló en 2016 (Realismo Capitalista, Caja Negra) invertía el mandato del líder soviético contra las vanguardias y en favor de un arte para educar a las masas. Pero esta idea ya había sido expresada durante la Guerra Fría y en el ámbito del arte por Gerhard Richter y Sigmar Polke con la organización de la muestra Demonstration for Capital Realism en Düsseldorf en 1963. Para el contexto de la época era un acto tan desafiante contra las convenciones artísticas de la RDA (Alemania socialista) como para la hegemonía del pop art y su deriva en los Nuevos Realismos europeos liderados por Yves Klein y la nueva escuela francesa.
Party, 1963. Medios mixtos, 150 x 182 cm.
Nacido en Dresde en 1932, Richter fue un joven de la RDA y hasta incluso un artista de propaganda al servicio de la DEWAG (Empresa Alemana de Publicidad y Anuncios) antes de iniciar sus estudios en Bellas Artes. “La gran tradición de la pintura alemana solo me fue comunicada de manera muy fragmentada en primer lugar, a través de la contemplación ideológica del arte que nos enseñaron y, en segundo lugar, a través del concepto actual del arte moderno, que nos llegó más o menos deformado desde Occidente”, escribió en sus apuntes biográficos.
Gerhard Richter, 1970.
Richter cruzó la cortina de hierro en 1961 y desde entonces formuló una crítica a los dos realismos (el socialista y el capitalista) consiguiendo que la pintura se volviera inextinguible contra todo pronóstico de su muerte. La suya fue la definitiva forma de una pintura para después de la fotografía donde la imagen está en un limbo entre los procedimientos químicos y el irrevocable gesto del artista. Toda su experiencia y la historia de la posguerra alemana confluyen en la serie October 18, 1977 exhibida por el MoMA entre noviembre de 2020 y abril de 2021, plena pandemia.
Quince óleos que documentan los supuestos suicidios de los miembros de la RAF (Red Army Faction) también conocida como Baader-Meinhof en una prisión de Stuttgart. El nombre escueto de la serie, apenas la referencia de la fecha de la noticia, tiene ecos en el arte conceptual pero también subraya esa instancia entre el gesto humano y mecánico, una fecha impresa en el borde de una fotografía. Richter volvió sobre el tema de la RAF diez años después como si en sus pinturas procesara el trauma por las dos Alemanias. “La muerte de los terroristas y los eventos relacionados antes y después representan un horror angustiante que me ha perseguido desde entonces como un asunto sin resolver”, reflexionó entonces.
Man Shot Down 1, 1988. Óleo sobre tela, 100 x 140 cm.
Fantasmas en el limbo es lo que parecen estas pinturas hechas a partir de fotos de prensa y archivos del gobierno federal. Richter cumplió noventa y un años en febrero y es acaso el último sobreviviente del arte del siglo XX de Occidente. El hauntologista que anticipó el poder omnipresente del realismo capitalista en el siglo XXI. Quién pintará nuestros fantasmas cuando se haya ido…