Reality is elsewhere o la realidad está en otra parte es el nombre de la última muestra de Halil Altindere (Estambul, 1971) en Pilot, la galería que lo representa en Turquía. En el arte contemporáneo global el nombre de una obra puede, a veces, ser tan o más significativo que la misma pieza a la que se hace referencia. El emblema no puede ser otro más claro que la obra neo-victoriana de Damien Hirst que se volvió índice visual de cualquier publicación sobre arte en el filo del siglo XXI. En ese caso, la imagen del tiburón australiano conservado en formaldehído (un retorno steampunk a la taxidermia del siglo XIX) tapó lo más importante de la obra, su nombre: LA IMPOSIBILIDAD FÍSICA DE LA MUERTE EN LA MENTE DE ALGO VIVO. Solo por esa formulación, mucho más que por el anecdotario del escualo, es que Hirst tiene asegurado su lugar en la historia del arte y acaso de la filosofía, aunque su bibliografía ocupe menos espacio que un tweet. Con el mucho menos transitado Altindere sucede lo mismo. Eso de que la realidad está en otra parte nos dice muchísimo más de la forma de vida a la que nos ha conducido la duplicación digital del mundo que tantísimas obras cediendo al manual de instrucciones de lo que está bien denunciar a resguardo de un establishment mutante y cínico.
Como muchos otros artistas de la periferia del arte, en el turco Altindere prima un conceptualismo que superpone la historia de las vanguardias de posguerra en patchwork con visiones folclóricas. Las fotos de su madre, de característica estampa islámica, con un libro de Taschen sobre el Pop (con la ineludible Marilyn de Warhol en tapa) solo se terminan de consumar cuando se lee el nombre de la obra: “A mi madre le gusta el Pop porque el Pop Art es colorido”. Otra, también de fines de los 90, la muestra con una revista, en el mismo ambiente exótico a ojos occidentales y el epígrafe: “A mi madre le gusta el Fluxus porque el Fluxus es Anti-Arte”. Altindere podría también ser pensado como un Maurizio Cattelan oriental con la diferencia que dedicó sus mayores esfuerzos hiperrealistas a los sujetos invisibilizados en lugar de parodiar a personajes centrales de la historia. Si las versiones de cera de Marie Tussaud solo están destinadas a la celebridad (ya fuera Hitler o Britney Spears), las del turco Altindere se esfuerzan en duplicar a un guardia de seguridad de museo (“Guard”, 2012); un bebé a punto de meter los dedos en el enchufe (“Magic Touch”, 2014) o al usuario de un anacrónico teléfono público (“Llamada telefónica desde Estambul”, 2012).
Altindere atiende todos los soportes: fotografía, video, escultura, instalación. En todos deja caer esa tentación de jugar con los símbolos de aldea global capitalista desde otra aldea. Porque como bien ha dicho, la realidad está (siempre) en otra parte.